¡Pero qué manía del ciudadano medio la de querer entender y, peor, opinar, sobre lo que hace y deshace el gobierno! ¡Pero si entre los propios gobernantes y sus perplejos gobernados tampoco se entienden! Vayan algunos ejemplos de actualidad.
El TIPNIS. Nueve veces los auténticos campesinos originarios de aquella zona selvática quisieron llegar a un entendimiento con el Sr. Presidente. Los nueve intentos les fueron negados. Y no por mala voluntad de los originarios sino por las zancadillas que fue poniendo el gobierno. La traída y llevada consulta previa, ante, post, ultra o póstuma con la participación de 69 comunidades sacadas de la manga, es una filigrana barroca de los nuevos doctorcitos de Chuquisaca. Inútil discrepar porque la fatídica carretera se va a construir.
Otro: YPFB, la perla de la corona, pues qué mala suerte. Santos Ramírez, el amigo íntimo del Sr. Presidente, le jugó sucio. Menos mal que está en galeras. Pero la maldición sigue en YPFB. Dos de sus altos funcionarios fueron pescados con las manos en la masa ¡y qué masa, de casi mil millones de dólares entre las plantas de separación de líquidos de Río Grande y Gran Chaco! Los dos imputados están ya en la cárcel. Aunque quedó por aclarar qué papel que tuvo el presidente interino, Carlos Villegas. Antes de que los jueces y fiscales aclaren el asunto, el propio Presidente se adelantó a definir que Villegas está libre de polvo y paja. Personalmente, opto por la presunción de inocencia y me alegraré que así pueda probarse. Pero si hubo juegos sucios en el segundo escalón de mando ¿cómo se explica que su presidente no tuviera la menor idea? Si pues ya basta la confianza personal del primer mandatario, ¿para qué están los jueces? No hablemos más del asunto; todo está predeterminado.
El teleférico. No se hizo cuando era tiempo y se licitó la obra que entonces tenía un costo de 10 a12 millones de dólares. Ahora, sin previa licitación, el gobierno está dispuesto a pagar 234 millones, más la tramitación de un crédito por la “pigricia” de los 100 millones ofrecidos a los choferes para que cambien chatarra por vehículos nuevos.
El Mutún. En los cinco años que trabajó la Jindal hubo comentarios de todo color. Al final, ni el propio gobierno supo manejar un negocio con una empresa que ya llegó a Bolivia con la tara de la desconfianza, hasta de los ciudadanos medianamente entendidos. La ineptitud del gobierno y las marrullerías de Jindal acabaron desilusionando a los ingenuos que confiaron en ambos.
Por lo untuoso del asunto me abstengo de comentar nada sobre el negociazo del siglo, el narcotráfico. Lo dejo a la libre consideración de mis amables lectores. Las Olimpiadas de Londres son más imprevisibles y entretenidas. Thank God.