Los ídolos de un mundo sin Dios no colman la sed de amor, realización personal y felicidad
Todos los seguidores de Jesús tenemos que dejar sueños y ambiciones de riqueza, poder y gloria
Perder la vida por Cristo y entregarla al servicio del reino de Dios es encontrar sentido, y felicidad plena y verdadera
Cargar la cruz con Cristo implica amar la creación, defender la vida, ser solidarios con los necesitados
Cristo está a nuestro lado para darnos el valor de enfrentar burlas, incomprensiones y hostilidades
Homilía de Mons. Sergio Gualberti
Administrador Apostólico de Santa Cruz, Bolivia
Dia del Refugiado
19 de junio de 2022
El último viaje de Jesús a Jerusalén
La escena del evangelio de hoy, representa el giro crítico y decisivo de la vida de Jesús. Es el final de su misión, dedicada al anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios en ciudades, pueblos y aldeas de todo Israel, e inicia su último viaje a Jerusalén, donde le esperan la pasión y la muerte en cruz.
Los apóstoles de Jesús no lograban entender de dónde le venía tanto poder
En su misión Jesús no estuvo solo, sino que eligió a los doce apóstoles para que estuvieran con él, como testigos presenciales de su predicación y prodigios y para enviarlos a desempeñar su misma misión. A pesar de que los discípulos tuvieron la oportunidad de conocerlo en primera persona y durante tres años, sin embargo no lograban entender cuál era su verdadera identidad, qué clase de hombre era y de dónde le venía tanto poder.
Jesús prepara a sus discípulos para que comprendan que el desenlace fatal es parte del plan de salvación
El pasaje del Evangelio de hoy nos dice que Jesús está orando y, en el diálogo íntimo con el Padre, decide hacer conocer a sus discípulos quién es Él en verdad, para que no se escandalicen ante su pasión y muerte en cruz ya próximas, comprendan que ese desenlace fatal es parte del plan de salvación y estén preparados para llevar su misión anunciando al mundo entero la novedad del Evangelio.
Jesús es reconocido por sus discípulos como el Mesías de Dios
Estando los discípulos a su lado, Jesús les lanza una pregunta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?“. Ellos le contestan: “Unos dicen que eres Juan el Bautista, Otros, Elías; y otros, algunos de los profetas que ha resucitado”. Jesús no se conforma con esa respuesta, quiere saber qué piensan ellos, por eso los interpela directamente: “Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?”.
Es una pregunta clave y directa sobre su identidad que involucra en primera persona a los discípulos y que implica como respuesta su profesión de fe. A esa pregunta responde solo Simón Pedro: “Tú eres el Mesías de Dios”.
Jesús aclara el sentido de su identidad y misión
Es la respuesta correcta, sin embargo Jesús les ordena terminantemente que no comunicarla a nadie y más para que no haya malas interpretaciones, aclara el sentido de su identidad y misión de Mesías: “El Hijo del hombre, o Mesías, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“.
Jesús es el Enviado de Dios para instaurar el reino de amor, verdad, libertad, justicia y paz.
Sí, Jesús en verdad es el Mesías, el Enviado de Dios; pero, no el Mesías pensado por los judíos, un rey con poder político y militar que los liberara de la opresión del imperio romano, sino el Mesías Hijo de Dios venido a este mundo para instaurar el reino de amor, de verdad, de libertad, de justicia y de paz. Además, Jesús les vuelve a repetir por última vez, que para llevar a cumplimiento el mandato del Padre debe pasar por la pasión, muerte y resurrección. Con tan solo estas tres palabras, Jesús traza uno de los puntos fundamentales de nuestra fe e identidad cristiana. Nuestra salvación no es fruto de la fuerza y el poder, sino de su amor, de la entrega total de su vida y de su sacrificio.
Por el bautismo, hemos recibido el don de la fe
San Pablo, en el texto de su carta los cristianos de Galacia que acabamos de escuchar, nos dice que, por el bautismo, hemos recibido el don de la fe y se nos han abierto las puertas de la salvación. Esto indica que nuestra vida cristiana está vinculada estrechamente a Cristo, nosotros somos revestidos por Él, incorporados a Él y a la vida de hijos de Dios y miembros del nuevo pueblo de Dios.
