Análisis

Aunque se reforme la Curia Vaticana

En política todos sabemos la importancia de que los pueblos tengan unas constituciones democráticas y unos buenos  gobernantes al servicio del bien común que defiendan los derechos humanos y sociales. Pero también sabemos que si la ciudadanía no participa activamente en la democracia, los países no avanzan.

También sabemos la importancia que en la Iglesia tienen los pastores y las estructuras eclesiales y por esto mismo sentimos la necesidad urgente de una renovación y reforma del Papado y de la curia vaticana, como Juan Pablo II pidió y el actual obispo de Roma Francisco está deseando promover.

Pero aunque se reforme la curia vaticana y toda la cúpula eclesial, si nosotros Pueblo de Dios de bautizados que poseemos el don del Espíritu no cooperamos activamente desde nuestro propio lugar en la renovación eclesial, las reformas hechas solo desde arriba, a la larga no prosperarán. Los cambios profundos, tanto en la sociedad como en la Iglesia, ordinariamente provienen  de la base, pues el Espíritu del Señor, para transformar la realidad social y eclesial. actúa desde abajo.

¿Qué implica a participar activamente como bautizados en la renovación eclesial? Supone convertirnos al evangelio, volver a Jesús de Nazaret y a su sueño del Reino de Dios de una humanidad que viva la filiación y la fraternidad, vivir las bienaventuranzas, dejarnos llevar por el Espíritu de Jesús  que nos mueve a defender la vida amenazada, a privilegiar a los pobres y pequeños, abandonar posturas de prepotencia, buscar el diálogo, generar comunidades vivas, suscitar esperanza, preservar la naturaleza, en fin, buscar el Reino  de Dios y su justicia.

Sería un peligroso engaño si nosotros, ilusionados por los signos y por el nuevo clima suscitado por el Papa, esperáramos pasivamente que Francisco renueve la curia y transforme las estructuras anquilosadas y caducas de la institución eclesial, sin que nosotros movamos un dedo. Sin cooperación y participación de la base, las mejores reformas fracasan. Hemos de ser audaces y creativos y para ello volver a las raíces de la vida cristiana, al evangelio de Jesús de Nazaret. Lo demás se dará por añadidura.

Podríamos actualizar y aplicar a este respecto las palabras de Pablo a los Corintios:

“Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta amor, sería como bronce que resuena y campana que retiñe. Aunque tuviera don de profecía y descubriera todos los misterios y la ciencia entera, aunque  tuviera tanta fe como  para trasladar montes, si me falta caridad, nada soy”. (1 Cor 13, 1-2)

Podríamos glosar a Pablo diciendo que aunque se reformaran todas las estructuras eclesiásticas, si no nos convertimos al evangelio de Jesús y al Reino de Dios, de poco o de nada sirve.

La verdadera historia de la Iglesia no es la historia de los Papas (y de la curia vaticana) sino la historia del Pueblo de Dios y en especial la historia de sus santos y santas.