6º Domingo en Tiempo Ordinario – 13 de febrero del 2022
Felices ustedes
Queridos hermanos,
No sé qué piensan los economistas sobre esto: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! … Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!» Pues una de las grandes preocupaciones es cómo superar la pobreza que sufren muchos, y cómo promover un mundo más fraterno y solidario.
Hay una evolución en la Biblia sobre el tema de la riqueza. En el libro de Génesis leemos: “Abrám tenía muchas riquezas en ganado, plata y oro” (Gen 13,2). Fue así bendecido porque obedecía a Dios. La riqueza de Abraham es como un anticipo de la tierra prometida que mana de leche y miel para el Pueblo de Dios. A cambio de la fidelidad con el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, y por cumplir la Ley del Señor, uno espera que sea bendecido con prosperidad y prestigio.
Hay un problema con esta idea. Algunos, al ser prósperos, se creen bendecidos por Dios, aunque se hayan enriquecido explotando a los pobres, o a través de alguna actividad ilícita. También, si alguien es pobre, es fácil decir que Dios lo ha maldecido por algún motivo. El libro de Job intenta explorar esta cuestión: El primer versículo del libro dice que Job “era íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal” y versículo 3 dice que “Este hombre era el más rico entre todos los Orientales.” Luego pierde todo por una apuesta entre Dios y el diablo, de la cual nunca se entera Job. Vienen sus amigos argumentando que había pecado contra Dios y por consiguiente ha sido castigado. Sin embargo, es inocente; en su sufrimiento reclama a Dios que le dé explicaciones, y Dios, cuando finalmente responde, indica que Job no tiene el derecho de cuestionar a su Creador.
Job es de alguna manera un precursor de Jesús quien, siendo no solamente inocente, sino Hijo del Altísimo, sufre hasta morir en la cruz. En otros momentos, escucha la voz del Padre celestial diciéndole: “Tu eres mi Hijo, al Amado”, pero esta voz no se escucha en la cruz, sino después en la resurrección.
Jesús no consideraba la riqueza como una bendición, sino un peligro: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, … No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24). “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mt 16,26). Cuenta parábolas como la de Lázaro en el cielo y el Rico en el infierno, donde dice algo muy similar al Evangelio de hoy: “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.” (Lc 16,25). A fondo, condena al rico por su falta de compasión y solidaridad. Quien cierre su corazón al pobre, necesariamente lo cierre a Dios.
Jesús optó por vivir en pobreza, y en su ministerio, optaba por anunciar la buena nueva a los pobres, aunque también curó al hijo del centurión. Su filosofía, o, mejor dicho, su sabiduría se resume así: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33).
¿Cuál es nuestra filosofía? Para muchos parece: enriquecerse como sea: , explotación laboral, destrucción del medio ambiente, contrabando, narcotráfico, corrupción, etc. Si los cuestiona, hablan de la derecha contra la izquierda, para desviar la atención de sus pecados, y para ver al otro, no como un hermano para amar, sino como un enemigo a vencer. Al fin de cuentas, ¿qué diferencia hay entre el capitalismo despiadado y el socialismo centralista? En las parábolas de Jesús, ambos terminan en el infierno, porque priorizan su poder por encima de las personas. Ambos esclavizan a los pobres. Ambos se caracterizan por corrupción y los sucios juegos de poder. Ambos odian al otro y le echa la culpa por todos los males. Ni al uno ni al otro le interesa el Reino de Dios y su justicia.
En la Encíclica “Fratelli tutti” (Hermanos todos), el Papa Francisco afirma que “Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial» Obviamente, esto no es socialismo. También dice: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente.” Es un no al capitalismo.
Dedica un capítulo en esa encíclica a “La mejor política”, que empieza diciendo: “Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común.”
Por un lado, el Papa cuestiona los populismos y las distorsiones que hacen de la palabra “pueblo”; por otro lado, rechaza visiones liberales para luego proponer “una caridad social y política”. Francisco escribe: “Pienso en «una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas». Ante tantas formas mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que «la grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo.” Este compromiso lo llama “amor político”.
Por cierto, hace falta este amor político en Bolivia en vez de las malintencionadas venganzas políticas que vemos ahora. Mientras tanto: “¡Feliz el hombre que no sigue el consejo del malvado, ni se detiene con los pecadores, y se complace en la ley del Señor!” Y “¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! … ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!”.
Fuente: Iglesia Viva