Todos los seguidores de Jesús tenemos que dejar sueños y ambiciones de riqueza, poder y gloria
Jesús no se queda solo en el anuncio de su muerte, sino que indica a sus discípulos que todos sus seguidores tienen que estar dispuestos a sufrir por el Evangelio: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga». Todos podemos ser discípulos de Jesús, pero tenemos que renunciar a ser gestores únicos de nuestra existencia, dejar sueños y ambiciones de riquezas, poder y gloria y estar dispuestos a entregar nuestra vida por el Reino de Dios, una entrega en los hechos de cada día.
Solo un profundo amor a Cristo nos ayuda a cargar la cruz en el camino a la vida eterna
En otras palabras, Cristo nos pide llevar nuestra vida con Él y detrás de Él, acoger su palabra, pisar sus huellas y aceptar las incomprensiones y rechazos que a menudo comporta la fidelidad al Evangelio. Así lo testimonian los muchos cristianos que, desde la Iglesia primitiva hasta hoy, han entregado toda su vida como mártires de la fe. Mirar y seguir fielmente a Cristo es la referencia insustituible para nuestra vida cristiana, ya que solo un profundo amor a Él nos ayuda a cargar la cruz en el camino a la vida eterna.
Los ídolos de un mundo sin Dios no colman la sed de amor, realización personal y felicidad
Luego Jesús hace una afirmación terminante: «El que quiera salvar su vida, la perderá». A menudo tenemos la tentación de buscar la salvación por caminos equivocados, ofuscados por nuestro propio interés o detrás de los falsos ídolos de un mundo sin Dios. Quien cae en esas trampas arriesga pasar una vida sin sentido, detrás de cosas superfluas y bienes pasajeros que dejan un gran vacío y que no colman la sed de amor, de realización personal y de felicidad que está en lo profundo del corazón.
Perder la vida por Cristo y entregarla al servicio del reino de Dios es encontrar sentido, y felicidad plena y verdadera
A continuación Jesús añade: “El que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”. Parecería una locura lo que Jesús pide, sin embargo, perder la vida por Cristo y entregarla al servicio del reino de Dios es encontrar su sentido y la felicidad plena y verdadera.
Cargar la cruz con Cristo implica amar la creación, defender la vida, ser solidarios con los necesitados
Perder la vida y cargar la cruz con Cristo, implica instaurar relaciones de amor con Dios, con la creación y con los demás, defender la vida de los niños por nacer, ser solidarios con tantos hermanos y hermanas necesitados, los pobres y los “don nadie descartados de la sociedad”, las mujeres y niños víctimas de la violencia ciega y cobarde, los enfermos y los desalentados y angustiados.
Ayudemos a cargar la cruz de los refugiados que están entre nosotros
En particular hoy, Día del Refugiado, estamos llamados a orar y a solidarizarnos con las familias y con tantos hermanos y hermanas que han sido obligados a dejar su país para salvar sus vidas. El Papa Francisco, con una frase muy cuestionadora, nos indica cual es el camino para solucionar este problema: “Los muros no son la solución… los refugiados están en la frontera porque hay muchas puertas y corazones cerrados”. Abramos nuestros corazones, tendamos nuestras manos y ayudemos a cargar la cruz de los refugiados que están entre nosotros, en señal de que hemos optado por seguir a Jesús y a su Evangelio de amor y de vida.
Cristo está a nuestro lado para darnos el valor de enfrentar burlas, incomprensiones y hostilidades
Optar por los últimos es optar por Cristo, quien no nos deja solos y va a estar a nuestro lado para darnos el valor de ser anticonformistas, ir en contra de las corrientes mundanas y egoístas, y enfrentar a las burlas, las incomprensiones y hostilidades. Acojamos las palabras del profeta Zacarías, miremos hacia Cristo Jesús traspasado y dolido en la cruz, porque en Él está puesta nuestra fortaleza y nuestra esperanza. Amén