Análisis Cochabamba

Miguel Manzanera SJ: María de Urkupiña, Madre de la Familia de la Iglesia

Bolivia, al igual que otros países latinoamericanos, recibió a través de los misioneros católicos una profunda fe cristiana y al mismo tiempo mariana. Prueba de ello son las numerosas advocaciones con las que la Virgen María es venerada por el pueblo sencillo y también por todas las clases sociales. Especial relevancia ha adquirido en las últimas décadas la Virgen de Urkupiña, en su sede de Quillacollo, población cercana a Cochabamba, siendo su fiesta principal el 15 de agosto, día de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos.

Mons. Genaro Prata (q.e.p.d.), entonces Arzobispo de Cochabamba, tuvo la feliz iniciativa de nombrar “Patrona de la Integración Nacional“ a la Virgen de Urkupiña. Esta propuesta fue aceptada en 1985 y se declaró como fiesta como el “Día de la Integración nacional”. Esta proclamación ha adquirido gran actualidad con la nueva Constitución Política del Estado Plurinacional que considera a Bolivia, como país multiétnico, pluricultural, plurinacional y multilingüe. Esa diversidad enriquece la convivencia, pero al mismo tiempo puede ser un peligro real de enfrentamientos entre distintos grupos, movimientos e ideologías sociales.

Un remedio espiritual efectivo para contrarrestar esa amenaza es la veneración sincera y profunda a la “Mamita de Urkupiña”. Como magnetizados por un imán espiritual, acudimos a venerarla centenares de miles de peregrinos de distintos lugares de Bolivia y también residentes en otros países. El flujo de visitantes ha crecido en los últimos años a pesar de los ya crónicos problemas sociales y políticos que atraviesa Bolivia.

Cientos de miles de fieles peregrinan al santuario de la Virgen, al Calvario y al cerro de Cota. Muchos lo hacen movidos por su fe, sacrificándose la peregrinación, como rito penitencial para solicitar la clemencia divina a través de la Virgen María, Madre de la misericordia. La fiesta de la Virgen de Urkupiña también atrae a personas estudiosas que investigan el fenómeno religioso en sus múltiples facetas folclóricas, sociales, culturales y espirituales por ser el acontecimiento religioso más importante de Bolivia.

Sin embargo un gran desafío para la Iglesia es la erradicación del comercialismo, alcoholismo y erotismo, entre otros peligros que contaminan esta fiesta religiosa. Por eso es preciso cristianizar sus elementos populares. El rito de arrancar una piedra del cerro y llevarla en préstamo debe ser vivido como un símbolo sacramental que recuerda la promesa que hicimos a la Virgen de ser fieles seguidores de Jesús y miembros de su Iglesia.

Los cristianos estamos llamados a ser piedras vivas en el edificio de la Iglesia: “Acercándonos a Cristo, piedra viva, desechada por los hombres pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros como piedras vivas, ¡entrad en la construcción del edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios, por mediación de Jesucristo!” (1 Pe 2, 4-8).

La piedra que los devotos recogemos en el cerro de Cota y llevamos a nuestras casas no es un talismán mágico, sino un recuerdo del encuentro con el Señor y la Virgen María que nos llaman a la conversión y a la participación activa en la misión de la Iglesia. Según el libro del Apocalipsis: “El que tenga oídos, oiga lo que dice la Rúaj (Espíritu) a las Iglesias: Al vencedor le daré maná escondido; y le daré también una piedrecita blanca y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe” (Ap 2, 17).

Esa señal de la Mamita de Urkupiña debemos recibirla con gratitud, ya que Ella al pie de la cruz fue constituida como Esposa del Redentor y, por lo tanto, Madre de los discípulos y de toda la Iglesia. La piederecita blanca es la señal de identidad filial que la Rúaj Santa, a través de María. Ésta, como verdadera Madre humana espiritual, establece una relación maternal con cada uno de sus hijos: “Quien no renazca de agua y de Rúaj no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 5).

A través de Ella los cristianos estamos llamados a construir la única Iglesia de Jesucristo (Jn 17, 21), superando así el escándalo de la división (Jn 13, 35). La Madre del Salvador invita a todas las personas del campo y de la ciudad, de las distintas etnias y lenguas, a varones y mujeres, a jóvenes y ancianos, a obreros y empresarios, a pobres y ricos, a unirnos con ella en el cántico de Alabanza al Todopoderoso cuyo nombre es Santo (Lc 1, 49). Aceptemos esa invitación de María a ser sus hijos y, cobijados bajo su manto, comportémonos fraternalmente para formar parte de la Familia Divina Trinitaria.