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Cardenal Julio Terrazas: “No deberían haber bolivianos de primera ni bolivianos de segunda”

Arropado por los árboles y animales silvestres, el cardenal Julio Terrazas habló en exclusiva con EL DEBER en su casa de campo de Masicurí, en los valles. Su voz sigue potente y crítica. Habla de Bolivia, del Gobierno, de Evo Morales y de sí mismo.

“Una víbora, una víbora”, gritaron los niños, a tiempo de subirse a las bancas de la capilla de Masicurí, donde Julio Terrazas ofició la misa de Nochebuena. La solemnidad quedó en Santa Cruz y lo refleja la anécdota del reptil. Todos corrieron y se olvidaron de él, lo dejaron solo, pero él ríe al recordarlo. Ahí, en ese rincón tropical de los valles cruceños, rodeado de cerros, a 90 kilómetros de Vallegrande, donde los lugareños lo llaman papá, acostumbra pasar sus vacaciones, llegar con regalos para los pequeños, es uno más del pueblo.

Tenerlo al frente fue un trámite. Después de siete horas y media de viaje a Masicurí, el apetito de una entrevista -ya no las concede- chocó con una estricta rutina (aparentemente, más rígida aún por aparecernos sin invitación). A mediados de 2013, por motivos de salud, presentó su renuncia al cargo de arzobispo de Santa Cruz.

Desde entonces, sus apariciones públicas fueron menos, ya no es el autor de la homilía dominical en la catedral, esa que marcaba la agenda del país. Para lograr el objetivo fuimos a buscar al secretario privado, un seminarista que se marchó a Lajatoco, para jugar fútbol. Un intenso sol fue nuestro acompañante y finalmente logramos que ayude al equipo de EL DEBER a conseguir una cita, para cuatro horas después.

El lapso sirvió para conocer el lugar: solo hay un teléfono público en la plaza (no hay señal para los celulares); el pueblo disfruta de energía eléctrica hace siete meses; el transporte público llega y parte dos veces por semana, la gente se provee de alimentos con notables incrementos en los precios, apenas hay una posta sanitaria porque el microhospital no termina de arrancar. Es ahí donde vive este hombre que dedicó la vida a Dios y a su país.

El hombre

Después de la espera y por fin en la casa del cardenal, junto al inmenso jardín con animales en par (como en el arca de Noé), con café y chamas vallegrandinas de por medio, comenzó el esperado diálogo.

El paso del tiempo es evidente. Su andar es más pausado, y lo acepta con humildad.

“Se sienten los años, se pierde mucha seguridad física personal, mi salud ha decaído, pero lo acepto como es. La vejez había servido para reírse de uno mismo”, dice. Julio Terrazas nació en Vallegrande, pero quedó prendado de Masicurí porque ahí inició su trabajo pastoral, cuando era muy joven. “No había caminos, solo el grupo humano, casi a la intemperie.

El pueblo se inundaba, pero esta región tiene su porvenir asegurado”, cuenta.

Su estadía transcurre entre el descanso y las lecturas, con la compañía de cuatro personas.

Es difícil comprender cómo puede disfrutar de un sitio tan tranquilo el hombre activo que estudió en Chile, Argentina y Francia; que fue párroco en Vallegrande, obispo en La Paz, Oruro y arzobispo en Santa Cruz; que presidió la Conferencia Episcopal durante 21 años, que ha sido miembro de varias agrupaciones latinoamericanas (donde entabló amistad con el papa Francisco) y, por último, el primer cardenal nacido en Bolivia (que votó para elegir a Benedicto XVI y a Francisco).

Al hombre de pueblo solo le queda algo pendiente, y su aspiración es sencilla: “Me gustaría visitar las parroquias del campo, las más alejadas, a las que no pude ir por razones de compromiso nacional e internacional”, confiesa, aunque su estado físico no le ayuda mucho, ya que “por cuestiones de estómago no aguanto, pero los sacerdotes lo saben y lo entienden”.

Ha dedicado 60 años a la vida religiosa, que comenzó por su contacto con los padres redentoristas, y no le pesa haberse inclinado a ese lado de la balanza.

“¿Qué tiene la Iglesia que no tiene una familia?”, fue la pregunta. “Es que la Iglesia da también un espíritu de familia, diferente a la familia física, pero unida a las parroquias, o sea que había una compensación. Hoy es más difícil porque no hay ese espíritu familiar en el sentido estricto, pero sí el anhelo de que vuelva a ser una Iglesia que antes que nada demuestre hermandad”, responde.

