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MENSAJE DE MONS. JESÚS PÉREZ RODRÍGUEZ, A LA ASAMBLEA DE OBISPOS

“Estén siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manténganse en pie ante el Hijo del Hombre” (Lc 21,36).

Esta llamada de Jesucristo, resonará reiteradamente en el tiempo de Adviento que iniciaremos, Dios mediante, el dos de diciembre y, de manera especial debiera ayudarnos en esta asamblea tan importante en la que se elegirá una nueva directiva y se atenderá a los diferentes compromisos que cada uno debemos asumir en espíritu de fe.
Mi primer saludo lo dirijo con afecto de hermano en comunión episcopal, a Su Eminencia Mons. Julio Cardenal Terrazas quien por los inescrutables designios del Señor no está presente, para presidir esta asamblea y despedirse como Presidente de nuestra amada Conferencia Episcopal Boliviana. En estos momentos le saludo fraternalmente y le deseo una pronta recuperación, como también las súplicas  fervientes. A él la gratitud más profunda por el gran esfuerzo que ha hecho durante largos años siempre para acompañarnos, sobre todo en su labor de Presidente de la CEB, con su visión previsora, su palabra profética en la misión de guiar a nuestra Iglesia en los variados y difíciles escenarios de la historia de nuestro país.
Saludos cordiales al representante del Santo Padre, el Sr. Nuncio, Su Excelencia Mons. Giambattista Diquattro. Su persona tan cercana a esta conferencia reaviva la comunión con el Santo Padre Benedicto XVI, Vicario de Cristo.
Me alegro de la designación del Padre Rastislaw Zummer, secretario de la Nunciatura, dándole una cálida bienvenida a Bolivia y a esta Asamblea. Mis augurios para que tu presencia sea para el crecimiento del Reino de Dios en Bolivia.
A Mons. Julio Maria Elías y a toda la Iglesia del Beni les hacemos llegar nuestra cercanía y nos unimos a sus sentimientos de pesar por la visita de la “hermana muerte” a Mons. Manuel Eguiguren que, le llevó a la casa del Padre. La conferencia recordará los grandes servicios que prestó con tanto celo pastoral, en especial por su testimonio valiente del amor de Cristo hacia los pobres.
Saludo con profundo afecto de hermano a todos los obispos presentes y, a los ausentes por causa de salud. Para todos mi oración. Mi gratitud para todos por haberme elegido Vicepresidente hace tres años y por su comprensión fraterna en este servicio que me ha tocado llevar adelante.
Nuestra felicitación y acogida fraterna a los nuevos obispos electos, Mons. René Leigue Cesari y Mons. Robert Herman Flock auxiliares de Santa Cruz y Cochabamba. Junto a esta felicitación les acompañamos los hermanos obispos con la oración.
Saludos con admiración a Mons. Oscar Aparicio quien inició en junio el servicio pastoral en la diócesis castrense. Felicidades y éxitos en tu nueva labor pastoral.
A la hermana Iglesia de Hildeshein, saludos cordiales, al cumplirse los 25 años de hermandad con la Iglesia de Bolivia. Así mismo, a la Iglesia de Tréveris que ha celebrado el jubileo de la Santa Túnica, en el peregrinar de la fe.
Saludos a todos los representantes de los diversos sectores del Pueblo de Dios, al Rector y formadores del seminario Mayor Nacional “San José”. Para todos mi mayor gratitud.
A todos los apreciados amigos y hermanos de la prensa escrita, radial y televisiva los saludo con afecto y les agradezco su constante cercanía con la Iglesia.
La asamblea tiene un gran reto: elegir en conciencia y con espíritu de fe a todos los hermanos que han de hacer posible que nuestra Conferencia aporte un valioso servicio a todas las Iglesias de nuestro país. Es necesario que todos en ambiente de oración asumamos con disponibilidad y generosidad los compromisos para los que seamos elegidos. “Mantengámonos en pie ante el Hijo del Hombre” (Lc 21,36), o sea, permanezcamos firmes en la fe. El Señor nos invita a seguir adelante con esperanza: “procedan así y sigan adelante”, “rebosen de amor mutuo y de amor a todos”, fortalézcanse internamente” (1Tes 3,12-13). Este debe ser nuestro programa para centrar nuestra vida, esta Asamblea y el Adviento, en el amor, para estar de pie ante Cristo.

EL AÑO DE LA FE
El 11 de octubre Benedicto XVI ha abierto el Año de la Fe. El Papa nos ha invitado a caminar juntos para renovar nuestra fe. Es un Año de gracia que el Señor regala a la Iglesia universal y a las Iglesias particulares para relanzarnos a anunciar el Evangelio con un espíritu renovado, para comprometernos más y más en la Misión Permanente como ha pedido Aparecida. Un año para tomar conciencia de que cada bautizado debe ser discípulo misionero de Cristo, el misionero del Padre.
Nuestro trabajo tiene que abocarse a buscar sugerencias y orientaciones que ayuden al pueblo de Dios a vivir la fe con nuevo entusiasmo. Hay que tener en cuenta lo que Benedicto XVI decía en su carta, Ubicumque et Semper: “ofrecer respuestas adecuadas para que la Iglesia entera se presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover una nueva evangelización”. Es necesario a todos reflexionar en lo que el Apóstol Pablo nos dice: “lo que cuenta es la fe, una fe activa por medio del amor” (Gal 5,6).

