En el evangelio de este domingo encontramos una escena singularmente entrañable que evidencia de nuevo la actitud de misericordia de Jesús hacia una mujer estigmatizada como pecadora pública en su pueblo (Lc 7,36-8,3). Jesús va a comer a casa de un fariseo y se deja querer por aquella mujer pecadora que manifiesta sorprendentemente la grandeza de su amor. A través de unos gestos amorosos típicamente femeninos y mediante una breve parábola ilustrativa Lucas revela que el amor de Jesús redime al ser humano y que es la fuerza más potente que Dios ha puesto en el corazón de la humanidad.
El gesto de la mujer pecadora se concentra en los pies de Jesús. Ponerse a los pies de Jesús es una expresión de servicio total, de adoración profunda y de un amor inimaginable para los hombres. Además esa actitud desencadena en la mujer gestos entrañables de amor inédito: lavar los pies con lágrimas y enjugarlos con los cabellos, besarlos y ungirlos con perfume. Jesús se deja querer y va a dar una gran lección al fariseo. Jesús no se fija en apariencias, ni considera solamente la faceta del pecado en aquella mujer, sino que mira al corazón y ve con otra mirada la realidad de esta mujer, para destacar en ella lo que los demás no supieron percibir: Su capacidad única para amar. Es una escena única de amor protagonizada por una mujer tenida como pecadora, pero convertida por Jesús en ejemplo de amor y de fe sobre el que se construye una nueva casa para la familia de los creyentes: una casa de perdón y de hospitalidad. Jesús es, una vez más, el profeta de la misericordia y del perdón, que mira la realidad humana con otros ojos y saca a la luz las capacidades enormes del alma humana. A la mujer que los otros consideraban pecadora, Jesús la pone como ejemplo del amor que redime y salva. De la historia de sus pecados y de sus sufrimientos no se dice nada. Jesús parece concentrado en lo que ella hace en ese momento. No le importa ni su fama ni su imagen pública. Sólo le importa ella y ve en ella lo que nadie veía, pero Jesús como verdadero profeta lo pone de relieve al decir que ella amó mucho y por eso se le perdonan todos sus pecados.
Ese amor es expresión viva de la confianza de la mujer en el perdón de Jesús. Pero es el amor el que redime a la mujer: El amor de Jesús, que perdona incluso antes de que la mujer manifieste la culpa con sus lágrimas, y el amor confiado de ella que le lleva a la salvación: «Se le perdonan todos sus pecados porque amó mucho» (Lc 7,46). La capacidad redentora del amor queda de relieve como nota esencial de la conducta cristiana en la Primera carta de Pedro (1 Pe 4,8). Allí, citando Prov 10,12, se dice que «el amor tapa multitud de pecados». Y esto es lo que Jesús destaca de aquella mujer. Pero también en esa carta se dice que la Pasión de Cristo ha terminado con el pecado (1 Pe 4,1) de modo que la Pasión de Cristo se revela como la máxima expresión del amor. Pablo lo formula de manera sublime: «Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Gal 2,20). Ese amor de Cristo es el origen y fundamento de la fe, que lleva consigo la justificación, el perdón de los pecadores y el comienzo de la nueva vida en Cristo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura