Estamos en octubre el mes de las Misiones y del Rosario y hoy, día 7, se celebra la fiesta dela Virgen María Reina del Rosario, a la que se tiene mucha devoción y tantas personas cada día rezan esta oración, meditando al mismo tiempo los misterios centrales de la vida de Jesús.
Nos unimos a la Parroquia de Warnes que celebra su fiesta contando con la presencia de nuestro Cardenal, que aprovechará la ocasión para expresar sus palabras de esperanza a esa ciudad traumada por el grave hecho de violencia del viernes anterior, donde estuvieron involucrados policías encargados de nuestra seguridad.
También durante esta semana el Cardenal convoca a un buen grupo de sacerdotes diocesanos para un tiempo de comunión profunda y de reflexión sobre el ministerio sacerdotal.
Nos hacemos presentes también con nuestra oración en Roma junto al Santo Padre, Benedicto XVI y a los Obispos delegados de todos los países en la apertura del Sínodo sobre la Nueva Evangelización, conmemorando los 50 años del Concilio Vaticano II. Con este mismo propósito el Papa ha instituido el “Año de la Fe” que se inaugura el día jueves 11. Nosotros celebraremos la solemne Eucaristía de apertura el próximo Domingo 14 acá en la Catedral. De ambos eventos esperamos frutos abundantes para reavivar y transmitir nuestra fe y para un impulso renovador y misionero dela Iglesia.
El Evangelio de este Domingo nos dice que algunos fariseos se acercaron a Jesús para ponerlo a prueba, buscando un argumento para denunciarlo, y le preguntan «¿Es lícito al varón divorciarse de su mujer?» Ponen una pregunta desde el aspecto jurídico, ¿puede el varón divorciarse de su esposa?
Jesús responde con otra pregunta: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?» obligando a esos estrictos observantes de la ley a darse la respuesta: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella.» Jesús enseguida aclara que si Moisés tuvo que permitir el divorcio fue por la terquedad (esclerosis del corazón) del pueblo elegido, pero la voluntad de Dios es otra y se contrapone a lo que prescribió Moisés.
«Desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer». Jesús cambia el escenario, no se queda en el ámbito legal sino pasa al religioso y pone sus interlocutores ante el plan inicial de Dios acerca del matrimonio, conforme al relato de la creación del hombre que hemos escuchado en la 1ª lectura del Génesis. Esta escena se presenta con ellenguaje figurativo, por imágenes, propio de los pueblos semitas. Su finalidad no es científica ni filosófica, quiere transmitir un mensaje de fe y lo hace con un gran y estupendo mural. Dios, como un alfarero, toma la tierra y modela al varón, luego lo hace partícipe de su propio espíritu de vida, lo que marca su identidad y grandeza en relación a los demás seres creados.
Pero “no conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.» El proyecto originario de Dios ha creado al ser humano para la relación y para la comunión, para que estemos relacionados “no es bueno que el hombre esté solo”, estamos hechos para relacionarnos.
Qué tristeza también esta mañana mirando en el periódico, que nuestros hermanos de Colquiri que viven en el mismo pueblo, mineros entre ellos, familiares incluso que se hayan enfrentado nuevamente el dia de ayer con saldo de 23 heridos, 2 de ellos muy graves. Estamos hechos para relacionarnos, para dialogar y no para enfrentarnos. No es bueno que el hombre este solo, no podemos encerrarnos en nuestros propios intereses y egoísmos.
Ahora, si nosotros miramos bien, propiamente dicho, el varón no está solo, puede comunicarse con Dios, pero no en el mismo plano, su mirada tiene que dirigirse hacia arriba, más allá del horizonte creado.
De la misma manera el hombre puede relacionarse con los animales, hasta tiene la atribución de ponerles el nombre, pero tampoco ellos están en su mismo nivel, su mirada está puesta hacia abajo, por eso «entre ellos no encontró la ayuda adecuada». El hombre necesita una ayuda a medida, por la que pueda establecer relacionarse con igual dignidad.
