Amados y queridos hermanos y hermanas:
Hermanos todos que nos acompañan desde sus hogares, desde nuestros campos, desde las montañas para que podamos orar hoy con toda la Iglesia, que el Señor siga inspirando a su pueblo para que podamos hacer lo recto, lo bueno, lo que es agradable a Dios.
Esa inspiración que de alguna manera la hemos vivido el jueves pasado en nuestra Iglesia. La inspiración de hacer las cosas de Dios para bien de nuestros hermanos, la inspiración para ir generando cada vez mayor fraternidad y convertirnos así en la familia de un Dios que tanto nos ama.
Dejarse inspirar y guiar por la Palabra del Señor.
Pero también la Iglesia pide hoy que nos dejemos guiar por el Señor, no solo inspirar sino también que Él nos guie, que Él nos conduzca, que Él nos lleve allí donde podemos cumplir la voluntad de nuestro Padre.
Este es el espíritu de esta oración de la Iglesia en este día y que nosotros tenemos que captar par que su palabra también hoy entre en nuestras vidas, nos inspire y nos guie.
Nos inspire porque es importante que cada vez que nos reunimos salgamos vivificados, reavivados, con más entusiasmo en la profesión de nuestra fe.
Queremos también que esta inspiración y esta guía nos lleve a unirnos a partir de hoy el Congreso Eucarístico Internacional que se está celebrando en Irlanda concretamente.
La vivencia del Corpus Christi la vamos a ver reflejada en estos días como una vivencia de toda la Iglesia del mundo. Renovar nuestro amor al Señor, al Señor que ha muerto y ha resucitado por nosotros, al Señor que se hace presente cada vez que celebramos la Eucaristía para alimentarnos, para hacernos mejores, al Señor que nos invita cada día con su palabra a que enderecemos los caminos torcidos y nos pongamos a disposición del Dios de la Vida.
Este es el Dios de la vida, es el Dios de la misericordia, es el Dios que nos perdona y olvida las debilidades humanas a fin de prepararnos cada vez más al encuentro personal con Él, al encuentro comunitario con Dios.
Dios es Padre de la misericordia y el perdón
En el libo del génesis en esta lectura que acabamos de escuchar hay ese pasaje que todos conocemos, el pasaje de cómo Adán se siente descubierto y como le echa la culpa a Eva y como Eva le echa la culpa a la serpiente; este pasaje los sabemos de memoria y a veces nos quedamos en lao anecdótico pero ¿qué es lo que aconteció cuando el Señor escucha a uno y al otro? Sabe que han cometido un error, sabe que la soberbia les ha entrado, sabe que querían ser algo más y por eso desobedecieron, pero no los maldijo, maldice a la serpiente. Inmediatamente les dice, como si tuviera ganas de decirle que desde ahora les perdona todo, anuncia que el va poner a reconstruir esa creación que nuestros padres echaron a perder, que El va a rehacer todo cuando envié a alguien que va a ser capaz de aniquilar el mal, la muerte y sus consecuencias.
En el evangelio aparece este Dios de la misericordia con su pueblo, una gran multitud dice Marcos, lo seguía al Señor y no le daban tiempo a Él ni a sus apóstoles ni siquiera para comer. Allí estaban hambrientos de la Palabra y de repente también hambrientos del pan, de comida, pero ahí está el Señor, siempre levantando, siempre hablando del reino de su Padre que será un reino donde la verdad se va a imponer, donde el amor se va realizar, donde la hermandad se va a hacer más fuerte. Y eso no lo entienden ni siquiera los más cercanos.
El texto nos habla: La madre y los hermanos de Jesús, los más cercanos, los que rodeaban a Jesús constantemente no tiene todavía la capacidad de comprender ese reino que el Señor ha venido a traer para todos. Parece que estos parientes, esta gente cercana se acercaron para llevárselo a la casa porque desconfiaban de la salud mental ¿Cómo puede hablar tantas cosas bonitas? Cosas que no corresponden a la realidad mezquina que a veces tenemos que escuchar?
