Cochabamba Destacadas

Liturgistas de Bolivia se encontraron en Cochabamba. Aquí la ponencia de “Los sacramentales y Misión”

Liturgistas de Bolivia se encontraron en Cochabamba

Del 28 al 30 de mayo, en la Casa Cardenal Maurer, en la ciudad de Cochabamba; se celebró el Encuentro bienal de Delegados Diocesanos de Liturgia de la Iglesia en Bolivia. Se tomó como lema el n. 96 del V Congreso Americano Misionero: “Celebrar la Fe y la Fuerza Evangelizadora de la Religiosidad Popular”. 

Las ponencias del martes, 28 de mayo, fueron:

1. “Cristo Resucitado, Artífice de un Pueblo de Dios Universal” a cargo del Dr. Marcos Jenaro Mercado, secretario del área de evangelización de la Conferencia Episcopal Boliviana y encargado de la sección Liturgia, Música y Arte Sacro.
2. “Sacramentales y Misión” por Mons. Fr. Julio María Elías, obispo vicario apostólico del Beni.
3. “Criterios Litúrgicos para la Evangelización”, ponencia presentada por el Pbro. Miguel Limón.

La ponencia del miércoles, 29 de mayo, estuvo a cargo de Mons. Javier Del Río, obispo de Tarija: “Centralidad de la Eucaristía en la Vida y Misión de la Iglesia”

Mons. Julio María Elias tuvo la siguiente ponencia: “Los sacramentales y Misión”

LOS SACRAMENTALES Y MISIÓN

Para presentar este tema de “Los Sacramentales y Misión”, partimos de lo que la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida del 13 al 31 de mayo de 2007, nos pide: Ser discípulos misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El tengan vida.

Por el bautismo, que nos hizo hijos de Dios, hijos de la Iglesia, hijos de la Virgen María y herederos del Reino de los cielos, somos discípulos misioneros de Jesucristo, que tienen en cuenta que las dimensiones de discipulado y misión están íntimamente ligadas, de forma que uno no puede ser discípulo si no es misionero, como uno no puede ser misionero si no es discípulo. Jesús es bien claro en sus palabras a la gente y a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida” (Mc 8, 34-38).

Jesús resucitado, quien les ordena, según San Marcos: “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea se condenará” (Mc 16, 16), en su aparición en la tarde del primer día de la semana judía, les había dicho: “Como el Padre me envió, también yo los envío… Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (Jn 20, 21. 23).

1. La celebración del misterio cristiano

La palabra “Liturgia”, que significa originariamente “obra o quehacer público”, “servicio de parte de y en favor del pueblo”, en el Nuevo Testamento se emplea no sólo para designar la celebración del culto divino, sino también el anuncio del Evangelio y el servicio de la caridad.

La Constitución del Concilio Vaticano II “Sacrosanctum Concilium” sobre la Sagrada Liturgia (10) dice: “La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte, la Liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados “con los sacramentos pascuales”, sean “concordes en la piedad”; ruega a Dios que “conserven en su vida lo que recibieron en la fe”, y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.”

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice sobre la celebración del misterio cristiano: “En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la creación y de la salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción filial” (1110). “La obra de Cristo en la liturgia es sacramental porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo dispensa el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la liturgia celestial” (1111). “La misión del Espíritu Santo en la liturgia de la Iglesia es la de preparar la asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia” (1112).

2. Semejanzas entre los sacramentos y los sacramentales

Para entender las semejanzas y las diferencias entre los sacramentos y los sacramentales, partimos de lo que nos dice el Vaticano II en la “Sacrosanctum Concilium”: “La santa madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida” (60). “La Liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder, y hace también que el uso honesto de las cosas materiales pueda ordenarse a la santificación del hombre y alabanza de Dios” (61).

Por consiguiente, la primera semejanza es que tanto los sacramentos cuanto los sacramentales tienden al mismo término: la santidad. Los sacramentos producen esa santidad de modo inmediato y directo; los sacramentales la conceden de modo dispositivo; o sea, preparan, abren camino para recibir la santidad.

También, sacramentos y sacramentales son semejantes en cuanto que unos y otros tienen valor de signo: significan, simbolizan los efectos que mediante ellos se producen. Sacramentos y sacramentales buscan santificar las diversas circunstancias de la vida humana, haciendo de cada una de ellas ocasión para un encuentro del hombre con Dios. Encuentro en que el hombre le tribute culto y reciba la salvación.