CONCILIO VATICANO II Y CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
En este Año de la Fe se nos invita a conocer y vivir en mayor profundidad los misterios de la salvación. Se nos convoca a volver al gran acontecimiento, al mayor evento eclesial de nuestro tiempo, el Concilio Vaticano II y a ponernos los mismos interrogantes de hace 50 años: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”. Al respecto Benedicto XVI nos ha dicho: “Fueron reconducidos al corazón de la respuesta, se trataba de recomenzar desde Dios, celebrando, profesando y testimoniando”. Por esto, lo más importante será que vivamos, celebremos y comuniquemos la fe. Benedicto XVI decía: “el Concilio es una llamada a descubrir la belleza de la fe” (Benedicto XVI, Audiencia general, 10 de octubre de 2012).
Junto al conocimiento del Vaticano II, el Papa invita en este año de la Fe a estudiar el Catecismo de la Iglesia, fruto del Concilio. Estos dos documentos: El Concilio Vaticano II y el Catecismo de Juan Pablo II nos ayudarán a “redescubrir la alegría de creer y reencontrar el entusiasmo en comunicar la fe” (Porta fidei 29).
Nos toca a los obispos en primer lugar promover el conocimiento y estudio del Catecismo de Juan Pablo II. Nos es sumamente importante  recordar lo que en 1962 decía el Beato Juan XXIII, “lo que principalmente atañe al Concilio es esto: que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiada y enseñada de forma cada vez más eficaz” (Juan XXIII: Gaudet Mater Ecclesia: n. 13). Esto es lo que se ha buscado a través del Catecismo de la Iglesia.
Como pastores de la Iglesia tenemos el gran desafío de plantearnos como lo ha hecho el último sínodo, el buscar nuevos cauces para transmitir: “la alegría de creer y evangelizar”. Frecuentemente nos ha dicho Benedicto XVI: “el cristiano ni siquiera conoce el núcleo central de la propia fe católica, del Credo, de forma que deja espacio a un cierto sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades que creer y sobre la singularidad salvífica del cristianismo” (Benedicto XVI, Audiencia general, 17 de octubre de 2012).

AL PUEBLO DE DIOS
Todos estamos llamados a volver a las fuentes de la fe, reviviendo el bautismo. Él es la raíz de nuestra fe. La fe es una virtud que Dios infundió a través  del Espíritu Santo en el bautismo. A todos se nos dio una vida nueva, la vida de hijos de Dios y no de esclavos.
El pecado esclaviza, como lo decía Jesús “no hay mayor esclavo que el que vive en el pecado” (Jn 8,34). Por ello, al revivir nuestra fe hemos de examinarnos sobre todo aquello que nos aleja de ser hijo de Dios. Trabajar para que la vida esté de acuerdo con la fe que profesamos.
El apóstol Pablo en su carta a los Gálatas señala con claridad meridiana cuales son las obras de la carne y cuáles del espíritu. Las obras de la carne son conocidas: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales les prevengo, como ya les previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley” (Gal 5,19-23).
Los frutos de la carne se  manifiestan no sólo en la existencia personal, sino también en la vida pública. Hay muchos aspectos negativos en nuestra sociedad que merecen ser iluminados y contrastados por el testimonio y el compromiso de los creyentes, me limito a señalar al problema de la droga, el abuso excesivo del alcohol y el aumento de la violencia en las calles de nuestros pueblos y ciudades.
Todas las fuerzas vivas de la Iglesia, de la sociedad y de las autoridades tenemos que reaccionar y unirnos para emprender acciones concretas y eficaces, en la prevención y en luchar en contra del expendio y difusión pormenorizada de droga en los colegios, que causa muchas víctimas inocentes entre los niños, adolescentes y jóvenes.
Por otro lado se extiende de manera muy preocupante la violencia organizada, pandillas, clanes y otros, que no reparan en victimar a personas indefensas. Hay otra forma de violencia que lamentablemente ha tomado ciudadanía en nuestro país, es la que se ejerce por grupos y sectores sociales  para canalizar sus reivindicaciones sociales.
En este contexto estamos llamados a dar testimonio de los frutos del Espíritu Santo, siendo defensores de la vida de los más débiles, sembrando la justicia, la esperanza y la paz. Defendiendo sobre todo la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. Y, especialmente, viviendo la fe porque “la fe en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo” (Porta fidei 7).  
Al inaugurar esta 94 asamblea de la Conferencia pedimos al Espíritu Santo a quién hemos invocado, por intercesión de nuestra Señora de la Esperanza, que ella nos ayude por la fe, a mirar el futuro con esperanza.

Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE
VICEPRESIDENTE DE LA CEB