Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz, pronunciada en la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir en ocasión de la celebración del último domingo de Cuaresma.
Queridos hermanos y hermanas:
Ya estamos muy cerca de la Semana Santa, y las lecturas hoy nos presentan la imagen de nuestro Dios, como el Dios de la vida. Los símbolos del AGUA y de la LUZ, que han marcado los anteriores dos domingos de Cuaresma, se manifiestan hoy en su sentido profundo: el triunfo de la VIDA sobre la muerte. Y es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Vida el protagonista en esa victoria.
En 1ª lectura el profeta Ezequiel nos pone ante el gran mural de tumbas llenas de huesos en un desierto. A la voz de Dios, el Espíritu sopla sobre los huesos que se van revistiendo de carne y recobran vida. Esas tumbas representan a la situación de muerte y desolación del pueblo elegido en exilio de Babilonia. El profeta anima e infunde esperanza a los deportados con esa gran visión: Dios no queda indiferente ante tanto sufrimiento y muerte de su pueblo e interviene, para liberarlo, salvarlo y hacerlo revivir.
En el Evangelio San Juan nos presenta unos de los momentos más sobresaliente del ministerio de Jesús, una intervención prodigiosa a favor de la vida. Jesús al enterarse de la enfermedad de su amigo Lázaro, no se apura en ir en su ayuda, espera que la enfermedad y la muerte cumplan su ciclo: “Esta enfermedad no es mortal, es para gloria de Dios”.
Jesús actúa de esa manera porque quiere que la intervención de Dios, a través de su persona, se manifieste en toda su magnificencia y poder, y para que sus discípulos descubran «la gloria de Dios» y para que crean en él.
Descubrir la “gloria de Dios”, es reconocer su presencia en nuestra vida e historia, reconocer que Dios es cercano y actúa en favor del hombre, a pesar de tantos signos de mal y de muerte que lo rodean.
El dialogo entre Jesús y Marta, nos ayuda a comprender en todo su alcance este acontecimiento. Marta, al enterarse de que Jesús está arribando a su casa, corre a su encuentro y le reprocha porque tardó tanto en llegar, habiendo sido anoticiado de que su gran amigo «el que tú amas» estaba muy enfermo. No obstante, sigue confiando en que él puede hacer lo impensable, «Yo se que aun ahora, Dios te concederá lo que le pidas». Es el inicio del camino de fe de Marta que desemboca en la profesión consciente y sincera en la divinidad de Jesús.
Siguiendo en el diálogo, Jesús contesta ofreciendo a Marta la más grande y extraordinaria revelación: «Yo soy la resurrección y la vida…». Jesús se pone al mismo nivel de Dios, con las palabras con las que se presentó a Moisés en el Sinaí: «Yo soy el que soy». Para los judíos semejante afirmación resonaba como una blasfemia, pero no es así por Marta, que a la pregunta clave de Jesús: «¿Crees esto?», contesta firmemente: «Sí, Señor, creo que tu eres el hijo de Dios». Jesús pide la fe, pide la adhesión libre y sincera a su persona para dar vida: «Quien escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene la vida eterna».
En Jesús la muerte no es definitiva, por eso Jesús afirma: Lázaro “solamente duerme”, la muerte para los que creemos en Dios, es tan solo un cambio de condiciones de vida, como lo reafirma el prefacio de la Misa de difuntos: “nuestra vida no nos es quitada, sino transformada”, es el paso, el umbral de nuestra vida mortal hacia la vida nueva y plena en Dios.
Sin embargo, ante la tumba del amigo Lázaro, Jesús «llora y… se conmueve profundamente», como verdadero amigo. Su conmoción es más que un sentimiento de amigo, es expresión de su participación a la condición humana limitada, marcada por el pecado, el sufrimiento y la muerte.
Jesús ordena de quitar la piedra, pero ya van cuatro días que Lázaro está en la tumba y huele mal, no hay dudas: está muerto. El quiere enfrentarse directamente con la muerte, porque a través de la muerte surge la vida, y porque espera que la gente que lo rodea, al ver ese prodigio, crea que Dios Padre lo ha enviado. Y con voz fuerte ordena: «Lázaro, sal afuera… y salió con los pies y las manos con vendas… desátenlo…» Lázaro sale, pero tiene que ser desatado de los últimos vínculos con la muerte para recuperar el camino de la vida.
La resurrección de Lázaro es claramente un hecho extraordinario, una realidad que es signo de otra realidad más grande: la vida en el espíritu. Es signo concreto de la potencia de Jesús que libera de la enfermedad y del mal, y que ya desde ahora tiene «palabras de vida eterna», que hace que ya en nuestra vida inicie la resurrección, porque «como el Padre tiene vida en si mismo, así también le ha dado al Hijo tener la vida en si mismo», signo de la resurrección de Jesús mismo y de la resurrección general y definitiva en el último día, a la que todos los que creemos en Cristo estamos llamados a tener parte.
La voz de Jesús continua también hoy a mandar: “Lázaro, sal afuera”. Es el grito que abre nuestras tumbas personales y sociales, que llama a la vida, que nos ordena salir de los sepulcros del mal, del orgullo y del egoísmo, aún si todavía estamos vendados y amarrados por nuestras cadenas cotidianas. La voz del Señor no se cansa nunca de gritar al mundo la invitación a salir de los valles áridos, de los sepulcros, de tantos signos de muerte que lo envuelven.
También, como hemos expresado los obispos de Bolivia en el mensaje de nuestra Asamblea esta semana, nuestra sociedad necesita salir de “la creciente y siempre más evidente corrupción, de manera más evidente en el ejercicio de la justicia, dañando la convivencia social, engendrando inseguridad ciudadana y sumiendo en el dolor e impotencia a tantos ciudadanos y sus familias. Los hechos delictivos exigen ser esclarecidos con transparencia y verdadera justicia, si queremos lograr un clima de paz auténtica. Una recta conciencia y coherencia de vida cristiana prohíben siempre la complicidad con el mal, la injusticia y el encubrimiento de la verdad”, porque Dios no tolera el mal.
Salir también de la lógica de la violencia que sólo genera violencia y muerte, como las que se han dado en el enfrentamiento entre mineros cooperativistas y las fuerzas del orden. Salir del recurso al conflicto y a la confrontación de fuerzas para hacer valer sus argumentos, medios que hacen peligrar la paz social en el país y afectan el derecho al libre tránsito de todos los ciudadanos. Salir de los intereses sectoriales y tener como meta el bien de todo el país. En nombre de Dios, pedimos a las partes involucradas actuar con discernimiento y sabiduría para resolver prontamente esta situación, evitando mayores males y perjuicios a la población.
Salir de nosotros mismos para tender una mano a tantos hermanos que tienen que dejar su tierra y su hogar para buscar un sustento digno para su familia. Este 5º Domingo de Cuaresma, domingo de la solidaridad, realizamos la colecta y la campaña en favor de los hermanos migrantes, con el lema: “Yo era migrante y me acogiste”. El Papa Francisco en su mensaje en la Jornada del Emigrante y refugiado invitaba “vivir la unidad en el respeto de la diferencias, la acogida y la hospitalidad que hacen posible la equitativa distribución de los bienes de la tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de todo ser humano”.
En este camino a la Pascua, acojamos la voz del Señor a salir de nuestras tumbas y sepulcros, de cambiar vida y reiniciar un nuevo camino, bajo la potencia del Espíritu, y participar de la vida verdadera y definitiva de Dios en la resurrección de los justos. Amén