Una de sus inquietudes de siempre tuvo que ver con las vocaciones, por eso impulsó el único seminario en Santa Cruz: San Lorenzo; sin embargo, acepta que es una debilidad la escasez de postulantes al sacerdocio. “Hay un cambio de mentalidad, el famoso consumismo atrapa nomás a los jóvenes y van perdiendo los valores de entrega. Nos gustaría tener 100 seminaristas al año, pero hay que conformarse con cuatro o cinco cada año”.

La elección de Francisco como papa le dio mucho a la Iglesia católica, reconoce el obispo emérito, que antes que nada lo considera un amigo. Valora su capacidad de decir las cosas con sencillez y claridad, pero con exigencia a la vez; y destaca su don de escuchar. “Es lo que se necesitaba, ha devuelto la esperanza a una Iglesia que ha sido muy vapuleada en los últimos tiempos, por los pecados internos o por la falta de consecuencia de las sociedades”, reconoce.

Ímpetu intacto

En el cardenal Julio Terrazas permanece la convicción que inyectaba a sus homilías, alimentada por su temperamento (lo reconoce), por sus conocimientos de América Latina y por su trabajo pastoral.

Sigue crítico, como hizo notar muchas veces desde la catedral cruceña. “El Evangelio tiene que tocar realidades; si hay injusticias, una homilía no puede ser teórica, aunque a algunos les disguste; a nosotros nos gusta hablar con claridad por el bien de la sociedad.

Nunca insulté a un gobernante con nombre y apellido, solo señalé los peligros; el mensaje no es para ahondar diferencias, sino para buscar caminos”, explica.

Lo que algunos llaman una fe práctica que va más allá de su labor evangelizadora, para el cardenal tiene que ver con la misión de la Iglesia, con su defensa de la libertad y la dignidad.

“La Iglesia no necesita una campaña, sigue siendo creíble, no por los discursos, sino por su forma de estar al lado de los sencillos. Igual que los leprosos en la Edad Media, hoy no se quiere ver al que sufre porque molesta. Dicen, cómo Dios, que es justo, permite todo esto; no es Dios, son las sociedades permisivas que creen que los bienes son solo para algunos”.

Julio Terrazas rescata el trabajo social de la Iglesia, y dice que muchas veces suple al Estado. Cuestiona que en el último tiempo se desprecie la unidad Estado-Iglesia.

“Las obras se hacen con esfuerzo propio y solidaridad, es como si los responsables del país dijeran que la Iglesia haga ese trabajo, y se comete una injusticia, hay bolivianos de primera y de segunda. Los de primera pueden ir a una manifestación nacional con medios del Estado, y los segundos, los niños y enfermos, me gustaría que no tuvieran que salir a las calles para pedir apoyo”, lamenta y cuestiona que, al ser obligatorio el segundo aguinaldo, el Estado no hubiera tenido la iniciativa de cubrirlo.

Reconoce que invertir en salud y educación no sirve de mucho para recibir aplausos, pero lo asume como parte de la presencia liberadora de la Iglesia, “No lo hacemos por prestigio o para salir en fotos. Deberían averiguar dónde estudian los hijos de los políticos”, desafía.

La Iglesia católica ha tenido encontrones con el Gobierno, pero el cardenal acepta que el presidente Evo Morales hace su trabajo.

“Está haciendo lo humanamente posible, o imposible, pero les cuesta comprender que no son mejores que otros. Si se creen amigos del papa, deberían escucharlo, él dice pecadores somos todos.

No basta decir en mi gestión no hay robos, calumnias, odios; tendríamos que ser sordos para no darnos cuenta de que están en toda gestión. No puede haber progreso auténtico si no se admite que hay debilidades auténticas”, exhorta quien se molesta cuando lo llaman jerarca, por ser terminología de la época medieval. “Es la mentalidad de algunos regímenes en América Latina”, dice desde su refugio, lejos del mundo y cerca del silencio, donde permanecerá hasta los primeros días de enero de 2015.

Está acostumbrado a todo tipo de lugares por su labor pastoral. Fungió como obispo en La Paz cuatro años. “Es una ciudad maravilla y tiene derecho a jugar un papel preponderante, pero no debe quedarse solo en lo que se puede fotografiar”, dice. Se asentó en Oruro por nueve años: “Ellos tienen la convicción de que dieron todo en tiempos difíciles, sus ansias de progreso siempre tendrán la limitación de que dependen de la extracción minera y el Estado tiene que proveerles lo necesario para un trabajo liberador”.

Como arzobispo de Santa Cruz, dice que su fuerza radica en resumir la bolivianidad con miras al desarrollo para todos, pero sabe que es necesario ahondar en el respeto al otro.

Sobre el país dice que le tiene fe, “con tal de que la gente no se convenza de que el grupo que vive a 4.000 metros es el santo”, y, a pesar de los matices regionales, invita a todos a ser felices: “Por la grandeza de la vocación boliviana, que es mayor”