La Paz

Mons. Eugenio Escarpellini: “Todos los bautizados somos misioneros y constructores de la paz” 07-07-2013

Mons. Eugenio Scarpellini, Obispo auxiliar de la Diócesis de El Alto y Secretario general de la CEB, reflexiona sobre la vocación misionera de todos los bautizados en el contexto de las lecturas de

Todos los bautizados somos misioneros y constructores de paz.

Los evangelios de estos últimos tres domingos tienen una relación estrecha y progresiva:

– hace dos domingo se nos ha presentado la figura de Jesús (¿Quién soy yo para tí? Pregunta a Pedro);

– el anterior domingo hemos visto el llamado de Jesús (¡Sígueme!)

– y hoy Jesús nos envía a la misión que es justamente fruto del encuentro con Él y la vocación a seguirlo.

Jesús envía a los 72 discípulos: es fácil pensar que envía a casi todos los que estaban con Él. Los envía a pueblos y ciudades delante de Él, es decir adonde no lo conocen, a personas cercanas y lejanas.

De estas primeras reflexiones deducimos que la misión es responsabilidad de todos y que la misión debe conducirnos a las personas de todo el mundo.

Nos preguntamos hoy: ¿quiénes son los misioneros? ¿a quienes están enviados?, ¿qué hay que anunciar?.

A veces escucho la gente que me dice: Padre, nos visitan los hermanos evangélicos, ¿porqué los católicos no nos visitan? “Pero tú eres católico, ¿porqué no visitas a tus hermanos? Pensamos que los misioneros son los quienes vienen de otros países, las hermanitas o, a lo mejor, los “parroquianos”.

Con mucha pena debemos admitir que no nos sentimos parte de la misión de Jesús, pensamos que al estar bautizados y casados por la Iglesia lo hemos cumplido todo. ¡Cómo es fácil tranquilizar nuestras conciencias al decirnos: “Estoy bautizado y entonces soy católico”. Pero, puedo estar bautizado, registrado en el libro de la parroquia y no ser cristiano. Seré un cristiano por cultura y no por compromiso.

El cristiano hoy es el discípulo misionero: por el bautismo somos todos hijos del Padre, discípulos y misioneros de Jesús. Ésta no es una opción libre, es parte de nuestra identidad, de nuestra naturaleza. Entonces, si por el bautismo somos hijos del Padre, al igual que Jesús, somos también continuadores de la misión de Jesús: anunciar el amor del Padre.

Entonces, a la pregunta ¿quiénes son los misioneros? Debemos responder que “somos todos nosotros, los que estamos aquí esta mañana, los que nos acompañan por los medios de comunicación, los que en comunidad escuchamos la Palabra de Dios y nos nutrimos al Cuerpo y Sangre de Jesús”.

¿A quiénes estamos enviados?

Miremos nuestras ciudades, nuestros pueblos y comunidades en el campo: ¡cuánta gente espera realmente una visita, un encuentro, un hermano que comparta su experiencia de fe, que les dé una palabra de aliento y de esperanza, la misma palabra de Jesús que sabía consolar y alentar!

Ampliemos nuestra mirada: Jesús mandó a sus apóstoles que hagan discípulos a todos los pueblos de la tierra. No podemos ser bautizados y sentirnos misioneros sin el deseo profundo que todos los pueblos del mundo conozcan y amen a Jesús. Es un deseo de universalidad. Creo que es hora también que nuestra Iglesia en Bolivia asuma el reto de enviar misioneros y misioneras al mundo entero.

Al mismo tiempo este corazón abierto al mundo debe impulsarnos a encontrar cada día el hermano que vive a nuestro lado: a nuestros familiares, al vecino de casa, al compañero de trabajo, al amigo de colegio o del club deportivo, al socio del sindicato, de la agregación social o del partido político. De manera especial, al igual que Jesús, debemos encontrar a los pobres, los que están en situaciones de desventaja, los que están en los hogares, a los pequeño y sencillos.

Nos hemos planteado una tercera pregunta. ¿Qué hay que anunciar? ¿Cuál es nuestra misión?

Debemos anunciar las maravillas que Dios ha hecho por nosotros en Cristo Jesús, quien ha dado su vida para perdonarnos y para que tengamos la vida plena en Él.

Y ¿Cómo hacerlo?

“Saluden anunciando la paz”. Es una actitud que va contracorriente. El misionero es un constructor y portador de paz. En un mundo donde la globalización, las asociaciones y las agrupaciones quieren hacerse más grandes e inclusivas constatamos que el virus del individualismo, del particularismo y de la división corroe el tejido de la sociedad. Este “virus” es el “pecado moderno” y quienes impulsan o lo favorecen por intereses personales o de poder, son los nuevos explotadores de los hermanos más sencillos, humildes y pobres.

En esta semana el Papa Francisco ha canonizado a Juan Pablo II y Juan 23. La preocupación y anhelo más grande de Juan 23 era la paz en el mundo. Frente a las amenazas de las guerras, de las divisiones, de los antagonismos ideológicos insistía siempre con “diálogo, diálogo,… busquemos siempre lo que nos une, no lo que nos divide”. Un país, una sociedad, una familia, un grupo dividido, van a la ruina.

La paz que nos da Jesús y a la cual nos asocia como constructores es fruto de la justicia, de la verdad, de la solidaridad, del perdón, del don de sí mismo; es fruto del amor que todo lo hace en bien del otro.

“Sanen a los enfermos y anuncien el Reino del Padre”. El compromiso del misionero es por los pobres: él no puede preocuparse del dinero o de los vestidos; debe dar gratuitamente lo que ha recibido gratuitamente. El misionero anuncia y regala la vida plena de Jesús, capaz de dar dignidad a toda persona marginada, de sanar las dolencias del cuerpo y del espíritu, de dar esperanza, aquella que no delude, que cumple todas las promesas porqué está fundada en Jesús, el Dios de la vida, el Resucitado.

Somos misioneros de la esperanza, con el testimonio de nuestra vida: esto es posible para todos; no son necesarias muchas palabras o grandes conocimientos. Lo realizamos con las personas que encontramos cada día de la semana, demostrándoles que Jesús ha cambiado nuestra vida, que estamos bien junto a Jesús, aun en el dolor; cuando compartimos con ellas un gesto de amor o transmitimos serenidad y paz.

Por eso, alimentados de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, con la fe puesta en Jesús, misionero del Padre, digamos: “Aquí estoy, mándame a mí”.