Domingo 23 de Tiempo Ordinario – 9 de septiembre 2018
Efathá
Queridos hermanos.
“Efathá” “Ábrete”
Con esta palabra en su lengua materna, Jesús sanó a un “sordomudo”. Hoy decimos: “persona con discapacidad auditiva y comunicacional”.
En mi juventud como seminarista, durante dos años, como experiencia pastoral, acompañaba a niños y adolescentes con discapacidad auditiva en un internado en los EEUU. Incluso, durante tres semestres tomé clases para lenguaje de señas. Lamentablemente, con el paso de los años y la falta de uso, he olvidado mucho.
Entre otras consideraciones, nos explicaron que el término “sordomudo”, no es preciso, porque normalmente no les falta la capacidad de hablar, sino el aprendizaje. Es difícil, pero no imposible, aprender a hablar sin poder oír.
Otra consideración, es que el mayor problema que ocasiona la discapacidad auditiva, es la exclusión social. Son poquísimas las personas fuera de su entorno que saben manejar la lengua de señas. ¿Cómo formar amistadas y otras relaciones humanas sin poder comunicar? Por otro lado, no faltan quienes les trata como personas tontas, o quienes les gritan, que de nada sirve.
También nos dijeron era muy difícil mentirles, porque en compensación a la discapacidad auditiva, son super atentos a todo el lenguaje corporal, que incluye los signos de honestidad y de engaño.
Encontré una página web con videos que enseña un curso básico de lenguaje de señas bolivianas, e información sobre otras discapacidades. La pagina tiene un buen nombre; se llama: “sobre todo personas”. Es el valor más básico que se tiene que reconocer de todo ser humano, desde su concepción hasta la muerte natural.
En el Evangelio, Jesús demuestra una especial sensibilidad. Llevó esa persona aparte; no hizo con él un espectáculo. El uso de su saliva tiene que ver con creencias de la época. Más llamativo es el gesto final: “Levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efathá”, “Ábrete”.
¿Para qué levantó los ojos al cielo? Evidente unió a la oración del sordo su propia oración a Aquel que nunca es sordo. Dios siempre escucha el grito de los pobres, aunque este grito se hace en silencio, por no gozar de una voz que sepamos escuchar los demás.
Bolivia tiene una Ley General para Personas con Discapacidad, con su normativa respetiva, precisamente con la promover la inclusión social de estas personas, y para quitar las barreras que enfrentan. Creo que es algo bueno, pero quienes deben juzgarlo son las personas a que está destinado a beneficiar. No sé si tuvieron mucha participación en su redacción. Por otro lado, es una cosa pasar leyes, y otra poner en práctica lo que manda. Dios mismo tiene este problema, pues mandó amar a Dios con todo el ser, al prójimo como a ti mismo, y al migrante también (Ver Levítico 19). Son excelentes mandamientos, pero poco cumplidos.
Una de las mejores disposiciones de la norma es para la capacitación laboral. Esto supone no solamente capacitar a discapacitados, sino también a empresarios. En Cochabamba participé de un encuentro organizado por la Pastoral Social Caritas, entre empresarios y agrupaciones de personas con discapacidad. Hubo testimonios de inclusión laboral exitosa de beneficio mutuo.
El tema de las barreras es complejo y abarca varias dimensiones. Cuando construí el nuevo templo parroquial en La Santa Cruz, puse accesos para sillas de ruedas y baños adecuados para esto también. Aquí, en cambio, se quitó las ramplas (sin consultarme) por ser usados más para motocicletas que sillas de ruedas. Esto indica que nuestro mayor desafío es superar las barreras que previenen el diálogo para la búsqueda de soluciones para personas con discapacidad y para todos los demás problemas que enfrentamos como pueblo.
Lamentablemente, hay mucha discapacidad para dialogar, y buscar caminos donde ganamos todos. Todo se hace mediante la confrontación. Somos campeones mundiales para bloquear calles y carreteras, porque es supuestamente la única forma de hacerse escuchar. Se quiere medir fuerzas en las calles. En esto hay quienes que no dudan en sacrificar a unos ingenuos, queriendo que los conflictos degeneren en violencia y muerte, para poder acusar, perseguir, exiliar y encarcelar.
Semejantes estrategias pueden ser muy astutas para consolidar el poder, pero nacen de una discapacidad sapiencial. Pues solo creen nuevos resentimientos, desconfianzas y atrasos. Además, se oponen al Reino de Dios, por lo que pronto o tarde serán nuevas instancias donde el Todopoderoso, quien escucha el grito de los pobres, tendrá que tumbar a los poderosos de sus tronos y levantar a los humildes.
De Jesús comentaron: “Todo lo hace bien.” Irónicamente, teniendo el poder de Dios, se dejo clavar en una cruz. Se unió con el grito de todos los crucificados: “¿Dios mío, porqué me has abandonado?” Por lo que no somos abandonados. El es Dios con nosotros, salvándonos de todas nuestras discapacidades. Con él nos toca levantar los ojos al cielo y decir al mundo sordomundo: “Efathá”. “Ábrete”.