Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz, pidió desde el Estadio departamental durante la celebración del Corpus Christi vivir la caridad de forma privilegiada a favor de los pobres, los necesitados y excluidos; también pidió que se acaben todo tipo de divisiones y enfrentamientos ya que Jesucristo es un pan que se parte y se comparte para todos creando unidad y comunión.
El prelado de la Iglesia en Santa Cruz animó a todos a salir de sí mismos y ponerse en el camino del servicio a los demás asegurando que “el gesto de “partir el pan”, está en el corazón de la Eucaristía, porque el cuerpo de Cristo no es un pan que podemos guardar sólo para nosotros, sino para compartir en fraternidad y solidaridad” señaló.
Antes de concluir su homilía el Arzobispo de Santa Cruz exhortó al pueblo creyente hacer que cada Eucaristía un verdadero pan de vida para el mundo y por eso aseguró que para que la Eucaristía transforme nuestra vida y la vida de la sociedad es necesario compartir:
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ.
CORPUS CHRISTI 2014
Queridos hermanos y hermanas, el Señor presente en la eucaristía bajo las especies humildes del pan y del vino, nos ha convocado esta tarde en este estadio. Su presencia en medio de nosotros es real, una presencia transforma este espacio en el Cenáculo, donde Él vuelve a celebrar su última cena y compartir su cuerpo y sangre con nosotros sus discípulos.
Este año celebramos esta fiesta de Corpus Christi en el marco del Congreso Eucarístico Arquidiocesano que se realizará la primera semana de septiembre, y en comunión con todas las iglesias de Bolivia en preparación del Congreso Nacional en Tarija el próximo año. El lema escogido para todo este camino es:“Eucaristía, pan partido para la vida del mundo”.
EUCARISTIA
La Eucaristía es acción de gracia a Dios, son las gracias del Pueblo de Dios por el don maravilloso de Jesucristo que se ha querido quedar por simpe reentre nosotros no sólo por medio de su Palabra, sino con su cuerpo y sangre, como expresión de su amor sin límites. La celebración de la Eucaristía, la Cena del Señor, la Santa Misa está estrechamente relacionada con ese amor, con “la caridad”, que no es limosna sino el amor mismo de Dios, del que nosotros, gracias a Jesucristo, hemos sido hechos partícipes. Fundamento de la caridad cristiana es el amor de Dios, el amor con que Cristo nos ha amado hasta la entrega total en la cruz. “De esto nosotros hemos conocido el amor: Él ha dado su vida por nosotros”
El Papa Benedicto XVI nos ha regalado una estupenda y profunda carta pastoral con el nombre: “Eucaristía sacramento de la caridad”. Sacramento: signo y al mismo tiempo manifestación real del amor de Dios. Esta realidad implica que no podemos participar al único pan en la Misa, ni puede haber comunión con Dios, sino compartimos y no estamos en comunión con los hermanos. “La caridad” no se limita al momento de la celebración eucarística, sino que se tiene que permear toda la vida personal, comunitaria y social. Única es la mesa de la Eucaristía y la mesa de “la caridad”, de manera privilegiada a favor de los pobres, los necesitados y excluidos. Los cristianos y la Iglesia somos creíbles, si la celebración de la Misa va unida a la caridad vivida y concreta, ya que ambas son indispensables para la vida de la comunidad, no la una sin la otra.
Pan:
Es asombroso que Cristo haya querido quedarse con nosotros, bajo la forma sencilla y humilde del pan. El pan es el símbolo del alimento cotidiano y básico, él que no puede faltar para nadie y que garantiza el sustento indispensable para la existencia.
El pan, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, dice el sacerdote en el ofertorio de la Misa. El pan es un don de la tierra, un don de Dios que, sin embargo, pide nuestra colaboración, nuestro trabajo: El pan, ganado con el sudor de cada día, el pan honesto, bendecido por Dios, el pan que se disfruta en paz y que crea unidad.
No así es el alimento fruto de la corrupción, el robo, la explotación, la injusticia y la ganancia fraudulenta, este crea división, rencor y odio. “Cuando uno entra en el camino de la corrupción, quita la vida, usurpa y se vende, es como si dejara de ser persona para volverse mercadería. El corrupto irrita a Dios y hace pecar al pueblo!” (Papa Francisco).
