En la solemnidad de la Virgen María Asunta al cielo, este domingo 15 de agosto desde la Catedral el Arzobispo de Santa Cruz afirmó que, en verdad, necesitamos integrarnos más en nuestro país, porque todavía hoy persiste un clima de enfrentamientos y tensiones a nivel social y político que amenaza dividirnos y disgregarnos. Así mimo aseveró que Nuestra “Patrona de la Integración Nacional”, nos anima a romper las cadenas de resentimientos, venganzas, sospechas, discursos violentos y actitudes intransigentes y a buscar el acercamiento y diálogo verdadero, en el respeto, la escucha y la aceptación del otro en vista a encontrar soluciones pacíficas y concertadas.
El prelado destacó que, en algunas parroquias de nuestro país, hoy se celebra la fiesta de la Virgen María “La Bella”, expresión de la devoción y sabiduría del pueblo creyente, que se alegra y admira por las maravillas que Dios obró en María. Esta advocación de la Virgen, es un llamado a imitar su belleza interior, huyendo del pecado, viviendo en la gracia de Dios y cumpliendo su voluntad.
La Virgen María Asunta al cielo es la clara manifestación de la dicha de estar para siempre en la presencia de Dios, anticipo del destino feliz de los que reconocen a María como madre. El hecho que ella, sencilla criatura humana, viva ya en la gloria de Dios, es signo que, un día, también nosotros podremos seguirla. Por eso, el prefacio de esta Eucaristía, la define “figura y primicia de la Iglesia”,el primer eslabón de esa inmensa cadena de creyentes a los que Dios reserva la vida eterna, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo.
También el Arzobispo señaló que, en toda la Iglesia en el mundo hay una gran devoción a Santa María Asunta al cielo y, en nuestro país, es venerada especialmente bajo la advocación de la Virgen de Urkupiña. Muchos devotos peregrinan a su santuario desde todas las regiones del Occidente, el Oriente y los Valles. A raíz de tanta veneración, en 1998 fue nombrada, por el gobierno, Patrona de la Integración Nacional”, reconociendo, de esta manera, su misión de madre que reúne, en una sola familia, a todos los hijos de los distintos departamentos de Bolivia.
A nuestra Madre Asunta al Cielo y que allá nos espera a todos, elevo a nombre de ustedes, esta breve invocación con total confianza y cariño: “Virgen de Urkupiña, Madre de la Integración Nacional, danos días de reconciliación y de paz en nuestro país, vigila nuestro caminar hacia la unidad y ayúdanos a decir nuestro sí a tu Hijo para encontrarlo, un día, en la alegría eterna del Cielo”.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
15/08/2021
Celebramos hoy con mucho gozo la solemnidad de la Virgen María Asunta al cielo, toda hermosa y “vestida de sol con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas”, como nos dice el pasaje del Apocalipsis. La Asunción de la madre de Jesús y madre nuestra, es la fiesta de la belleza, la dicha, la esperanza y la vida, ya que ella, gracias a la muerte y resurrección de su Hijo, es partícipe para siempre de la victoria sobre la muerte y el mal, y goza de la gloria celeste en todo su ser.
Llama atención que, en esta solemnidad tan grande, la liturgia haya escogido un pasaje del Evangelio que nos habla de una escena de vida cotidiana: el encuentro entre dos mujeres embarazadas. La Virgen María, al enterarse que su prima Isabel estaba embarazada “fue rápidamente hacia la región montañosa” para ayudarle, aunque ella también estaba esperando a su hijo, Jesús. Ella corre hacia la montaña para ayudar a su prima Isabel, bastante mayor de edad, y ponerse a su servicio. Y en el día de la Asunción, nuevamente María corre, pero hacia la montaña de Dios para cruzar el umbral de la patria celeste y ver cara a cara el Padre y el rostro resplandeciente de Jesús resucitado.
Este hecho pone de realce el proceder de Dios que hace resplandecer su gloria y dignidad en nuestra pequeñez y humildad de criaturas, como dice la misma Virgen María en su cántico de alabanza al Señor: “Mi alma canta la dignidad del Señor,… porque Él miró la pequeñez de su servidora…y ha hecho en mí grandes cosas”.
La Asunción es la manifestación de la hermosura y belleza de María. Una antífona de la liturgia de las horas, la proclama “Toda Bella”, la belleza interior y exterior de una criatura sin mancha de pecado y bendecida por la Gracia de Dios. Y el prefacio de esta Eucaristía nos dice que Dios la preservó del pecado porque “no quiso que María, que por obra del Espíritu Santo concibió en su seno al autor de la vida, conociera la corrupción del sepulcro”.
En algunas parroquias de nuestro país, hoy se celebra la fiesta de la Virgen María “La Bella”, expresión de la devoción y sabiduría del pueblo creyente, que se alegra y admira por las maravillas que Dios obró en María. Esta advocación de la Virgen, es un llamado a imitar su belleza interior, huyendo del pecado, viviendo en la gracia de Dios y cumpliendo su voluntad.
La Virgen María Asunta al cielo es la clara manifestación de la dicha de estar para siempre en la presencia de Dios, anticipo del destino feliz de los que reconocen a María como madre. El hecho que ella, sencilla criatura humana, viva ya en la gloria de Dios, es signo que, un día, también nosotros podremos seguirla. Por eso, el prefacio de esta Eucaristía, la define “figura y primicia de la Iglesia”, el primer eslabón de esa inmensa cadena de creyentes a los que Dios reserva la vida eterna, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo.
La fe, en el Señor resucitado, da razón de la esperanza que hay en lo hondo de nuestro corazón, de un horizonte de felicidad sin fin y el conocimiento inmediato de Dios. La gloria de la Virgen Asunta se vuelve el grito de esperanza de los que creemos que nuestro ser humano no queda reducido a una tumba. El júbilo de María, se vuelve canto de la humanidad entera, que se complace en ver al Señor inclinarse sobre todos nosotros, simples criaturas, para llevarlos al cielo.
Nuestro destino final será una explosión de Vida y la muerte nunca más tendrá poder sobre ella. La lucha entre la vida y la muerte, la gracia y el pecado está representada en la grandiosa escena de Apocalipsis. En el pasaje que hemos escuchado, el dragón que está al asecho “la joven mujer” “para devorar a su hijo. Pero el niño fue llevado ante Dios”. Y será Cristo, este niño, que con su talón pisará la cabeza de la serpiente, el demonio, venciéndolo definitivamente.
Si el Señor pudo hacer tantas maravillas en María, joven y humilde campesina, es porque ella dijo “sí” al plan de salvación de Dios, fue la primera en acoger y tomar en sus brazos al Hijo de Dios y fue también la primera en ser llevada al cielo en su totalidad, cuerpo y alma.
En toda la Iglesia en el mundo hay una gran devoción a Santa María Asunta al cielo y, en nuestro país, es venerada especialmente bajo la advocación de la Virgen de Urkupiña. Muchos devotos peregrinan a su santuario desde todas las regiones del Occidente, el Oriente y los Valles. A raíz de tanta veneración, en 1998 fue nombrada, por el gobierno, “Patrona de la Integración Nacional”, reconociendo, de esta manera, su misión de madre que reúne, en una sola familia, a todos los hijos de los distintos departamentos de Bolivia.
En verdad, necesitamos integrarnos más en nuestro país, porque todavía hoy persiste un clima de enfrentamientos y tensiones a nivel social y político que amenaza dividirnos y disgregarnos. Nuestra “Patrona de la Integración Nacional”, nos anima a romper las cadenas de resentimientos, venganzas, sospechas, discursos violentos y actitudes intransigentes y a buscar el acercamiento y diálogo verdadero, en el respeto, la escucha y la aceptación del otro en vista a encontrar soluciones pacíficas y concertadas.
Solamente unidos podemos soñar un país renovado, que tenga las fuerzas y energías de responder a los grandes desafíos actuales, como demoler los muros que nos dividen, implementar una justicia independiente y un clima de paz, superar la pobreza, cuidar y respetar a la hermana “madre tierra”, incrementar las fuentes de trabajo y favorecer condiciones de vida digna para todos los ciudadanos, sin discriminar a nadie.
El misterio de Santa María Asunta, no solo guía nuestro peregrinar en la tierra, sino también nos echa luces sobre nuestro destino final, el interrogante fundamental de nuestra existencia. En algún momento de nuestra vida, seguramente nos hemos puesto preguntas como estas: ¿Qué pasa después de la muerte? ¿Todo se acaba o habrá otra vida? En lo íntimo de nuestro ser tenemos la esperanza de que nuestra vida no termine con la muerte y que luego despunte una nueva aurora.
María Asunta al cielo, es el testimonio elocuente de que la muerte ya ha sido vencida por Cristo; la muerte es tan solo el paso de nuestra vida pasajera en este mundo, a menudo marcada de esfuerzos, dolores y lágrimas, a la vida eterna en la comunión con Dios, donde se goza de la felicidad plena y la paz. Este es el mensaje esperanzador que ella nos da: nuestra destinación final no es un sepulcro sino el cielo, destino que se juega en base a la respuesta que damos al Señor en nuestra vida terrenal. Si seguimos el ejemplo de la Virgen María, diciendo sí a Dios y cumpliendo fielmente su voluntad, entonces se abren también para nosotros las puertas del Paraíso, pero, si nuestra respuesta es no, solo nos queda el abismo de la nada y de la privación de Dios para siempre.
Hermanos y hermanas, a nuestra Madre Asunta al Cielo y que allá nos espera a todos, elevo a nombre de ustedes, esta breve invocación con total confianza y cariño: “Virgen de Urkupiña, Madre de la Integración Nacional, danos días de reconciliación y de paz en nuestro país, vigila nuestro caminar hacia la unidad y ayúdanos a decir nuestro sí a tu Hijo para encontrarlo, un día, en la alegría eterna del Cielo”. Amén
Fuente: Campanas – Iglesia Santa Cruz