Destacadas Santa Cruz

Arzobispo de Santa Cruz: Sin la voluntad sincera de todos, no será posible trabajar juntos por la reconciliación, la unidad, la verdad, el bien común y la paz de nuestro País

“Apremiante llamado de la Iglesia a orar por nuestro país,  que se emprenda, sin demoras, un cambio sustancial en la Administración de la Justicia”

Así mismo el prelado  hizo un llamado apremiante a orar por nuestro país, para que se emprenda, *sin demoras, un cambio sustancial en la Administración de la Justicia, condición indispensable para acatar el fallo y medidas de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que aboga por los derechos de las minorías y declara que la relección indefinida no es un derecho humano*. Esta medida, entre otras, lo pide también el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), acerca de los acontecimientos de los últimos meses de 2019.

Iglesia exhorta a orar por nuestro país, para que cese la violencia asesina que cobra la vida de personas por un puñado de dinero”

También Mons. Gualberti invito a orar especialmente por nuestro país, para que cese la violencia asesina que cobra la vida de personas por un puñado de dinero y para que, de una vez por toda, se dejen los linchamientos, en nombre de la justicia comunitaria, como el que ha pasado en días en Warnes. La Sagrada Escritura nos dice que nadie puede levantar la mano homicida, ni siquiera sobre el fratricida Caín.

“Es urgente cicatrizar las heridas, dejando discursos que siembran venganza, y liberando a los que han sido encarcelados con procedimientos legales dudosos para que puedan defenderse en libertad ante la justicia”

El prelado afirmó que, ambos documentos de esos organismos internacionales independientes, son un aporte serio, importante y objetivo que debe ser asumido por parte de todos, en particular por los sujetos directos de esos hechos, sin interpretaciones aleatorias*. Por eso, considero necesario revisar, con apertura de ánimo, apego a la verdad y justicia libre y ecuánime, los sucesos de esos días y las acciones subsiguientes. Es deber urgente cicatrizar esas heridas, resarcir a las víctimas de todas las partes involucradas, dejando discursos que siembran venganza, miedo y cizaña, garantizando la libertad de expresión y dando signos concretos de buena voluntad, liberando a los que han sido encarcelados con procedimientos legales dudosos para que puedan defenderse en libertad ante la justicia.

Así mismo la Iglesia de Santa Cruz se une al Papa Francisco que nos pide elevar nuestras oraciones al Señor por la vida, la libertad y la paz en Afganistán*. Además, recordamos con mucho afecto en nuestras oraciones a los hermanos de Haití, víctimas del terremoto y de una tormenta tropical.

“Día nacional del Catequista”

A lo largo de tantos siglos de vida de la Iglesia hasta hoy, una multitud inmensa de fieles se han sentado a la mesa del Señor, como tantos hermanos y hermanas nuestros que han creído en Dios y han vivido su fe en comunidad y se han comprometido en testimoniar la alegría del Evangelio al servicio de la comunidad. Entre ellos están los catequistas que, este domingo, celebran su Jornada Nacional con el lema: “Catequista hoy yo soy, llevando tu Palabra, a quien le hace falta tu Amor”, palabras que identifican muy bien su vocación y misión: donar la Palabra de Dios a los que tienen sed de amor, de esperanza y de vida.

Homilía del Arzobispo de Santa Cruz, Monseñor Sergio Gualberti, 22/08/2021

La Palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos dice que la fe no es un legado de nuestros padres, sino un don de Dios, al que cada cual tiene que dar una respuesta. Josué, sucesor de Moisés en la guía de las tribus israelitas salidas de la esclavitud de Egipto y que estaban dando inicio a la ocupación de Canaán, la tierra prometida, se dio cuenta de una situación nueva y delicada que se les estaba presentando en ese trance.

Los israelitas, que acababan de terminar la travesía de cuarenta años por el desierto, viviendo bajo carpas y entre escaseces, peligros, habían quedado impactados por las riquezas y prosperidad de los cananeos y por su culto a los dioses de la fertilidad. Josué, movido por el espíritu de Dios, antes de que ese pensamiento se afianzara entre los israelitas, los convocó a una asamblea general.

