En la carta Primera a los Corintios y para superar todo tipo de división interna en el interior de la comunidad Pablo se identifica como sirviente de Cristo y administrador de los misterios de Dios, consciente de que su deber es ser fiel a quien le ha encomendado la misión evangelizadora. La misionariedad de la Iglesia, tal como viene formulando habitualmente el papa Francisco, reclama la conversión pastoral de los ministros de la Iglesia para que sean servidores de Cristo. Pablo se sirve de un término griego que sólo utiliza una vez en todas sus cartas, hiperetes, y que podríamos afinar más en la traducción si utilizamos la palabra “sirviente”. No sólo es el servidor sino “el que sirve como criado” de Cristo. De este modo queda descartada cualquier categoría de alto rango social o comunitario en la concepción de su apostolado, pues Pablo se presenta a sí mismo como “sirviente” fiel, como asistente y colaborador de Cristo, mostrando a la vez lo que quiere que sea cada uno de los que ejercen alguna responsabilidad en la comunidad.
Para servir a Cristo es preciso comprender, vivir y enseñar fielmente el mensaje del Evangelio que nos trasmite los misterios de Dios. El evangelio de este domingo (Mt 6,24-34) pertenece también al Sermón de la Montaña y revela que el señorío de Dios debe ocupar el centro de atención en la vida de todo discípulo, más allá de las preocupaciones vanas de este mundo, entre las cuales sobresale el dinero, por su carácter engañoso de dar una falsa seguridad. Frente a las múltiples preocupaciones habituales de la vida humana hay dos enseñanzas de Jesús que determinan la orientación de su mensaje. La primera es la sentencia:“No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24; Lc 16,13). La segunda es una conclusión exhortativa, específicamente mateana: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33).
El dinero no puede ser un fin en sí mismo y sólo ha de servir para hacer el bien, especialmente a los más pobres del mundo en el marco de la justicia de Dios. La alternativa entre Dios y el dinero (denominado Mamon) se convierte en un absoluto. Jesús es consciente del atractivo seductor y corruptor de las riquezas y sabe que el dinero es un dios que exige pleitesía y adoración. Cuando el dinero se convierte en dios, se pone en peligro la convivencia humana. Por eso Jesús declara abiertamente que no se puede servir a Dios y al dinero (Mt 6,24). El evangelio de hoy repite hasta seis veces el verbo preocuparse, para dar la orientación fundamental del mensaje de Jesús, que exhorta a no preocuparse por el dinero ni por lo que se puede adquirir con dinero. ¿No es esta preocupación por el dinero y la codicia lo que sustenta un mundo tan injusto como el que tenemos? Cuando los afanes por las cosas de este mundo se convierten en preocupaciones absolutas, aunque se trate de verdaderas necesidades, se está poniendo más la confianza en el dinero que en Dios. Por eso el señorío de Dios ha de ser la ocupación fundamental de la vida de los discípulos.
El texto de Mt 6,33 (En cambio buscad primero el Reino de Dios y su justicia) va introducido por una partícula adversativa que manifiesta una clara contraposición en la concepción de la justicia de Dios propia del Reino de Dios respecto a todas las preocupaciones anteriormente descritas en el texto. La exhortación constituye un paralelismo sinonímico, de modo que los dos complementos del verbo “buscar” no son realidades distintas sino la misma realidad en dos aspectos diferentes. La formulación griega del texto permite ver mejor el paralelismo. La búsqueda del Reino conlleva la búsqueda de la justicia de Dios. Lo específico del discípulo es no preocuparse ni por la comida, ni por el vestido, ni por nada que se adquiera con dinero. El dinero en su materialidad y en cuanto sistema económico llega a ser un verdadero ídolo del ser humano que embarga la vida de las personas y las domina como si de súbditos se tratara. Por eso la formulación evangélica inicial es contundente en este punto: “No podéis servir a Dios y al dinero”. El señorío que Dios establece desde su amor con las personas que participan en el Reino porque éste les pertenece, es decir, con los empobrecidos de todo el mundo, con los pobres a conciencia, con los discípulos en su seguimiento radical de Jesús, con los últimos de la sociedad y los que se hacen los últimos de la misma por causa del evangelio y de los pobres, es una relación viva de amor en la cual no hay lugar para que el dinero ocupe un espacio del corazón. Por eso para el discipulado de Jesús en la vida comunitaria y eclesial el dinero no puede ser el centro de atención de la vida humana y no puede constituir la aspiración profunda de la persona.
El Reino de Dios se identifica con la justicia de Dios. Tanto en Mt 6,33 como en 5,6, se trata de una justicia inexistente en la realidad histórica, es la justicia de Dios, deseada y esperada por parte de los hombres, por parte de quienes tienen hambre y sed de ella, y, al mismo tiempo, es la justicia, en cuya búsqueda activa Jesús implica a los discípulos. Buscar la justicia de Dios es buscar el Reino de Dios, como don y como tarea. Primero, como don irreversible e inminente (Mc 1,14-15) del amor de Dios hacia el ser humano y particularmente hacia los últimos de la sociedad y, segundo, como tarea que compromete la vida de los discípulos en la opción a favor de los pobres, de los indigentes, de los que gimen, de los hambrientos, para hacer posible esa justicia divina que resarcirá a los últimos de los derechos conculcados en el devenir de la historia. Este planteamiento de la justicia es el que sobresale en el texto de Mt 6,33: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia.
Los discípulos y toda persona que acoge el mensaje del Reino contenido en las bienaventuranzas han recibido la promesa de un don que se cumplirá, pues de parte de Dios se verán cumplidas con hartura y hasta la saciedad las esperanzas de los que tienen hambre y sed de la justicia de Dios (Mt 5,6), pero al mismo tiempo esas personas quedan impelidas por la promesa de Dios a buscar incansablemente aquella justicia divina como prioridad fundamental de la vida, que consiste en la realización del ideal de justicia que emana del Antiguo Testamento y que se resume en el socorro concreto, ejercido por Dios y por los hombres, hacia los más débiles, “Dios hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos” (Sal 146,7) y en el restablecimiento de los derechos de los indefensos (cf. Dt 10,18; Sal 103,6; Is 33,5; Jr 22,3; Sal 40,11; 51,16; 70,15; 97,2; 118,123).
En este marco amplio de restablecimiento de la justicia tiene plena cabida toda reivindicación de los derechos de los pobres, tanto desde una perspectiva individual como desde una perspectiva estructural y global. Las palabras de Jesús impulsan a la comunidad cristiana a concentrar toda la atención en el Reino de Dios y su justicia y a los sirvientes de Cristo a ser fieles en su conducta y en su doctrina al Señor Jesús, para comunicar al mundo los misterios de un Dios que nunca se olvida de su pueblo (Is 49,15).
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura