La Paz

Mons. Eugenio Scarpellini: “La justicia que Dios quiere es el amor”

Es la afirmación de Mons. Eugenio Scarpellini, Obispo de la Diócesis de El Alto y Secretario General de la CEB, en su homilía este domingo a propósito de las lecturas que proponía la liturgia y de su reflexión sobre las deficiencias de la administración de justicia en nuestro país.

VI DOMINGO DURANTE EL AÑO


La justicia que Dios quiere es el amor.

Queridos hermanos, Permítanme empezar la reflexión del día de hoy partiendo de unos hechos a los cuales hemos asistido esta semana. Altas autoridades del Estado han puesto el dedo en la llaga de la justicia boliviana acusándola de corrupta y que no ha sido suficiente vestir los jueces de trajes típicos para salir del problema. Es la admisión de un mal gravísimo que vive nuestra sociedad.


Por otro lado, la gran mayoría de la gente manifiesta no cree en la imparcialidad de la justicia y piensa que solo está al servicio de quien tiene o poder o dinero.
Si pensamos que la justicia tiene como misión defender la verdad y proteger a los inocentes, nos damos cuenta que la corrupción es el cáncer más peligroso porque vilmente desconoce, desecha la verdad y hace sufrir, sin piedad, a los inocentes.
Pero no podemos quedarnos tranquilos solo con apuntar el dedo contra jueces y magistrados; es más honesto ver esta situación como el reflejo, el espejo de una situación que afecta la vida de toda la sociedad y tiene sus raíces en un decaimiento de los valores éticos en nuestra vida. ¡Cuántos de nosotros piensan que ser honestos, no paga! ¡Qué el mundo es de quien se aviva!


La solución no está en el cambio de personas, en la multiplicación de las leyes o de los mecanismos de control o en aumentar las sanciones. Es necesario un corazón nuevo y una conciencia apegada a la verdad.

Es lo que nos propone Jesús en la liturgia de la Palabra de hoy.


El texto del Evangelio de Mateo que hemos proclamado hace parte del discurso de la montaña, donde Jesús traza las características fundamentales del Reino del Padre y el estilo de vida del discípulo. La formulación “acuérdense que se les dijo…” “pero Yo les digo” quiere marcar fuertemente el cambio de estilo, la nueva espiritualidad para quien quiera seguirlo. Los temas propuestos son el homicidio, el adulterio, el divorcio y los juramentos. Pero el Evangelio empieza con Jesús que dice: “No he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento”. El Antiguo testamento es y queda Palabra de Dios. Jesús no rechaza el Antiguo Testamento, sino la interpretación legalista de los escribas y fariseos que en lugar de ayudar a vivir la fidelidad a Dios, con alegría y gozo, se limitaban a juzgar y condenar.


Con esta lógica es suficiente decir: “No he matado a nadie, no soy adultero, no juro en falso” para sentirse bien y estar tranquilos. Pero:


– ¿A caso la calumnia y la mentira en contra de un hermano non es matarlo?


– ¿A caso conseguir y vivir de ganancias ilícitas no es matar al más pobre?


– ¿A caso aprovechar la necesidad de trabajar de un hermano para retribuirle con un injusto salario o explotarlo, no es matar su dignidad?


Los escribas y fariseos, observantes estrictos de la ley, muchas veces, se quedaban en la exterioridad, por eso se merecieron la acusación de Jesús de “hipócritas”; por eso el mismo Jesús invita romper esta cadena perversa; el nos propone los mandamientos en su radicalidad y verdadero significado para orientar todo los actos de nuestra vida.

Jesús propone el camino de la justicia divina, que en ningún momento juzga y condena, sino que justifica, perdona y salva: es el camino de la caridad cristiana fundada sobre la conciencia que todos somos hijos del mismo Padre y hermanos en Cristo.
Somos discípulos fieles cuando no solo no matamos, sino cuando nos consagramos al amor para el prójimo; cuando no solo no traicionamos a nuestra pareja sino cuando nos consagramos al amor de esposos en plena y total donación; cuando no solo no mentimos o juramos el falso, sino cuando nos votamos a la verdad plena, aun en las pequeñas cosas.

Es en este sentido que Jesús entiende el “cumplimiento de la ley”: Él lo vive y nos lo revela: ha venido a sanar, perdonar, alentar, a dar esperanza. Reza por sus perseguidores, Inocente acepta ser juzgado y condenado por nuestros pecados.
Entonces, la vida del cristiano, del discípulo no se agota en el cumplimiento estricto de normas y leyes, sino en la adhesión total de la conciencia y del corazón a Dios, a aquel Dios que nos ama y que ha mandado a su Hijo para salvarnos y para que tengamos vida. La experiencia del amor de Dios nos permite asumir el gran mandamiento recordado por Jesús: “Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y Jesús continúa: “De esto dependen toda la ley y los profetas” (Mt. 22,37-40).


Por eso Jesús nos invita a pasar del legalismo a la ley del amor, del sentido común a la locura de la cruz, porque la perfección de la ley se encuentra en la interioridad del hombre, en el amor al hermano, en la caridad.

Al comienzo del Evangelio, Jesús nos invita a cumplir y enseñar este nuevo estilo de vida; a ser no solo discípulos. Por eso hermanos,


– Ha llegado la hora de tomar partido por Dios y su Reino y dejar atrás las motivaciones humanas oportunistas.


– Ha llegado la hora de asumir el “pero Yo les digo…” de Jesús.


– Ha llegado la hora de tomar la ley de la caridad y del amor como la gran esperanza para construir una verdadera justicia que defienda al inocente, a edificar un mundo mejor, más humano y más fraterno.

Sólo así podremos volver con gozo nuestra identidad de hijos de Dios, recorrer los caminos del mundo como discípulos y misioneros de Jesús.