Santa Cruz

Homilía del Cardenal Julio Terrazas, 07-04-2013

Muy amados y queridos hermanos, los presentes que son los valientes el día de hoy. No se  cómo han salido de sus barrios con mucho barro ¿a lo mejor nadando? Lo importante es que están aquí para decirle al Señor que también este problema que sufre gran parte de nuestra población, puede convertirse en un momento de reflexión para que entre todos podamos en un futuro estar listos para soportar los  embates de la naturaleza.

Nos unimos hoy en la oración de manera especial a todos esos centenares  y centenares de hermanos que aquí en los barrios de nuestra ciudad están soportando dificultares por las lluvias, nos unimos a los que está en el campo, a los que se han sentido incapaces de continuar viaje por los derrumbes y las dificultades que hay  en nuestras vías de comunicación. A todos queremos tenerlos presentes en esta celebración pascual.

Cuando les he dicho al comienzo: les deseo feliz pascua, algunos me miraron con cierta desconfianza ¿Será que pasó la Pascua? ¿Se acabó el domingo pasado? ¿Ya no podemos decirnos más que esa pascua continúe? Así era antes, hoy quisiéramos tomar con el impulso que nos da la palabra del Señor y con  el impulso que nos da el Santo Padre Francisco, hacer que la Pascua irrumpa y entre en nuestras vidas, en nuestros pueblos, en nuestra Iglesia y que seamos capaces de expresar siempre la alegría de estar con el Señor. A eso estamos invitados aún en medio de problemas.

Tenemos a esos miles de hermanos en Argentina que sufren por las inundaciones y por la violencia de las  tempestades, nos unimos a ellos y a ellos les decimos que desde aquí, desde esta tierra queremos que sientan nuestra solidaridad, nuestra oración y nuestra presencia efectiva también para llegar a todos los que están sufriendo allí, especialmente a tantos migrantes que han sido afectados.

Quisiéramos resaltar, para dar una palabra de esperanza, también al gesto extraordinario de  aquel papá que regaló su riñón para su hijito pero que en estos caminos de la historia a veces no todo sale como uno quisiera, sabemos que el niño Daniel ha muerto; Esto también lo colocamos en la dimensión dinamizadora de la Pascua. Esa Pascua que ha vencido a la muerte y al pecado y que sigue hoy también buscando espacio para hacerse presente  y eficaz, no para ser un mero recuerdo, un mero hecho histórico, una bonita sensación de que hemos celebrado lo mejor de la semana. Cuidado que nos estemos olvidando en la práctica que hay que ser discípulos no de las cosas que hunden a la persona sino discípulos de la vida que el Señor ha conquistado.

Este  domingo mis hermanos el Señor nos insiste mucho en la Paz. Es el regalo del resucitado, no es un saludito como decía el Papa esta mañana; No es una frase  hecha es el regalo del resucitado, el Don de Dios, la paz que exige también otra actitud  fundamental que la celebramos hoy con la  llamada fiesta de la misericordia pero que tenemos que ubicarla bien para que no sea un espacio más de supersticiones que nos llevan a hundirnos  cada vez más en la ignorancia y no a sentirnos como discípulos  que saben dar razón de su esperanza con argumentos claros y con testimonios valederos.

La Paz. Dos veces lo repite el evangelio de hoy. El domingo pasado el Santo Padre pedía a las naciones que trabajen por la paz y señaló concretamente el problema de las dos coreas pidiéndoles que resuelvan sus diferencias dialogando, que busquen palabras de acercamiento, espacios para poder dialogar y encontrarse. Pero nos encontramos frente a una amenaza que se ha hecho un verbalismo barato y antihumano de amenazar con una destrucción masiva no solo  a los que van a combatir sino a pueblos enteros  y a gente que no tiene nada que ver con estas guerras que no son más que búsquedas de poder para poder someter a los demás.

La Paz del resucitado ¿entrará también allí? ¿Será necesario que la escuchen? Es necesario que el mundo se sacuda. Estamos jugando con bombas atómicas, estamos jugando con signos de muerte, estamos entretenidos en ver cuál es  el primero que lanza una cosa así para destruir al otro. Sin embargo a nosotros creyentes  se nos pide y tenemos que hacerlo por misión: hablar de la paz, construir la paz y hacer de la paz el espacio donde realmente nos encontremos todos.

La Paz llena de vida, la paz llena de justicia, la paz llena de solidaridad, pero la paz del resucitado y no  la paz de aquellos que andan multiplicando sepulcros para enterrar a los que no piensan como ellos.