Son, pues, los sacramentales una manera por la cual la Santa Iglesia hace llegar los beneficios de la Redención a todos los ámbitos de la vida cotidiana, aún a los más modestos, y contribuye así a realizar la consagración del mundo. Constituyen el lazo entre la vida cotidiana y el ámbito de la Redención. Extienden a la creación entera la irradiación de los sacramentos como un testimonio de la dimensión cósmica del misterio pascual. Cubren un amplísimo campo de la vida litúrgica de la Iglesia.

En pocas palabras, así como los sacramentos se ubican en esos momentos resaltantes de la vida humana, los sacramentales invaden los momentos cotidianos, humildes, múltiples de esa misma vida de la persona.

3. Diferencias entre Sacramentos y Sacramentales

Mientras los sacramentos son de institución divina, pues los ha instituido el mismo Jesucristo, los sacramentales son de institución eclesiástica, es decir, los ha creado la Iglesia.

Además, en cuanto a los efectos también hay diferencias. Los sacramentos producen la gracia “ex opere operato”, o sea, todo sacramento obra, tiene eficacia por el hecho de ser un acto del mismo Jesucristo; no obtiene su eficacia o valor esencial ni del fervor ni de los merecimientos ni de la actividad del ministro o del sujeto que recibe el sacramento. En cambio, los sacramentales obran “ex opere operantis Ecclesiae”, es decir, que reciben su eficacia de la misión mediadora que posee la Iglesia, por la fuerza de intercesión que tiene la Iglesia ante Cristo que es su Cabeza. Los sacramentales producen sus efectos por la fuerza impetratoria de la Santa Iglesia.

Resumiendo las diferencias:

• Los sacramentos son de institución divina, los sacramentales son de institución eclesiástica.
• Los sacramentos actúan “ex opere operato” (por sí mismos), los sacramentales “ex impetratione Ecclesiae” (por impetración de la Iglesia).
• Los sacramentos son signos de la gracia, los sacramentales son signos de la oración de la Iglesia.
• Los sacramentos tienen como fin producir la gracia que significan, los sacramentales sólo disponen para recibir la gracia (consiguen gracias actuales) y obtienen otros efectos espirituales.
• Los sacramentos son necesarios para la salvación; los sacramentales, no.

4. Diversas formas de sacramentales

El Catecismo de la Iglesia Católica, sobre las diversas formas de sacramentales, nos dice lo siguiente: 

• “Entre los sacramentales figuran en primer lugar las bendiciones (de personas, de la mesa, de objetos, de lugares). Toda bendición es alabanza de Dios y oración para obtener sus dones. En Cristo, los cristianos son bendecidos por Dios Padre “con toda clase de bendiciones espirituales” (Ef 1,3). Por eso la Iglesia da la bendición invocando el nombre de Jesús y haciendo habitualmente la señal santa de la cruz de Cristo” (1671).

• “Ciertas bendiciones tienen un alcance permanente: su efecto es consagrar personas a Dios y reservar para el uso litúrgico objetos y lugares. Entre las que están destinadas a personas —que no se han de confundir con la ordenación sacramental— figuran la bendición del abad o de la abadesa de un monasterio, la consagración de vírgenes y de viudas, el rito de la profesión religiosa y las bendiciones para ciertos ministerios de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.). Como ejemplo de las que se refieren a objetos, se puede señalar la dedicación o bendición de una iglesia o de un altar, la bendición de los santos óleos, de los vasos y ornamentos sagrados, de las campanas, etc.” (1672).

• “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf Mc 1,25-26; etc.), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf Mc 3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne llamado «el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse , antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno y no de una enfermedad (cf. CIC can. 1172)” (1673).

La religiosidad popular

También el Catecismo de la Iglesia Católica, finalizando el apartado dedicado a los Sacramentales nos presenta con el título “La religiosidad popular” lo siguiente:

• “Además de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc. (cf Concilio de Nicea II: DS 601;603; Concilio de Trento: DS 1822)” (1674).

• “Estas expresiones prolongan la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituyen: “Pero conviene que estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que estén de acuerdo con la sagrada liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos” (SC 13)” (1675).

• “Se necesita un discernimiento pastoral para sostener y apoyar la religiosidad popular y, llegado el caso, para purificar y rectificar el sentido religioso que subyace en estas devociones y para hacerlas progresar en el conocimiento del Misterio de Cristo. Su ejercicio está sometido al cuidado y al juicio de los obispos y a las normas generales de la Iglesia (cf Catechesi tradendae 54).

«La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así lleva conjunta y creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria, inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla. la Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, 448; cf Evangelii nuntiandi 48)” (1676).

 

Fuente: INFODECOM – Información de la Comunidad

Foto: Julio María Elía Montoya