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Reflexión dominical: El Resucitado, como un diamante vivo

Uno de los diamantes más preciosos del mundo

El Camino al Padre y la Piedra viva

 

En este domingo de Pascua, la Palabra de Dios nos lleva a la contemplación del Resucitado a través de otras dos nuevas imágenes bíblicas, la del camino y la de la piedra viva y preciosa, que nos permite una profundización en el misterio de Cristo en relación con el Padre y con la comunidad de los creyentes como nuevo Pueblo de Dios. La imagen del camino va acompañada de los dos conceptos trascendentales del evangelio de Juan, la verdad y la vida, los cuales proyectan sobre el camino todo el sentido del mismo, revelando hacia dónde conduce su trayectoria y los medios adecuados para la realización del recorrido. El destino último de la vida es el Padre Dios y el seguimiento de Jesús es el camino y la vía de acceso al Padre. La Iglesia, construida por Dios sobre Cristo Muerto y Resucitado, piedra preciosa y angular del mundo, tiene la misión de abrir caminos de unidad en la pluralidad, centrándose siempre en el Evangelio y en el servicio a los pobres, ejes constitutivos de su identidad. El Espíritu sigue actuando en la misión de la Iglesia anunciando a todos los pueblos el camino del Señor Jesús que nos lleva verdaderamente hacia Dios Padre.

 

“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6)

 

Esta sentencia de Jesús, central en el evangelio de este domingo de pascua (Jn 14,1-12), permite contemplar el profundo significado del misterio de Cristo crucificado y resucitado para todo ser humano. El camino es una imagen dinámica que indica el sentido de la vida de Cristo, de su muerte y de su resurrección, y su orientación hacia Dios Padre. Ésta es la verdad y la vida de la que él quiere hacernos partícipes a todos sus hermanos, para que todos lleguemos a la comunión viva con el Padre. En Juan convergen dos concepciones diferentes de la verdad, una de origen griego, la realidad oculta que se desvela y se revela, que hay que descubrir, y otra procedente de la palabra hebrea emet (de la misma raíz que amén), en la que confluyen la firmeza, la fidelidad, la confianza y la lealtad.

 

Jesús es la verdad de Dios y la verdad del hombre

 

En este sentido, Jesús es la verdad que nos revela al hombre y a Dios. Jesús es la verdad hecha carne cuya firmeza y radicalidad pone en evidencia la mentira de los poderes de este mundo, en el ámbito político ante Pilatos y en los círculos religiosos ante los fariseos y los dirigentes judíos. Permanecer en la verdad es estar dispuestos a vivir un amor seriamente comprometido con el desenmascaramiento de las mentiras de la realidad humana del momento presente. Ser de la verdad es estar estrechamente unidos como piedras vivas a la piedra viva, que es Jesús Resucitado.

 

Cristo, piedra viva y preciosa: un diamante extraordinario

 

La piedra viva y preciosa es la otra imagen en la liturgia de hoy y está tomada de un texto petrino (1Pe 2,4-10), que es de una densidad teológica extraordinaria. En él predomina la imagen de la piedra especialmente aplicada a Cristo. Con motivos, citas y alusiones del AT, se habla de Jesús, el Señor, la piedra viviente, rechazada por los hombres, elegida y preciosa para Dios, piedra angular y de tropiezo. El rechazo de esta piedra se refiere a la pasión y muerte de Jesús, los momentos históricos más concretos que culminan el rechazo de la piedra por parte de los constructores. Los constructores son los dirigentes religiosos del pueblo de Israel en la época de Jesús, cuya falsedad, hipocresía y envidia pueden ser el exponente de una religiosidad sólo aparente, que contrasta enormemente con la religiosidad auténtica que vive de la palabra. Pero el texto destaca sobre todo a Cristo como piedra viviente y preciosa a través del proceso concreto que implica el misterio pascual y, por eso, Él, como diamante vivo y extraordinario, es el fundamento de una nueva construcción, el vínculo de una nueva comunión, que une a los seres humanos entre sí poniéndolos en relación con Dios.

 

La comunidad de piedras vivas

 

Junto a Cristo como piedra viviente, están también todos los cristianos como comunidad mesiánica de piedras vivientes, regenerados por la resurrección de Cristo. Ellos forman una casa espiritual, como construida con diamantes, piedras preciosas atraídas por el gran diamante del amor, Cristo Resucitado, y tienen la misión de ofrecer sus propias vidas como sacrificio espiritual en el ejercicio de su función sacerdotal (Éx 19,5-6). Pero el rechazo del Cristo viviente repercute indiscutiblemente en la identidad cristiana y eclesial. La piedra viviente que ha sido rechazada por los hombres sugiere también el rechazo del evangelio, como palabra viviente de Dios (1 Pe 1,23.25; 4,17; 3,1) y, el desprecio de los cristianos, como piedras vivientes, rechazo que se hace patente en los textos sobre el sufrimiento como consecuencia de la hostilidad ambiental imperante. El realismo de estas consideraciones ha de servir en el tiempo presente como fundamento de la esperanza cristiana y como correctivo de todo tipo de triunfalismo eclesial, pues los cristianos nos consideramos miembros vivos de una comunidad creyente, elegidos y edificados por Dios como casa espiritual fundada sobre Jesucristo, piedra viviente, pero conscientes de que ésta, el Cristo viviente, sigue siendo piedra rechazada por parte de los hombres.

 

Sacerdocio y Reino en el Pueblo de Dios

 

El final de este texto recoge una serie de atributos que muestran la concepción de la Iglesia por parte del autor de la Carta. Todos ellos son alusiones al AT: «Un linaje elegido (Is 43,20), un ámbito del Reino, un organismo sacerdotal, una gente santa (Éx 19,6), un pueblo adquirido por Dios (Éx 19,5; Is 43,21) para anunciar las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa» (Is 43,21). La traducción alternativa, ofrecida aquí como interpretación exegética, a la formulación tradicional “sacerdocio real” pretende reflejar el carácter sustantivo de los dos términos originales griegos (basileion, ierateuma) y su valor autónomo como conceptos corporativos de la Iglesia, superando así la dependencia entre adjetivo y sustantivo plasmada en la traducción latina de la Vulgata (regale sacerdotium) respecto al texto petrino.

 

El Pueblo de Dios y el Reino de Dios

 

En el Concilio Vaticano II la iglesia católica ha recuperado la centralidad del carácter sacerdotal de los laicos en la concepción del Pueblo de Dios, promoviendo, como derecho y como deber, la participación plena, consciente y activa de todos los fieles en la liturgia (SC 14) y mostrando su identidad de pueblo mesiánico y sacerdotal (LG 9), pues tanto el sacerdocio común de los fieles como el sacerdocio ministerial participan a su manera del único sacerdocio de Cristo (LG 10, 34). Con esta interpretación se subraya que la Iglesia es Reino de Dios, un ámbito en el que Dios reina, y que sirve a la expansión del señorío de Dios sobre el mundo. La Iglesia es Reino de Dios, pero no es “el” Reino, sino que lo sirve mediante el testimonio de vida y la difusión de la Palabra del Evangelio, que es palabra de verdad y de vida.

 

Desatención a los pobres y discriminación en la Iglesia naciente

 

En el comienzo de la Iglesia naciente en Jerusalén (Hch 6,1-7) se perciben dos problemas entremezclados, el de la desatención a sectores necesitados de la comunidad, las pobres viudas de los judeocristianos helenistas, que son los judíos, de lengua y cultura griegas, convertidos al cristianismo y el de la discriminación de los helenistas por parte de los judíos hebreos convertidos también al cristianismo. Con la elección de los siete helenistas al servicio de las mesas de los pobres se resuelven armónicamente los dos problemas en una Iglesia que con la fuerza del Espíritu va abriendo su perspectiva misionera sin fronteras para que en todos los pueblos siga avanzando la Palabra de Dios, se siga atendiendo a los marginados y se rompa todo tipo de fronteras o de barreras étnicas, lingüísticas, nacionales.

 

La predicación de la Palabra y el servicio a los pobres

 

Es una Iglesia misionera que se organiza en su interior desde la pluralidad para garantizar en la unidad los ejes fundamentales de su identidad, que son la predicación de la Palabra de la salvación, el testimonio convincente de vida con la fuerza del Espíritu y el servicio a los pobres, sin que tengan que contraponerse unos ministerios a los otros. En efecto, servir a los pobres, predicar el Evangelio, organizarse como un “organismo sacerdotal” de servicio a Dios y a su Reino son claves que facilitan la gran misión de la Iglesia que consiste en anunciar, con el testimonio y la palabra, las proezas del que nos llamó y nos llama a todos a salir de las tinieblas del mal, del pecado y de la muerte, para llevarnos a su luz maravillosa y así nos constituye en el nuevo Pueblo de Dios que, por misericordia divina, hace de todos los creyentes misioneros de la misericordia.

 

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura