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REFLEXIÓN DOMINICAL: DOMUND DE LA ESPERANZA

La actualidad del mundo reclama nuestra atención sobre los acontecimientos importantes que este fin de semana constituyen grandes centros de interés para nuestro entorno vital y permiten celebrar un día del Domund marcado por la esperanza.

En España la banda terrorista ETA ha comunicado el cese definitivo de lo que ella denomina “la actividad armada”, la cual no ha sido más que la terrible tragedia provocada por unos criminales que durante 51 años han asesinado brutalmente a 857 personas, han provocado miles de heridos y mutilados y han secuestrado a noventa personas. Bienvenida sea semejante declaración por lo que tiene de “final” de una inútil y dañina barbarie, pues con semejante trayectoria los etarras no han conseguido nada más que muerte y sufrimiento en vano. Es probable que dicha declaración nazca más de la necesidad provocada por un debilitamiento de la banda en el que han intervenido múltiples factores de las instituciones democráticas, que de una convicción moral frente al mal que ellos han provocado, generando un inmenso número de víctimas que no podemos ni debemos olvidar jamás, aunque ellos ni las mencionen en su declaración. Con todo, lo importante por ahora, aunque no sea lo suficiente, es que ahora tendremos una vida democrática en paz y sin temor a ese terrorismo organizado. Por tanto, a pesar de todo, que ya es bastante, estamos de enhorabuena.

En Bolivia la marcha de los indígenas del TIPNIS ha llegado hasta la ciudad de La Paz, donde deberán entablar un diálogo con Evo Morales acerca de la compleja situación en que se encuentra el conflicto entre las partes por causa del proyecto gubernamental de la construcción de una carretera que afecta directamente a la población indígena del entorno de dicho parque natural, de altísimo valor ecológico y medioambiental. Hasta el momento no hay ni diálogo ni solución, sino represión policial con gases lacrimógenos en la plaza Murillo de la capital boliviana. Esperemos que el diálogo se lleve a cabo y sea fecundo.

Por otra parte la muerte de Gadafi en Libia a manos de los rebeldes marca el final de una lucha por la libertad y la apertura de un proceso democrático que debe ir abriéndose en este país árabe norteafricano.

Además, esta semana ha estado dedicada a la reflexión sobre la pobreza en el mundo: la pobreza alarmante y de carácter estructural que genera muerte por doquier como consecuencia de la injusticia y del reparto desigual de la riqueza y de los recursos del planeta. Los datos de esa pobreza siguen siendo escalofriantes: más de 800 millones de pobres padecen desnutrición profunda, 1100 millones de personas sobreviven con menos de 1 dólar diario, cuarenta mil personas mueren diariamente por no tener alimentos. Erradicar la pobreza era el primero de los buenos propósitos formulados por los jefes de gobierno del mundo en el año 2000, pero el problema ha ido evolucionando en la dirección contraria. Enrique Yeves, director de la FAO en España, ha declarado estos días que “falta voluntad política” para acabar con el hambre en el mundo, a pesar de que “sabemos qué hay que hacer”.

Estando así algunas de las cosas de nuestro mundo, la llegada de inmigrantes a España, procedentes de África, a través de la costa mediterránea y de Murcia, pone de relieve la situación lamentable de miseria en la que se encuentra la inmensa mayoría de los pueblos africanos, pues a pesar de la gran crisis económica de la vieja Europa y particularmente de España, ésta sigue siendo todavía un destino de la inmigración.

Y en medio de todos estos acontecimientos, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Misiones (Domund 2011) para tomar conciencia de la identidad esencialmente misionera de toda la Iglesia, avivar el ejercicio de la caridad como “el alma de toda actividad misionera” (Benedicto XVI),  e implicar a todos los miembros de la Iglesia en la oración, el sacrificio y la cooperación económica por las misiones.