Es ese pan, del que participamos con nuestra vida, que en la Eucaristía se transforma en el cuerpo de Cristo y se vuelve el alimento de eternidad para la vida presente, imprescindible en nuestra existencia porque nos da las fuerzas y energías necesarias para seguir a Jesús, ser sus discípulos misioneros.
Ese pan que alimenta es también el pan de la comunión con los hermanos. Cada vez que nos acercamos a comulgar, nos reunimos todos alrededor de la misma mesa y comemos el mismo pan, de esta manera surgen nuevas relaciones de fraternidad entre nosotros, formamos una misma y única familia, una comunidad de hermanos.
Pan partido:
El evangelio de Lucas nos narra que los dos discípulos de Emaús reconocieron a Jesús resucitado “al partir el pan” en la posada, cuando repitió el mismo gesto de la última cena, y no así mientras hablaba con ellos por el camino. En ese momento ellos recuperaron la vista, salieron de su ceguera y volvieron a la comunidad de los discípulos de la que se habían separado.
Este gesto de Jesús nos indica también a nosotros el camino para crear unidad y vivir la caridad, para encontrar a las personas en la óptica de auténticas relaciones de hermandad. Es el camino del “com-partir, partir juntos”, de la salida de nosotros mismo para hacer campo al otro, de no ser para sí mismos, ni de tener para sí mismos, sino de ponernos a disposición del otro.
El gesto de Jesús en Emaús, que parte el pan, trae al corazón y la mente de los dos discípulos la vida que él Señor había compartido con ellos, las relaciones de amistad y hermandad, el tiempo que él les había regalado, la predicación por las aldeas de Israel, los cuidados hacia tantos enfermos, la predilección por los pobres y los pecadores, el espíritu de servicio y la entrega total en la cruz.
Por eso, el gesto de “partir el pan”, está en el corazón de la Eucaristía, porque el cuerpo de Cristo no es un pan que podemos guardar sólo para nosotros, sino para compartir en fraternidad y solidaridad. El pan hecho pedazos para ser repartido y donado, crea la unidad, reúne a los dispersos en el único pueblo de Dios, en la comunión hecha vida. Nada de divisiones, enfrentamientos o riñas, para los que nos acercamos a la mesa del altar: “Cesen las luchas fratricidas, cesen las peleas y en medio de nosotros esté Cristo Dios” dice el antiguo y lindo himno gregoriano: “Donde hay amor y caridad, allí está Dios”.
Para la vida del mundo:
La Eucaristía, lo repito, no se refiere solo a una celebración, sino que tiene que calar profundamente en la vida del creyente, como exhorta San Pablo a los cristianos de Colosas: “Vivan en acción de gracias” (Col 3,15).
La eucaristía es vida para todos, en especial para los que en la sociedad no tienen la posibilidad de una vida digna de los hijos de Dios, digna de los redimidos por Cristo. Desde la antigüedad la Misa dominical está ligada a la práctica de la colecta como signo de la responsabilidad de la comunidad hacia el pobre y el necesitado. También nosotros hoy debemos con creatividad retomar ese ejemplo e inventar nuevas formas de caridad, de cercanía y de justicia que respondan a las antiguas y nuevas necesidades de los pobres y marginados.
Queridos hermanos y hermanas, que vivimos juntos esta Eucaristía de Corpus Christi y los que nos acompañan a través de los medios de comunicación, hagamos que cada Eucaristía sea un verdadero pan de vida para el mundo, para todos y que también nosotros seamos partícipes de ese pan:
El pan del respeto de la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural,
El pan de la dignidad de cada persona,
El pan de la verdad, la libertad y la justicia verdadera,
El pan de la fraternidad y de igualdad de oportunidades,
El pan del encuentro sin discriminación ni exclusión,}
El pan de la democracia verdadera,
El pan del respeto a la creación y del medio ambiente,
El pan de la vida plena y abundante para todos.
Solo si la Eucaristía transforma nuestra vida y la vida de la sociedad, podrá ser auténtico pan partido para la vida del mundo. Amén.