Una de las grandes preocupaciones de la Iglesia Católica es la familia, cuestión central para la humanidad, pero que hoy está en una grave crisis. Por eso el Papa Francisco, después de consultar con los cardenales que le eligieron, ha querido convocar con urgencia el Sínodo Episcopal sobre la Familia. Se celebrará en dos asambleas: una extraordinaria convocada para el mes de octubre de 2014 y otra ordinaria a celebrarse en el año 2015. En la Asamblea Extraordinaria se reunirán únicamente los Presidentes de las Conferencias Episcopales y de las Iglesias de Oriente, los responsables de los organismos de la Curia Vaticana y tres representantes de los Superiores religiosos. El número reducido de sus miembros se debe al carácter extraordinario de la convocatoria y al limitado tiempo de preparación.
Para la preparación del Sínodo ya hace varios meses la Secretaría envió a todas las iglesias particulares y a muchas asociaciones eclesiásticas una encuesta sobre las situaciones críticas en relación con la familia. En base a los datos, testimonios y sugerencias de esa encuesta se ha elaborado un Documento de Trabajo de 77 páginas. La Asamblea Extraordinaria lo evaluará y pulirá. Como fruto de esa evaluación elaborará nuevas pautas que serán examinadas en la Asamblea Ordinaria prevista bajo el título “Jesucristo revela el misterio y la vocación de la familia”. Sus conclusiones finales serán examinadas y validadas por el Papa.
Se trata de reflexionar sobre la familia, afirmando sus fundamentos y examinando los numerosos problemas que le afectan: personas divorciadas y vueltas a casar, parejas de hecho, uniones homosexuales, matrimonios mixtos o interreligiosos, familias monoparentales, alquiler de úteros, debilitamiento o abandono del sacramento del matrimonio y procesos de nulidad matrimonial.
El Sínodo trata de ayudar a quienes están con problemas familiares. El Documento de Trabajo afirma: “La verdadera urgencia pastoral es permitir a estas personas que curen sus heridas, vuelvan a ser personas sanas y retomen el camino junto a toda la comunidad eclesial. La misericordia de Dios no provee una cobertura temporal de nuestro mal, al contrario, abre radicalmente la vida a la reconciliación, dándole nueva confianza y serenidad, mediante una auténtica renovación. La pastoral familiar, lejos de cerrarse en una mirada legalista, tiene la misión de recordar la gran vocación al amor a la que la persona está llamada, y de ayudarla a vivir a la altura de su dignidad” (80).
Un caso frecuente es el de las personas divorciadas y casadas de nuevo que no pueden recibir los sacramentos de la confesión y de la Comunión. No se prevé aprobar un hipotético “divorcio católico” que facilitaría una segunda boda, sino que se quiere fortalecer la fe de estas personas y acogerlas fraternalmente, buscando caminos para que puedan acceder al sacramento de la Comunión. Para ello se examinarán las dos posibles vías ya existentes.
La primera vía es la propuesta moral de que los casados o convivientes irregulares se comprometan a la abstinencia sexual para que puedan confesarse y comulgar. Aquí se recomendará a los confesores que examinen cada caso orientando y facilitando a los cónyuges el cumplimiento de ese compromiso, incluso en circunstancias adversas.
La segunda vía es la demanda procesal que el cónyuge afectado puede poner ante el tribunal eclesiástico para pedir la nulidad de su primer matrimonio. El tribunal competente examinará cada caso según las normas canónicas para ver si hubo una causal de nulidad al contraer matrimonio. Aquí seguramente el Sínodo recomendará a los jueces eclesiásticos, al dictar sentencia, que ponderen la equidad canónica teniendo en cuenta los aspectos personales en orden“la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia” (can. 1752).
El Papa Francisco en su Exhortación “Alegría del Evangelio” (Evangelii Gaudium) presenta a la Iglesia no como una aduana sino como la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas (47). “La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (47). “Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ¡Dadles vosotros de comer!” (49).