“Hizo caer el sueño”, el acto creador está envuelto en el misterio de Dios. El varón no puede ser testigo de la creación, no puede presumir ninguna superioridad sobre la mujer ya que ambos están hechos también de la misma materia. Y Dios presenta la mujer al varón. El estupor y la sorpresa del hombre: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!», reconoce así que la mujer goza de igual grandeza, dignidad y derechos. El varón ahora puede mirar a la mujer en los ojos, de igual a igual.
«Se llamará mujer, porque ha sido sacada del hombre.» No le está dando el nombre, solo pone al femenino su propio nombre. (Isha de ish: hembra de hombre). La diversidad entre varón y mujer no es superioridad sino complementariedad, ambos están hechos el uno para el otro, para la realización y enriquecimiento recíprocos.
«Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne». Esta afirmación es un principio y una verdad que se refiere a todas las parejas y no sólo a la primera. El varón y la mujer están llamados a establecer entre ellos una relación que jamás se deberá romper y que abarca todos los aspectos de la persona. Los dos juntos se separan de su casa paterna para ayudar a Dios en la tarea de la creación. Ser “una sola carne”, esta frase pronunciada por Jesús eleva la relación matrimonial a un alto grado en el orden de la creación, llamados a transmitir la vida en los hijos.
«Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.» Con estas palabras Jesús reafirma claramente el plan inicial de Dios, el matrimonio es signo de la alianza de Dios con su pueblo. Su amor y alianza son indefectibles y nuestras infidelidades no pueden romperla. La fidelidad para toda la vida es parte intrínseca del matrimonio, por lo tanto el divorcio no está aceptado en el plan originario de Dios.
Esta propuesta es ardua, pero Jesús, con la instauración del reino de Dios en nuestra vida e historia, nos ha liberado de la “dureza de corazón” y ha hecho posible que podamos cumplirla. Jesús va todavía más allá: eleva el amor de los esposos en el matrimonio no sólo como signo del amor de Dios para con la humanidad, sino como expresión de su mismo amor para con la Iglesia, un amor hasta el extremo. Siguiendo a Jesús, la Iglesia considera al matrimonio como sacramento, “íntima comunidad de vida y de amor conyugal”, en la que los esposos se santifican, viviendo el amor fiel y abierto a la vida, y formando la familia base de la comunidad y de la sociedad.
Esta visión del matrimonio propuesta por Dios ha encontrado, a lo largo de la historia, resistencias y ataques: se han implementado leyes que facilitan el divorcio, con graves perjuicios a la pareja, la familia y en especial a los hijos. De la misma manera la sociedad bajo el pretexto de la modernidad impulsa, a veces por vías equivocadas, las modificaciones de los roles tradicionales de varones y mujeres.
En la actualidad el matrimonio está particularmente amenazado en su propia naturaleza y en sus mismos fundamentos antropológicos. Por la globalización de la comunicación, se van extendiendo corrientes que propugnan la ideología de género,según la cual cada persona puede escoger su orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana.
También hay presiones para promulgar leyes que equiparan el matrimonio con uniones de personas del mismo sexo, hiriendo gravemente la identidad y dignidad del matrimonio y el respeto al derecho a la vida.
Ante este escenario, los matrimonios cristianos están ante el gran desafío de defender esta institución conforme a los fundamentos de la naturaleza humana y de la ley de Dios, dando testimonio de amor y fidelidad entre esposos para toda la vida. Con este propósito saludamos y expresamos nuestro aprecio y apoyo a las familias que se han reunido en el encuentro nacional en Sucre para “Vivir el encuentro con Jesucristo y responder a la misión que tiene la familia en la sociedad y en la Iglesia, siendo signos y portadores del Amor de Dios Uno y Trino como una familia unida, abierta a la vida”.
Valorar y preservar al matrimonio es tarea de todos, en especial de los gobernantes, porque defender al matrimonio es salvaguardar a la familia y a la misma sociedad. AMÉN.