Votar es algo muy serio. Involucra una actitud de la persona. Cuando tomamos una decisión, asumimos el rol pleno de nuestra dignidad. Es una manifestación de la grandeza de nuestra libertad. Pero cuando esa elección es resultado de otras que otros han hecho por nosotros, no ejercemos nuestro libre albedrío y nuestra dignidad se empequeñece.
Esta es una de las principales fallas de la ‘elección de elegidos’ a la que los bolivianos hemos sido convocados para el próximo mes. No es una elección en la que los bolivianos decidamos libremente por quién vamos a votar, pues otros -la mayoría del partido de Gobierno en el Poder Legislativo- lo han hecho antes que nosotros. Con el argumento de que hay que establecer equidad, equilibrio, dar oportunidad a otros sectores de la sociedad, etc., avanzamos hacia esta comparecencia nacional en las urnas.
Hay, sin embargo, un punto que debe quedar muy claro: los jueces, desde el que administra justicia en el más alejado rincón del país hasta los magistrados de la Corte Suprema, tienen una sola misión: hacer justicia. Equidad, igualdad de género y otros conceptos, válidos en otras esferas, no deben formar parte sino -y quizá muy secundariamente- de las decisiones que emite un juez, cuyo principal papel es administrar justicia sin mirar más allá de esa misión. No es por nada que la diosa de la justicia entre los romanos fue representada como una joven con los ojos cubiertos y una balanza en las manos. Nada ha cambiado esa simbología que destaca que el juez encargado de hacer justicia no debe ver otra cosa ni pensar algo diferente de su misión esencial: practicar la justicia.
Para anular compromisos o cualquier índole de inclinaciones, desde compadrazgos hasta relaciones familiares y militancia política, que lleven a favorecer o desfavorecer a una persona sometida a la justicia, los jueces deben ser impecablemente imparciales. Se aplica especialmente con ellos el dicho de que la mujer del César no solo debe ser casta y honesta, sino también parecerlo. Que haya jueces malos, sinvergüenzas o incapaces es otra cosa. Eso ha sido un mal recurrente en Bolivia, lamentablemente. Pero los defectos de un médico no anulan la medicina, ni los de un maestro a la escuela ni a la educación.
Hay algunos casos de elección popular de ciertos jueces en Japón, Suiza y Estados Unidos. Pero los altos magistrados de nivel estatal o nacional son producto, más que de ninguna otra cosa, de sus propios méritos. Su prestigio y probidad son sus únicas credenciales para postular a los altos cargos en la magistratura. Y aun así, la preselección es extremadamente rigurosa, lo que no parece haber sido, salvo una u otra excepción, el caso con las decenas de candidatos bolivianos a esta elección, oficialmente considerada como ‘única’ en el mundo. En la ex-Unión Soviética (¡‘falleció’ hace 20 años!), los jueces gozaban de una relativa libertad condicionada al poder del soviet supremo, cuya palabra sí era inapelable.
Creo que el tema central que se abate sobre los bolivianos es cómo participar de una elección en la que los candidatos ya fueron ‘pre-elegidos’. Puede ser que haya probidad entre los preseleccionados, pero quedan abiertas muchas preguntas de conciencia y de práctica común para asistir tranquilos a esta cita en la que otros han elegido por nosotros.
* Periodista,
haroldolmos.wordpress.com