La celebración se realizó el Martes Santo. Monseñor Reimann, saludo a todos los sacerdotes de las parroquias del Vicariato Ñuflo de Chávez, a los hermanos y hermanas religiosas, a los seminaristas, y a los representantes del Pueblo sacerdotal, los laicos presentes en esta celebración.
Saludo y dio la bienvenida a los nuevos sacerdotes: al P. Antonio Song, P. Juan Baran, y al P. Roberto Hof, al P. Hugo Carrasco, OFM que se integran a la fraternidad sacerdotal del Vicariato.
En estos, día pasados cumplieron años: El P. Miguel Kaczor, P. Pascual Opimy, hoy cumple años el P. Roberto Ayala, y mañana el P. Adalid Ordoñez.
Este día también el P. Sixto Gajda, celebra el aniversario de su ordenación sacerdotal. Junto con ellos damos gracias al Señor por el don de la vida y de la vocación sacerdotal para que sigan desempeñando su ministerio con alegría;
No queremos olvidar de los que nos precedieron a la vida eterna, sobre todo el P. Henry Masías, y nuestros familiares, sobre todo de José Stempniowski, papá del P. Casimiro, y de María Uraezaba, madre de la Hna. Gladys de Ascensión de Guarayos
También tenemos presente al Mons. Jesús Pérez, arzobispo emérito de Sucre, fallecido el día 23 de marzo en Cochabamba.
En su Homilía dijo:
VER
A causa de la pandemia, La ultima Santa Misa Crismal hemos celebrado el día 3 de noviembre del año pasado en la parroquia de San Martín. Hoy damos gracias al Señor por reunirnos nuevamente para esta liturgia, en la cual los sacerdotes renovarán sus promesas sacerdotales y se bendecirá los oleos, y consagrará el crisma.
Lastimosamente la pandemia no ha terminado, y parece que se ha agudizado nuevamente en algunos departamentos. Por otro, lado la emergencia de un nuevo ciclo de crisis social y política, nos han hecho caer en la cuenta que existe otro virus dentro de la sociedad. Si el primer virus, llamado corona virus es una amenaza a la vida natural, el otro es una amenaza a la vida en la verdad y en la justicia, en la vivencia de los DDHH.
Sabemos que primer virus se combate con un kit de medicamentos, con las medidas de bioseguridad y con el reposo. ¿Pero Cómo podemos combatir el virus de la mentira y de la injusticia, que tiene su origen en la desobediencia a Dios, y por eso se extendió a toda la humanidad?
JUZGAR
Jesús en la sinagoga de Nazaret nos muestra el camino para acabar con este virus del pecado cuando dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, y proclamar la liberación a los cautivos, a dar la libertad a los oprimidos, a proclamar un año de gracias del Señor” (Lc 4, 16-219).
Y por esta razón el libro de Apocalipsis en la segunda lectura nos invita a depositar toda nuestra confianza en Jesucristo, que nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre (Ap 1,5).
Sabemos que para continuar esta purificación de nuestros pecados, y liberación a los oprimidos por el pecado, Jesús instituyó el sacramento de la reconciliación que brota directamente del Misterio Pascual. Recordemos como Jesús Resucitado se apareció a los apóstoles y les dijo: “Reciban el Espíritu santo, a quienes perdonen los pecados les quedarán perdonados”. El ministerio de Reconciliación es un auténtico tesoro, que en ocasiones corremos el peligro de olvidar, por pereza o por vergüenza, pero sobre todo por haber perdido el sentido del pecado, que en el fondo es la pérdida del sentido de Dios – nos dijo el Papa Francisco.
ACTUAR
Por la pandemia, en este año el jueves Santo, no se llevará a cabo el rito de lavatorio de los pies. Sin embargo como ministros ordenados, siendo embajadores de Dios en la obra de reconciliación (2 Cor 5, 17-20), no olvidemos lo que este rito significa: purificar al Pueblo de Dios de sus pecados, y alimentarlo con el Pan de la Palabra de Dios, y con el Pan Eucarístico que es el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Esta es nuestra primera misión como sacerdotes.
Y la otra gran misión que el Señor nos ha encomendado, nos lo recuerda el Papa Francisco en este año dedicado a San José, Patrono y Guardián de la Iglesia:
En primer lugar San José es un padre que acoge: “superada toda rebelión y dejando a un lado sus legítimos planes personales, amó y acogió a María y a Jesús, una esposa y un hijo muy diferentes de la visión de la vida familiar que él podía desear, pero por ello tanto más apreciados y amados por él”. En otras palabras, José no buscó explicaciones para la sorprendente y misteriosa realidad a la que se enfrentaba, sino que la acogió con fe, amándola tal como era.
Es en ese sentido, San José es un maestro de vida espiritual y de discernimiento, y así, se lo puede invocar para que “libere de las ataduras de demasiadas reflexiones en las que a veces acabamos perdiéndonos, incluso con las mejores intenciones”. Por ejemplo, cuando un sacerdote que llega a “una nueva parroquia” – llega a una comunidad que “le preexiste”, que “tiene su propia historia, hecha de alegrías y de heridas, de riquezas y de pequeñas miserias”. No puede ser ignorada esta historia en nombre de ideas y de planes pastorales personales.
San José es también un padre que custodia, y esa es una tarea que vivió “con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aún cuando no comprende”. También con “atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio”.
Para todo sacerdote que se inspira en la paternidad de San José, custodiar “significa amar con ternura” a quienes les han sido confiados, “pensar ante todo en su bien y en su felicidad, con discreción y con perseverante generosidad”. Se trata de “una actitud interior” que lleva a “no perder nunca de vista a los demás”, evaluando “cada vez” cuándo hay que retirarse y cuándo hay que hacerse próximos, y manteniendo siempre “un corazón vigilante, atento y orante”, como el del pastor, que nunca abandona a su rebaño: “se coloca en una posición diferente en relación a él según las necesidades concretas del momento: adelante para abrir el camino, en medio para alentar, atrás para recoger a los últimos”.
Un sacerdote está llamado a esto en su relación con la comunidad que le ha sido confiada, es decir, a ser un custodio atento y listo para cambiar, según lo que la situación requiera; a no ser “monolítico”, rígido y como enyesado en un modo de ejercer el ministerio que quizás sea bueno en sí mismo, pero que no es capaz de captar los cambios y las necesidades de la comunidad.
Cuando un pastor ama y conoce a su rebaño, “sabe hacerse el servidor de todos”, recuerda el Papa Francisco: no se pone a sí mismo y a sus propias ideas en el centro, sino el bien de aquellos a los que está llamado a custodiar, evitando las tentaciones opuestas de la dominación y la despreocupación.
Ser custodio de la Iglesia local, significa también ser custodio de la Iglesia doméstica que es la Familia. Hagamos todo lo posible para acercarnos también a las Familias que están en nuestras parroquias, acogerlas, y animarlas, para que no dejen de educar cristianamente a sus hijos. Esta pre catequesis es fundamental en la vida de los hijos, para que la catequesis impartida en la parroquia, les introduzca a la familia espiritual que es la Iglesia, y permanezcan en ella siendo testigos del Señor.
Pidamos por intercesión de San José, en esta Misa Crismal y siempre, que no nos cansemos a seguir a Cristo que nos purifica de nuestros pecados, celebrando con devoción el sacramento de la Eucaristía y de reconciliación, y que en el nombre de Cristo sepamos acoger a los hermanos que él Señor nos ha confiado, y servirles como Cristo nos ha enseñado. Amén.
Fuente: Iglesia Viva – El Mensajero