En sus palabras iniciales les recordó la intervención liberadora de Dios de la sumisión de los egipcios y las maravillas realizadas en su marcha por el desierto y en el cruce del río Jordán. Ese era el momento oportuno para poner ante una opción a las tribus de Israel: o unirse todas por la fe en el Dios liberador, o servir a los ídolos de Canaán. Josué, con palabras claras provocó a las tribus proponiéndoles, como única opción válida, la que él y su familia había tomado:” Elijan a quién quieren servir… Yo y mi familia serviremos al Señor”. Su moción, despertó las consciencias de los presentes que acogieron por unanimidad dicha propuesta: “El Señor nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud… por eso también nosotros serviremos al Señor”. Este pacto religioso de Siquén, nacido de una opción libre y responsable de las tribus, dio origen al pueblo bíblico.

En el pasaje del evangelio de hoy, última parte del discurso de Jesús después de la multiplicación de los panes, nos encontramos ante un hecho similar. Jesús, en presencia de los discípulos y de la gente, acababa de afirmar: “Yo soy el pan bajo del…cielo, el pan de vida… si no comen mi carne y no beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes”. Muchas personas que habían asistido a ese prodigio, se retiraron porque no podían aceptar que Jesús tuviese afirmara el origen y el poder divino de salvación. Pero, no solo la gente, sino también los discípulos de Jesús quedaron desconcertados por su aseveración: “Muchos de sus discípulos decían: ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. Ellos, para colmo, no tuvieron el valor de decirlo abiertamente a Jesús, sino que murmuraban a sus espaldas.

Ante esa reacción, Jesús los increpó: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces cuando vean al Hijo del Hombre subir donde estaba antes?”. Pero, a pesar de estas interrogantes, “desde aquel momento muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo”. En ese duro momento, solamente quedan con Jesús los Doce apóstoles, los amigos más cercanos que Él había elegido uno por uno, llamándolos por nombre, para que estuvieran con él y enviarlos a predicar. Sin embargo, Jesús no espera que ellos expresen lo que piensan, sino que los provoca: “También ustedes quieren irse?”.

Él no tiene miedo de quedarse solo y está dispuesto a perder incluso a todos sus seguidores si no lo aceptan en su identidad de Hijo de Dios. Pedro, en nombre de los demás apóstoles, hace una sincera profesión de fe en Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabra de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el santo de Dios”.

¿A quién iremos?”, es pregunta y, al mismo tiempo, respuesta; Cristo es el único que llena la vida y que le da sentido y que salva. Las palabras de Pedro no son fruto de la comprensión de lo que dijo Jesús, sino de la adhesión personal y del amor que él y los apóstoles han puesto en Jesús, de su crecimiento en la fe y de su convicción que Él es el “Santo de Dios”. Con este episodio concluye el ministerio de Jesús en Galilea, su región de origen, una misión llevada con entrega y sacrificio y concluida en el signo del fracaso, ya que la gente y muchos discípulos se han mostrado incrédulos y lo han dejado solo con los apóstoles.

Las dos escenas que hemos visto, nos indican claramente que la fe en Dios y en su Hijo Jesús no depende de nada y de nadie más que de nuestra respuesta libre y madura a la iniciativa del Señor. Hoy, más que entonces, no es posible ser cristianos solo por costumbre o por haber sido bautizados por iniciativa de nuestros padres, menos aun cuando este mundo y cultura pluralistas son indiferentes a lo sobrenatural y ponen ante nosotros otras opciones de vida, no todas buenas y sabias.

La única manera para seguir a Cristo, es que cada uno, responsable y libremente, haga la opción de estrechar una relación personal con Él, relación que siempre esté renovándose y que nazca de la respuesta de cada persona y generación. Dios espera nuestro sí consciente, un sí que es hacer pueblo de Dios, como tantos hermanos y hermanas ya vivieron.

Si somos sinceros con nosotros mismos, a lo mejor descubrimos que, en algún momento, en vez que decir sí a Cristo, hemos buscado otros rumbos convencidos de encontrar en ellos nuestra realización y felicidad. Sin embargo, los azares de la vida nos han llevado, más temprano que tarde, a caer en la cuenta que sólo Jesús es la respuesta verdadera a nuestras preguntas vitales, a nuestras dudas, vacíos e insatisfacciones, porque Él es el Salvador que da sentido, esperanza y felicidad a nuestra vida, viene en nuestra ayuda y nos sostiene en los momentos de desánimo y desconcierto, causados por los problemas de la vida.