Y están los otros, los que siempre han sido sus enemigos que comienzan a decir: Este habla a así porque está poseído de un mal espíritu. Ese es un poco el camino de la Iglesia frente a tantos signos de maldad, frente a tantos signos de discordia, a nosotros nos toca como creyentes hacer captar y comprender que el reino de Dios no se parece absolutamente en nada a los reinos de este mundo y que las palabra que se pronuncian en el reino no son las palaba que se gritan en las calles, en las plazas o en cualquier otro lugar; son palabras que siempre nos van a llevar a adelante, son palabras que no nos van a dejar satisfechos sentados mirando lo que pasa sino que van convocar y nos van a empujar a que seamos capaces de ir preparando los caminos del Señor.
Entonces Jesús va a dar muestra una vez más de su paciencia y de su claridad. A esos que estaban murmurando los llama y les dice cómo piensan ustedes que Satanás el príncipe del mal va a estar divido, va a estar peleando contra sí mismo, eso no puede ser, ustedes no comprenden que si un reino está divido, que si un país está divido cómo va a subsistir ¿No comprenden que si una familia está dividida y peleada entre sí no puede subsistir?
Y en ese momento va a dar un paso más y va a hablar otra vez de ese padre misericordioso que es su padre y que es nuestro Padre, este Dios que perdona todos los pecados, que es capaz de olvidar todos los males que hacemos, de este Dios que se siente herido cuando se habla contra el espíritu santo y, el espíritu Santo es la vida, el espíritu santo es la inspiración, el espíritu santo es la fuerza para realizar el bien, quienes no están con este espíritu y habitan entre nosotros gracias a la resurrección del Señor, están negando absolutamente la presencia de nuestro Dios en medio de nosotros.
Hasta aquí parece claro, la aplicación todo creyente la puede hacer con claridad. Si un país, si un reino está divido no va a existir, si una familia está divida, no puede existir. Es un llamado a que captemos y comprendamos que hay que trabajar por la unidad como lo ha pedido el Señor el día de Corpus Christi, que trabajemos como hermanos, que nos preocupemos de hacer el bien, que nos sintamos realmente llamados a trabajar por el que sufre, por el que está aislado, por el que está enfermo, por aquellos que están también prisioneros y esclavos de sus propias pasiones o de sus propios gustos o de sus propias ideas.
El Señor es el que convoca a unirse y confiar en la misericordia de Dios, no es un Dios que amenaza, no es un Dios que deporta al que no piensa como El, es un Dios que perdona y olvida para que nosotros sintamos su amor con más claridad y entusiasmo.
Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios.
El Señor quiso mostrarle a los discípulos o aquella multitud que estaba sentada escuchándolo que pasos hay que dar todavía y es el momento que llega su madre y hermanos y lo llaman porque quieren hablar con Él.
Le dice: tu madre y tus hermanos te llaman, -y el dice algo que nos puede asustar a todos-, ¿quién es mi madre, quienes mis hermanos?-, no es un desconocimiento de ella, sabemos que la Virgen desde el comienzo acepto la voluntad de Dios y estaba entregada a la causa pero los discípulos y la gente que lo escucha necesitaba captar que el Reino que había venido a construir es un Reino totalmente nuevo, exige un nacimiento nuevo y que lo pongamos realmente viviendo todos a la altura del amor de Dios, un amor que no se concreta a esta persona grupo o lugar sino que se hace universal.
La gente seguramente se asusto pero cuando él dice: todos ustedes son mi madre, mis hermanos porque hacen la voluntad de Dios, esos son los que entran en esta nueva familia, la familia sin fronteras, la familia donde Dios es todo para todos, la familia donde el amor reina sin discriminaciones sin separatismos sin odios ni rencores.
