Traducción:
Yo no soy Charlie. La libertad de expresión y la libertad de prensa no dan derecho a insultar, a despreciar, a blasfemar, a pisotear ni a burlarse de la fe o de los valores de los conciudadanos, ni a atacar sistemáticamente a las comunidades musulmana o cristiana. Decía Cabu que «una viñeta puede ser un disparo de fusil».
No, yo no soy Charlie. Y deberíamos quedar consternados al ver a Mahoma dibujado como una cagarruta con turbante, o a Benedicto XVI sodomizando a niños. No es cuestión de tolerancia o de pensamiento libre: el insulto es una violencia. Yo no soy Charlie, y no creo en esa unidad nacional decretada por el Presidente de izquierdas. Al cabo de treinta años, no acabamos de caer en la cuenta de que ellos son en parte responsables de la situación actual. No me creo que puedan luchar contra el terrorismo a la vez que cada año destejen la soberanía del país y su capacidad de defensa y de justicia.
La nación se equivoca
Yo no soy Charlie, y el Presidente se vuelve a equivocar al presentar como héroes nacionales a esos caricaturistas que tanto han hecho por destruir los vínculos entre comunidades, menoscabando el sentido de nación, y que ridiculizando a policías y militares han contribuido a convertir al francés medio en un buey. En esta «ejecución sumaria» han muerto algunos de esos policías que eran caricaturizados por los mismos a quienes protegían. Yo no soy Charlie, pero soy francés, y veo a mi país hundirse en el horror. Oigo el grito de querra «Allah akbar» que se eleva por los suburbios. Los políticos no quieren enterarse de esta realidad, pero Charlie ha muerto por haber minimizado los riesgos del islam radical. Se han creído que por vivir en un país cristiano podrían insultar impunemente. Yo no soy Charlie, pero soy cristiano. No he pensado ni por un instante que ellos debieran morir, ni que lo tuvieran merecido. Paz a sus almas, y que Dios les acoja –si ellos quieren– en su misericordia. Pero… yo no soy Charlie.