Muy buenos días hermanos y hermanas:
Nuestro pensamiento en esta mañana se dirige a nuestro querido Pastor el Cardenal Julio que en la clínica se está restableciendo de sus dolencias, queremos decirle que estamos con él y que elevamos nuestra oración al Señor para que pronto se recupere y así vuelva a su servicio pastoral iluminado y generoso en nuestra Iglesia.
También un cordial saludo y nuestro agradecimiento a su Excelencia Monseñor Giambattista Diquattro y al P. Zummen, nuevo secretario de la Nunciatura, ellos han venido para visitar a nuestro pastor y para cumplir unos compromisos pastorales, esta mañana ha querido concelebrar esta eucaristía aquí con nosotros en la Catedral.
En este tercer domingo de octubre como ya es tradición la Iglesia también celebra el Domingo Mundial de las misiones.
Y este año el lema escogido por el Santo Padre es “Misioneros dela fe”. El Santo Padre con esta ocasión nos dirige un mensaje: Llamados a hacer resplandecer la palabra de la verdad, por tanto nos exhorta a ser testigos transparentes de Jesucristo, Él es la palabra de la verdad en un mundo donde la mentira sigue marcando las relaciones humanas en todos los niveles. Ser testigos y hacer resplandecer la palabra de la verdad.
El Santo Padre inicia su mensaje diciendo: “La celebración de la Jornada Misionera Mundial de este año adquiere un significado especial. La celebración del cincuenta aniversario del comienzo del concilio vaticano II, la apertura del Año de la Fe que todos hemos celebrado el domingo anterior y el Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización contribuyen a reafirmar la voluntad de la Iglesia de comprometerse con más valor y celo en la misión a todos los pueblos para que el evangelio llegue hasta los confines de la tierra.
Con estas palabas el Santo Padre nos está diciendo que hay una relación estrecha e intrínseca entre la fe y la misión. La fe que hemos recibido en el bautismo como Don de Dios y el compromiso de compartir este Don con los demás.
En la carta a los hebreos, acabamos de escuchar: Permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Permanecer firmes implica estar bien convencidos de nuestra fe, una fe que cada día tiene que ir en aumento y destacar para permear todo momento de nuestra existencia.
Solo si nuestra fe se vuelve vida, podemos confesarla, es decir, hacerla pública con firmeza y decisión, no solo reducirla a la esfera privada y familiar. A veces parecería que vivimos nuestra fe a nivel de nuestra familia y personal y tenemos que testimoniarla públicamente.
Por eso el Papa nos dice en esa misma línea: comprometernos con más valor y celo para que el evangelio llegue hasta los confines de la tierra. Valor y celo, porque si queremos ser cristianos coherentes y dar testimonio en público de nuestra fe, tenemos que dejar nuestras tristezas, nuestros miedos y tener el valor de enfrentar la incomprensión, el desprecio, la burla y hasta la persecución.
“Para que el evangelio llegue hasta la confines de la tierra”, es el mandato que el Señor Jesús al momento de su resurrección ha dejado a la Iglesia por medio de sus apóstoles. La misión es anunciar la buena noticia de Jesucristo nuestro único salvador en todos los tiempos y en todos los rincones del mundo.
Por eso nosotros decimos que la Iglesia existe para la misión, es su identidad, su razón de ser. Si no evangelizamos no somos la Iglesia de Jesús, los primeros cristianos, tanto a nivel personal como comunitario, así lo han entendido, eran todos misioneros y se lanzaron a la difusión de la fe en Jesucristo saliendo pronto de Israel y llegando en poco tiempo a todo el mundo entonces conocido.
De la misma manera también nosotros hoy deberíamos entender nuestro ser misionero y, de hecho, algunos hermanos salen de su familia y de su país para anunciar el evangelio. Laicos, voluntarios, religiosos, religiosas, sacerdotes… aquí también en nuestra arquidiócesis tenemos muchos de ellos y a ellos les agradecemos su generosidad y oramos para que sigan su misión. Sin embargo, no podemos olvidar que todos somos misioneros.
Ser creyentes es tener fe, por lo tanto es ser misionero, como nos dice también el lema del DOMUND “Misioneros de la fe”·.
Yo creo que esto lo hemos escuchado mucho desde la Conferencia General de los Obispos de América Latina de Aparecida en 2007, cuando se convocó a todos a ser: Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida.
Durante estos años se ha trabajado mucho en este tema, se nos ha ofrecido una gran oportunidad para tomar conciencia de la urgencia y necesidad de realizar nuestra fe, una fe que es verdadera solo si la compartimos con los demás, con los alejados y los que no conocen a Jesús en su vida.
Todos como parte de su vocación y su estado de vida, tenemos que comprometernos con la misión porque no podemos llamarnos cristianos si no somos misioneros. Aparecida dice: que nadie se quede de brazos cruzados.
Ser misioneros es ser anunciador de Jesucristo con creatividad y audacia en todos los lugares donde el evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido, en especial en los ambientes difíciles y más allá de nuestras fronteras.
Estas palabras “donde el evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido” creo que también valen para nuestro país. A pesar de que la mayoría se profesa cristiano notamos que hay una gran brecha entre la fe y la vida, entre la fe y la ética y la moral.
Decía que somos creyentes en algunos momentos de la vida, mientras vamos a la misa el domingo o estamos en el templo, cuando vamos a los santuarios, cuando nos acercamos a recibir algún sacramento o la bendición… pero muchas veces todas estas manifestaciones no se incluyen en nuestra vida cotidiana. Pensemos tan solo en las incomprensiones y divisiones al interior de nuestras familias; en los enfrentamientos y visiones que vivimos en nuestra sociedad. La única ley que está en vigencia es la ley del más fuerte, del que tiene más, del que más grita, hemos desterrado la convivencia civil, de la convivencia civil la gordura, la razón, el respeto de la dignidad, los derechos del otro, la solidaridad y la búsqueda del bien común.
Escuchaba en estos días a una alta autoridad de nuestro gobierno que declaraba que seguían los serios problemas en la administración de la justicia a pesa de los grandes esfuerzos realizados como editar nuevas leyes y cambiar a personas y añadía que hacía falta un cambio de mentalidad, que eso no era suficiente.
Para nosotros, creyentes, cambiar mentalidad es convertirse, no pensar según la lógica puramente humana de la utilidad o del poder, sino pensar conforme al pensamiento de Dios que es amor y servicio.
Y es lo que nos presentado el evangelio que hemos escuchado esta mañana, estamos ante el último diálogo entre Jesús y sus discípulos durante el camino a Jerusalén y su última catequesis antes de su entrada en la ciudad santa. El texto presenta un contraste claro entre lo que deseado por Santiago y Juan que piden estar sentados a la derecha o a la izquierda del Señor, es decir, tener un lugar privilegiado y, están pensado en el camino que les puede llevar al poder; Y contraste con la propuesta de Jesús que estaba hablando de estar dispuestos a entregar su vida junto con Él, porque le camino del discípulo no puede ser distinto del camino del maestro, es el camino del sacrificio de sí y de servicio total, Jesús se entregó totalmente a nosotros.
Por lo tanto ser misioneros de la fe es responder afirmativamente a la pregunta de Jesús: ¿Pueden beber del cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré? Es decir, ¿Pueden compartir su opción de humillación, sufrimiento y muerte, comprometerse por él y por su causa, ponerse al servicio del reino de Dios que es verdad y vida, santidad y gracia, justicia amor y paz?
Eso les está preguntando a los discípulos con esas palabras. Pueden ustedes gastar su vida para que esta buena notica llegue hasta los últimos confines de la tierra. Y esta pregunta nos la repite esta mañana a nosotros, cada uno debe dar una respuesta, nosotros que estamos llamados a hacer resplandecer la palabra de la verdad, claro que es una tarea ardua que nos espera, pero no nos podemos acobardar porque creemos firmemente en Jesús y en su promesa: Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. AMÉN.