Este es uno de los signos mis hermanos por eso tenemos que tener cuidado de no conformarnos con algunos signos pasajeros externo de no reducir nuestro amor solo a un día o jornada. Tenemos que cuidar que esto que el Señor nos pide sepamos también ofrecer a los demás y tenemos muchas oportunidades en el país y nuestro ambiente para no dejarnos engatusar diciendo que los buenos son unos cuantos y los demás son los malos. El Señor dice: ellos son mi madre, mis hermanos y hermanas, por allá tiene que ir nuestra manera de actuar, pensar que unos pocos son muy buenos y perfectos y que no se pueden equivocar, pensar que un grupito lleno de orgullo quiere dominar la tierra entera no podemos, es nuestro Dios el único que puede convocarnos a vivir de otra manera de comenzar a vivir la vida nueva que nos ha traído.
Comenzar a sentirnos hombres y mujeres nuevos porque el Reino de Dios es novedad, el reino de Dios es la Pascua aplicada a nuestras vidas y comunidades y es eso lo que inyecta misericordia para todos, no los griteríos ni insultos no tanta cosa que divide, no la insolencia de una prepotencia, ni las presiones ni las represiones entran en la plan de nuestro Dios, todos tenemos que sentirnos hermanos y hermanas de Cristo para que también entre nosotros sepamos descubrirlo a Él.
El lema del congreso eucarístico internacional es: Unidos con Cristo y unidos con nuestros hermanos.
En un mundo que cada vez se divide más, en un mundo donde se multiplican los terrorismos, el narcotráfico que divide tanto, en un mundo donde parece que el individualismo exacerbado se va imponiendo en todas partes y se olvidan que todavía hay pobreza en muchos lugares que todavía no hay trabajo, se olvidan que hay gente que se va muriendo porque no hay quien le alcance un remedio para su salud.
Frente a este mundo nosotros los creyentes tenemos que hacer un esfuerzo para vivir lo que el Señor nos pide.
Vamos a decir al Señor, gracias por su Palabra pero vamos también a tomar en serio lo que Pablo dice a los Corintios: el que tiene fe habla, porque creemos hablamos.
No hablamos cualquier fantasía, no hablamos de ilusiones no pintamos nuestra tierra como si fuera el último lugar para la felicidad, no trabajamos solamente para mejorar la tierra sino trabajamos para mejorar a la persona humana a fin de que pueda seguir hablando de libertad de vida, hermanad entre todos, porque creemos hablamos.
Ahí está el principio para nosotros creyentes, Cristo resucitado que todo lo hizo por nuestro bien y al cual aceptamos en nuestra vida, El nos dice: hablen palabras de vida, de hermanad, hablen lenguaje de la familia que se comprende y se estima, hablen de perdón y la reconciliación, hablen e inviten a tomar este camino el único que repite concretamente el gesto salvador de nuestro Señor, el único que nos lleva a entregar la vida por el otro y no a masacrar a los otros para quedarnos vivos unos cuantos.
El Dios de la vida acompañe a nuestra iglesia en Santa Cruz y a nuestros hermanos y hermanas de toda Bolivia. AMÉN.
Alocución antes de impartir la bendición final:
“Espero también de parte de nuestra Iglesia su oración para que el Señor nos haga retroalimentar nuestro espíritu descubriendo los lugares y espacios donde Él estuvo durante su vida terrena. Que sea hasta pronto nomas, vengan a la misa aunque no esté el Cardenal. Nos vemos a fin de mes.
Vamos a pedirle a todo nuestra Iglesia que despierte este espíritu de familia, de comprensión, que no repitamos más el gesto que se ha vivido en estos días de no querer aceptar en algún barrio a los hermanos que están en la calle, a los que sufren porque no tienen familia, creo que eso tiene que herirnos a todos a que partamos de nuestra fe en búsqueda de soluciones a los problemas humanos”
Pedir también a todos los creyentes que sepan llevar a la práctica lo que el Señor nos enseña, no más ya tantos alborotos que nos hacen sentirnos enemigos los unos de los otros. Vamos a rezar también en tierra santa para que reine ese mandamiento del Señor de amarnos los unos a los otros. (Enseguida impartió la bendición).