Esto puede pasar cuando no vemos resultados en nuestros ideales de vida y compromisos cristianos, cuando chocamos con la incomprensión de nuestros familiares o amigos, cuando tocamos con mano nuestra debilidad y no logramos romper con nuestros pecados o cuando sentimos cansancio por hacer el bien y luchar por la justicia, la verdad y la paz.

Jesús, en cada Eucaristía, se nos ofrece a sí mismo como Pan de Vida, el alimento que fortalece nuestra fe y nos ayuda a evitar que nos encaminemos por otros rumbos que nos llevan a la perdición. Él nos pide sentarnos a su mesa gratuita y alimentarnos con el Pan del Cielo para “gustar y ver que bueno es el Señor”, como hemos cantado en el salmo.

A lo largo de tantos siglos de vida de la Iglesia hasta hoy, una multitud inmensa de fieles se han sentado a la mesa del Señor, como tantos hermanos y hermanas nuestros que han creído en Dios y han vivido su fe en comunidad y se han comprometido en testimoniar la alegría del Evangelio al servicio de la comunidad. Entre ellos están los catequistas que, este domingo, celebran su Jornada Nacional con el lema: “Catequista hoy yo soy, llevando tu Palabra, a quien le hace falta tu Amor”, palabras que identifican muy bien su vocación y misión: donar la Palabra de Dios a los que tienen sed de amor, de esperanza y de vida.

El Papa Francisco, hace unos cuantos días en reconocimiento de la importancia de este servicio que tantos catequistas llevan en la Iglesia, ha instituido oficialmente el Ministerio del Catequista, como servicio precioso de la enseñanza de la fe y vida cristiana, “para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia y para su capacidad de irradiarse en torno a ella y hacia los que están lejos” y, en particular, para el bien de la niñez y juventud. A ellos nuestra gratitud y oraciones para que sigan sirviendo a Dios y a la comunidad con entrega y alegría.

Antes de terminar no podemos dejar de unirnos a la iniciativa del Papa Francisco que nos pide elevar nuestras oraciones al Señor por la vida, la libertad y la paz en Afganistán. Además, recordamos con mucho afecto en nuestras oraciones a los hermanos de Haití, víctimas del terremoto y de una tormenta tropical. Pero también les invito a orar especialmente por nuestro país, para que cese la violencia asesina que cobra la vida de personas por un puñado de dinero y para que, de una vez por toda, se dejen los linchamientos, en nombre de la justicia comunitaria, como el que ha pasado en días en Warnes. La Sagrada Escritura nos dice que nadie puede levantar la mano homicida, ni siquiera sobre el fratricida Caín.

Por último, hago un llamado apremiante a orar por nuestro país, para que se emprenda, sin demoras, un cambio sustancial en la Administración de la Justicia, condición indispensable para acatar el fallo y medidas de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que aboga por los derechos de las minorías y declara que la relección indefinida no es un derecho humano. Esta medida, entre otras, lo pide también el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), acerca de los acontecimientos de los últimos meses de 2019.

Ambos documentos de esos organismos internacionales independientes, son un aporte serio, importante y objetivo que debe ser asumido por parte de todos, en particular por los sujetos directos de esos hechos, sin interpretaciones aleatorias. Por eso, considero necesario revisar, con apertura de ánimo, apego a la verdad y justicia libre y ecuánime, los sucesos de esos días y las acciones subsiguientes. Es deber urgente cicatrizar esas heridas, resarcir a las víctimas de todas las partes involucradas, dejando discursos que siembran venganza, miedo y cizaña, garantizando la libertad de expresión y dando signos concretos de buena voluntad, liberando a los que han sido encarcelados con procedimientos legales dudosos para que puedan defenderse en libertad ante la justicia.

Sin esta voluntad sincera de parte de todos, no será posible trabajar juntos por la reconciliación, la unidad, la verdad, el bien común y la paz de nuestro País. Que el Señor nos bendiga a todos y su amor nos fortalezca en nuestro propósito. Amen

Fuente:  Campanas – Iglesia Santa Cruz