El Señor se aparece, entra al lugar donde están los discípulos y fíjense que en las dos apariciones, tanto la del primer día de pascua como la que aconteció a los ocho días, los discípulos estaban con las puertas cerradas, tenían miedo. Algunos de los discípulos habían  visto al Señor y habían hablado de ello. Ahora se les aparece el Señor y les muestra los signos de que es el mismo que fue crucificado y que  Él está vivo, cumpliendo lo que les había dicho que iba a resucitar al tercer día.

Reiteramos que los discípulos estaban con las puertas cerradas y tenían miedo pero cuando vieron al Señor sintieron alegría. Este es el proceso que también nosotros tenemos que vivir mis queridos hermanos, el miedo se apodera fácilmente de nuestras mentes, de nuestros corazones, de nuestras instituciones; el miedo también se puede apoderar de nuestra Iglesia y hacernos dejar de hablar de la vida para someternos a los que quizá andan sembrando muerte.

Tenían miedo pero después cando sintieron esa presencia del resucitado, esa presencia de la vida del Padre derramada en abundancia para bien de todos ellos, esa presencia transformante, auténtica y verdadera que no tiene engaños para nadie,  Sintieron alegría.

Y aquí está el texto que habla en dos momentos  de que estaban cerrados. Y el afán del Señor de abrirlos: Abran las puertas, no se encierren, no tengan miedo  y salgan. Les dio el Espíritu Santo, sopló  sobre ellos y les dio la fuerza y les dio sobre todo la base de aquellos que buscamos todos: La Paz.

La base para tener la paz es la misericordia, es el perdón. “Vayan, perdonen los pecados” les dijo el Señor. Ese es uno de los  frutos de la pascua, la capacidad de comprender que nuestro Dios destruye todo lo que es pecado en nosotros si nosotros nos dejamos convertir y purificar por  Él.

Pero la misión es “vayan” vayan y hagan los mismo, vayan a las calles, a las plazas,  vayan a los lugares donde  hay sufrimiento y dolor. Vayan, anuncien la paz y perdonen ustedes. Es una invitación  a la Iglesia entera a que nos convirtamos en instrumentos de perdón. El Santo Padre lo ha dicho en estos días, Dios no se cansa nunca de perdonar somos nosotros los que nos cansamos de perdonar. A nosotros nos cuesta, queremos que Dios nos perdone todo y a Él le pedimos y a lo mejor nos movemos y  vamos en grupos, en peregrinaciones, en devociones pero no somos capaces de perdonar al que nos ofende o al que está a nuestro lado.

Dios perdona siempre, somos nosotros los que no perdonamos. Y  mientras  exista esta mentalidad la luz de la Pascua no va a entrar nunca en nuestra conciencia y si no entra en nuestra conciencia no entrará  en nuestros hogares  ni en nuestra Iglesia ni en nuestra  sociedad  y entonces nos  convertimos en gente  que anda cayendo en la oscuridad de sus propias limitaciones o  en la oscuridad de sus propios quebrantos espirituales.

“Como el Padre me envió así los envío yo”. Esa es misión de la Iglesia. Estamos invitados hoy a vivir la pascua en concreto, no a llenarnos de flojera y decir: “bueno en la fiesta de la misericordia Él va a volver a perdonarme todo pero yo no perdono a nadie”. No mis hermanos. Es un camino que nos señala, es el regalo de Dios para que no nos quedemos mirándolo, para que no lo guardemos ni encerremos solo para nosotros, es el regalo de Dios  que debe impulsarnos para ir al encuentro de aquel que nos ofende, nos ha ofendido o a lo mejor piensa ofendernos.

¿Acaso no estamos colocando así los cimientos  de un encuentro entre humanos y no un espacio donde los humanos tratan de deshacerse unos de los otros?. Cuesta hacer esto mis hermanos, es difícil. Pero nosotros estamos viviendo la pascua y no tenemos que olvidarla.

Hoy lo principal es “La Paz esté con ustedes” pero también lo principal es: oigan, abran sus puertas y vayan, salgan, no se encierren. No queremos una Iglesia miedosa, no queremos una sociedad que no tiene conciencia de sus valores humanos, no queremos un mundo oscurantista, queremos un mundo abierto  que sea capaz de comprender las cosas que se viven hoy pero que también sea capaz de sembrar aquellas semillas del reino que tanto cuestan que se acepten pero que al final sus frutos son para todos.

Ya en el apocalipsis Juan nos va a decir que este caminar así, realiznado las Pascua no es fácil. Es lindo decir me encontré con el Señor, es hermoso y da gusto y da ganas de seguir siempre con Él, pero este Señor tiene sus secretos y si es verdad que nos encontramos personalmente nos va a decir: Oye Juan, Oye Pedro, Oye Santiago ¿Y el otro, aquel que está alejado, aquel que está sufriendo y aquel que te ha ofendido?

¡Cuánta enseñanza! para una sociedad como la nuestra que todo lo resuelve con los gritos, con los insultos, con las muertes, con los atracos; para una sociedad que se va acostumbrado a portar cadáveres por las calles en lugar  de sembrar vida y esperanza para todos.

A ellos y a nosotros la pascua nos pide que nos pongamos de pie, que caminemos como nos dice el Santo Padre, somos una Iglesia caminante, somos una Iglesia orante; Pero somos sobre todo una Iglesia con compromisos claros, netos, no ambiguos. Eso es Pascua mis hermanos.

Cuesta, claro que cuesta. Yo Juan hermanos de ustedes con quienes comparto las tribulaciones, comparto el reino y comparto la esperanza, nos dice Juan en el libro del apocalipsis.

“Yo Juan, hermanos de ustedes” y nos habla con claridad “comparto sus tribulaciones” comparto sus dolores, sus sufrimientos, los hago míos, yo también los siento como un camino de purificación y como un camino que nos va a llevar seguramente a la vida del Señor resucitado.

Él es el que descubrió al que es, al que era, al primero y al último, al resucitado, al viviente. Y eso nos lo comunica. Fíjense que el apocalipsis está escrito por las cosas que aún vendrán.

¿Y con quién se encontró él? ¡Con el viviente!. Nuestro destino no es un encuentro con el que mata, con la muerte, nuestro destino es encontrarnos con el viviente, con el lleno de vida.

Tenemos muchos desafíos pero tenemos también la alegría mis queridos hermanos de sentir la presencia del Espíritu en el Santo Padre. Francisco nos vuelve a dar la alegría, nos ha devuelto la sonrisa, nos ha dicho que somos la Iglesia del Señor, que no debemos tener miedo y ha repetido las palabras del maestro. Estamos llamados a no desanimarnos y todo tiene que servir para nuestra alegría. Por ejemplo ayer en esta Catedral ha habido una ordenación sacerdotal de un Padre Jesuita joven de nuestra región. Está el Padre Provincial de los Jesuitas aquí en esta celebración (P. René Cardozo)  eso también es un motivo de alegría y le queremos desear a ese joven no un apostolado profesionalizado a la manera  humana sino un testigo valiente del resucitado, del Cristo lleno de misericordia, del Cristo que nos enseña que debemos perdonar como nuestro Padre nos perdona a nosotros. Por allá va el fruto de un sacerdocio que es realmente el sacerdocio de Cristo.

Bueno mis hermanos, con la presencia del  Señor resucitado, con el empuje y el entusiasmo del Papa Francisco, no perdamos tiempo. Dejemos a los superficiales, a aquellos que no piensan sino en cosas externas, perderse con palabras duras y soeces insultado algunas insignias que llevaban los Papas pero este no las lleva entonces agradezcamos a Dios y no nos pasemos horas y horas en televisión o en radio hablando contra los zapatos del Papa, contra la cruz del Papa contra todo aquello, no es eso; el Papa no es ni esa cruz ni son los zapatos. El Papa es el representante de Cristo y Él tiene una misión, la misión de hacer que la Iglesia no tenga miedo y que la Iglesia abra sus puertas y que la Iglesia escuche también el clamor de los demás.

Y entonces vamos a tener ese prodigio que vivió la primera comunidad, una multitud seguí a los apóstoles, una multitud despertaba al mensaje de salvación que daban los apóstoles, una multitud se sanaba al pensar solamente en Cristo o al aceptar la palabra que venía a través de los discípulos, una multitud de nuevos fieles y de nuevos discípulos que traían sus enfermos, los ponían delante y se sanaban porque se encontraron con el Dios de la vida y no con el mito de la muerte, del odio o del rencor.

Les vuelvo a repetir queridos hermanos ya aquí en tierra Boliviana y desde esta Catedral a todos ustedes los fieles de Santa Cruz: Una feliz Pascua. Y  todos los fieles queridos y amados, queridos de Bolivia: Una pascua que se la lleva a la práctica para que podamos tener pronto en el país una paz auténtica y verdadera, no impuesta, no hecha de regalos ni de pactos sino una paz que nazca del corazón y la conciencia. Amén.

Oficina de prensa del Arzobispado de Santa Cruz.