Es un buen momento para dar gracias a Dios por la ingente actividad evangelizadora de la Iglesia en el mundo, desarrollada particularmente por todos los misioneros y misioneras, laicos, religiosos y sacerdotes, que dedican por entero su vida a la misma causa de Jesús de Nazaret, trabajando con la fuerza del Espíritu especialmente en los países pobres y en lugares recónditos de la tierra. Ellos son el testimonio más patente de la dimensión misionera de todo cristiano, que desde el bautismo se convierte en testigo comprometido de la fe y del amor de Dios. Sin embargo, las situaciones sociales y políticas y las circunstancias generalmente adversas en que se desarrolla la acción misionera específica en las regiones sumidas en la miseria atroz de la pobreza, pueden suscitar hoy la toma de conciencia y de compromiso personal ante los graves problemas que afectan a nuestro mundo así como la solidaridad y el apoyo, espiritual y material, a los misioneros y misioneras.

En este domingo el libro del Éxodo nos revela al Dios liberador y compasivo que, al propiciar la salida del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, genera un nuevo estilo de vida con nuevas formas de conducta plasmadas en normas reguladoras de las relaciones sociales propias de un pueblo libre y solidario. A este código de la Alianza pertenecen también los preceptos que orientan la actitud y el comportamiento con los extranjeros y con los pobres: “No oprimirás ni vejarás al emigrante… Si prestas dinero a un pobre que habita contigo no serás con él un usurero cargándole intereses” (Éx 22,20.25). A tenor de este primer texto de la legislación bíblica sobre el emigrante y sobre el pobre, se puede sostener firmemente que los inmigrantes no pueden ser objeto de abuso, de vejación alguna, de extorsión ni de persecución, y mucho menos aún se puede aceptar la legitimación de las medidas de exclusión y de persecución en ningún Estado que pretenda respetar los derechos humanos y sociales. Asimismo debe servir esta lectura bíblica para iluminar la realidad social de la pobreza del mundo a la que hemos aludido al comienzo de la reflexión.

Al Dios liberador que se manifiesta en contra de todo tipo de explotación del ser humano, de los pobres, de los emigrantes, de las mujeres, de las viudas y de los huérfanos, es a quien Jesús invoca como Padre. El evangelio de Mateo presenta en la polémica de Jesús con los fariseos y en el templo mismo de Jerusalén la novedad de la enseñanza de Jesús, la cual no consiste sólo en referir la excelencia de los mandamientos del amor a Dios (Dt 6,5) y del amor al prójimo (Lv 19,18), sino en haberlos unido y asimilado haciendo de cada uno de ellos el criterio de verificación del otro (Mt 22,34-40), de modo que es del todo impensable una experiencia cristiana que prescinda o descuide alguna de estas dos dimensiones.

En el texto de Pablo (1 Tes 1,5-10), éste,  agradecido a Dios, recuerda que los creyentes han acogido el mensaje del Evangelio y ellos mismos se han convertido en un Evangelio viviente por su acogida de la Palabra de Dios y por su testimonio eficaz  en todas partes, pues han abandonado el culto a los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, que resucitando a Jesús de entre los muertos ha abierto para el mundo el camino definitivo de la liberación y de la esperanza.

En los múltiples frentes de actuación que tenemos ante nosotros es importante que los cristianos, conscientes de nuestra identidad misionera y de que el mensaje del Evangelio es una palabra potente para transformar el mundo, por amor a Dios y al prójimo, trabajemos por  la promoción y el apoyo de los planteamientos sociales y políticos que en todo lugar de la tierra favorezcan las condiciones sociales de los últimos, de los pobres y de los hambrientos, de los inmigrantes y de los niños, y sobre todo el desarrollo de los países empobrecidos. De este modo contribuiremos con nuestra acogida del Evangelio a reorientar el rumbo del mundo abriendo horizontes de esperanza y consolidando caminos de dignidad, de libertad y de justicia para toda la familia humana.

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura