A pocos días de cumplir 16 años de servicio episcopal, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, que fuera consagrado Obispo el 22 de julio de 1999, pronunció su homilía dominical en la catedral de San Lorenzo Mártir.
Exhortó al Pueblo de Dios a tener presente que “Los alimentos son sagrados, son don de Dios y fruto del trabajo del hombre” en ese contexto reflexionó acerca del escándalo que significa que una gran cantidad de alimentos sean botados o se desperdicien cuando hay millones de seres humanos que mueren de hambre.
Por otro lado convocó al pueblo de Dios a tomar todas las acciones “que están a nuestro alcance, saciar a alguien que no tienen qué comer, aliviar el dolor de un enfermo y los sufrimientos de un anciano solo o marginado, de un niño de la calle y de tantos otros hermanos botados al margen de nuestra sociedad”.
Antes de concluir su homilía Mons. Gualberti rememoró la reciente visita del Papa Francisco y consideró que el Santo Padre hizo “el milagro de acercarnos entre habitantes de distintas culturas y regiones, y de derribar los muros de los prejuicios, las sospechas y los temores”
HOMILÍA DE MONS. SERGIO GUALBERTI ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
DOMINGO 26 DE JULIO DE 2015
CATEDRAL DE SAN LORENZO MARTIR
La primera lectura de hoy nos presenta un hecho de la vida del profeta Eliseo. Un día un hombre le llevó unos panes como primicia de la cosecha que, según la ley debían ser ofrecidos a Dios antes de destinarlos a la alimentación, sin embargo, Eliseo ordenó que se repartieran a la gente hambrienta reunida a su alrededor. Se le hizo observar que eran insuficientes para saciar a la cantidad de personas allí reunidas, pero él insistió: “Dáselo… porque así habla el Señor “Comerán y sobrará”, y así fue, todos comieron y hubo sobras conforme a la palabra del Señor. Este prodigio es muy significativo y tiene un gran parecido con la multiplicación de los panes de Jesús, como hemos escuchado en la lectura del Evangelio de San Juan.
Jesús subió a una altura seguido por sus discípulos y una gran multitud de gente deseosa de escucharlo y de participar de los signos que hacía curando a los enfermos. En esa “gran multitud” están representados todos los necesitados, los pobres, los enfermos y los que sufren cualquier clase de penurias.
“Se acercaba la Pascua”, la fiesta en la que los judíos celebraban su liberación de la esclavitud de Egipto bajo la guía de Moisés y todos los signos con los que Dios les había acompañado en su travesía por el desierto, como el don del maná, el alimento cotidiano que caía desde el cielo. Con esta referencia el Evangelio quiere resaltar que Jesús es el enviado del Padre para llevar la liberación plena no solo al pueblo de Israel sino a toda la humanidad, liberación del pecado, del mal y de toda clase de esclavitud.
A pesar de que Jesús estaba ocupado durante largas horas en predicar y sanar a los enfermos, sin embargo se dio cuenta que la gente estaba hambrienta y que necesitaba alimentarse: “Jesús vio”. Su ver es más que mirar, es un hacerse cargo de las necesidades inmediatas e ineludibles de la gente, por eso, tomó la iniciativa de preguntar a Felipe, uno de los doce apóstoles: “¿Donde compraremos pan para darles de comer?” Con su pregunta Jesús quería provocar en sus discípulos la toma conciencia del problema y despertar el ellos el deseo de colaboración. Éste contestó que ni siquiera una gran cantidad de dinero alcanzaría para dar a cada uno un pedazo de pan. Es la respuesta de un hombre concreto y práctico, que expresa además el sentimiento de impotencia humana y cólera que sentimos también nosotros ante los grandes problemas del mundo y de nuestra sociedad: la pobreza y la miseria, las guerras, la violencia, las injusticias, los abusos de poder y tantos otros males que causan millones de víctimas.
Otro discípulo, Andrés, que se dejó contagiar por la interpelación de Jesús, fue a buscar si alguien tenía alimentos, encontrando a un muchacho con cinco panes y dos peces, pero, también había una objeción: “¿Qué es esto para tanta gente?” Andrés es símbolo de la colaboración que el hombre debe prestar a la providencia de Dios, poniendo a su disposición lo poco que tiene, para que Él con nuestro poco haga grandes cosas.
Jesús mandó que prepararan y organizaran haciendo sentar a la gente, bien ordenado como una comunidad y no una masa informe de gente, luego tomó los panes y peces y los repartió. Estos gestos solemnes y sagrados de Jesús, son un anticipo de la última cena, cuando con esa misma bendición trasformó el pan y el vino en su cuerpo y su sangre y los repartió entre sus discípulos.
Jesús distribuyó en abundancia el pan y los peces, sin mezquinar nada dándoles “todo lo que quisieron”, así todos quedaron saciados de acuerdo a su necesidad. Luego Jesús pidió que recogieran las sobras para que “no se perdiera nada”. Los alimentos son sagrados, son don de Dios y fruto del trabajo del hombre, sin embargo en el mundo asistimos al escándalo de una cantidad enorme de alimentos que se botan, se desperdician, cuando hay millones de niños y adultos que cada año mueren de hambre. La palabra de Dios nos manda no desperdiciar nada, ni alimentos, ni bienes que él pone a nuestra disposición y repartir en solidaridad lo poco o lo mucho que tenemos. Si acogemos este llamado de compartir podemos hacer milagros, no milagros espectaculares sino al estilo de Jesús: milagros que están a nuestro alcance, saciar a alguien que no tienen que comer, aliviar el dolor de un enfermo y los sufrimientos de un anciano solo o marginado, de un niño de la calle y de tantos otros hermanos botados al margen de nuestra sociedad.
En la visita del Papa Francisco creo que todos hemos sido testigos del milagro que él ha hecho llenando de alegría nuestros corazones con sus gestos y palabras de cercanía y misericordia, pero también hemos sido testigos del milagro de tantas personas e instituciones que han abierto sus corazones y sus casas y han acogido y hospedado a tantas personas llegadas a Santa Cruz para participar de la fiesta del encuentro. Ha habido personas que, sin pensar en su incomodidad, han ofrecido su casa a los peregrinos. También el milagro de la generosidad en la donación de víveres para los voluntarios y los huéspedes ha sido tan grande que sobraron y se repartieron en distintos hogares de niños.
Muchos han sido los testimonios de gratitud escritos y verbales de los peregrinos, me limito a señalar él de una delegación de otro departamento. En su carta expresan su grata sorpresa y el más sincero agradecimiento por la esmerada atención con que se los ha recibido y acompañado en esos días. También confiesan que ellos tenían una idea distorsionada de nosotros cruceños, como de gente creída y distante de los demás, pero la entrega y la disponibilidad de tantas personas y voluntarios les han hecho cambiar de opinión.
El ponernos a disposición de esos hermanos y compartir lo que teníamos, ha hecho posible el milagro de acercarnos entre habitantes de distintas culturas y regiones, y de derribar los muros de los prejuicios, las sospechas y los temores. Esta experiencia no puede quedarse en un hecho circunstancial, tiene que volverse una actitud propia de cada día, tenemos que aprende a “ver” las necesidades de los hermanos, como Jesús “Vio”, dar el paso hacia el otro, abrirnos, solidarizarnos y repartiendo lo que tenemos conforme a la palabra del Señor: “Dénselo a la gente para que coman… “.
La escena del Evangelio termina con unas palabras de asombro y entusiasmo de la gente que vivió personalmente semejante signo de Jesús: “Este es verdaderamente el profeta que debe venir al mundo”. Sin embargo en seguida “Querían apoderarse de Él para hacerlo rey”, lo que demuestra que su visión de Mesías, no era la de Jesús que se proponía como siervo humilde y pacífico. Ellos esperaban a un rey poderoso, un caudillo que solucionara mágicamente todos los problemas y liberara al país del poder romano. Ante esta falsa e interesada búsqueda, a Jesús no le quedó otra cosa que retirarse por el momento en la montaña, sólo con el Padre.
Jesús nos pide que no quedemos encerrados en nuestros sueños de un mesías-caudillo que solucione nuestros problemas milagrosamente y que responda a nuestros intereses, no quiere hacerlo todo solo, ni quitarnos la responsabilidad de ser partícipes en el camino de liberación y de salvación que él ha venido a instaurar. El quiere involucrarnos a igual que los apóstoles Felipe y Andrés, que estemos a la espera del don de Dios, a través la escucha de su palabra y de la búsqueda sincera de cumplir su voluntad. Hagamos nuestra la oración del Salmista: “El Señor está cerca de aquellos que lo invocan de verdad”. Amén