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Reflexión dominical: Llenos de alegría por el Reino

El papa Francisco ha dejado patente la impronta de su pontificado en la expresión del título y en el contenido de su exhortación apostólica, “La alegría del Evangelio” (Evangelii Gaudium), publicada hace unos meses. Las líneas pastorales de su ministerio han quedado plasmadas en este escrito para iluminación y orientación de todo el Pueblo de Dios en su camino de conversión y de renovación en el mundo actual. A partir de la alegría del encuentro con Cristo y desde el concepto fundamental de la misionariedad de la Iglesia, el papa recorre diversos ámbitos humanos en los que la fuerza del Evangelio puede intervenir transformando las conciencias, los corazones, las estructuras y las conductas. Tanto la Curia Vaticana como la estructura económica del mundo actual, sumido en la desigualdad y en la injusticia deben abrirse a la conversión más profunda en busca de la paz, de la justicia y de la verdad. La opción preferencial y evangélica por los pobres es la voz de alarma continua que interpela a todos en la búsqueda del Reino. El Papa Francisco pide una Iglesia misionera que salga a la calle y se encuentre con los miembros más débiles y con los más marginados de la sociedad. Para desarrollar un plan de acción pastoral más concreto, el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización celebrará en septiembre una conferencia mundial para la aplicación de la Evangelii Gaudium.

La alegría que el papa Francisco contagia se refleja también en las parábolas del Reino que estos domingos estamos leyendo. El discurso de las parábolas del Reino en el evangelio de Mateo concluye con tres que son propias del primer evangelista: la del tesoro escondido en el campo, la del mercader de perlas preciosas y la de la red de peces buenos y malos (Mt 13,44-52). Éstas han sido añadidas a la del sembrador y la del grano de mostaza, la del trigo y la cizaña y a la de la levadura que fermenta en la masa. El Reino de Dios se presenta en las parábolas del tesoro y de la perla con la estructura común de los verbos que las configuran: buscar y encontrar, vender y comprar. En ambas el Reino es un misterio, escondido, oculto, pero real y presente, que se puede encontrar y que se puede buscar hasta encontrarlo. La nota dominante es que el Reino de Dios es algo misterioso y grandioso, como un tesoro o una perla, que sale al encuentro del ser humano, de manera sorprendente. Se puede buscar o no, pero es algo que se deja encontrar, por eso es un don de Dios en el misterio de su amor. El Reino es la persona de Jesucristo, muerto y resucitado, don de Dios para toda la humanidad y que sale al encuentro de todo ser humano, aunque éste esté alejado de él o esté en otros negocios, en otras búsquedas y en otros afanes. En ese encuentro con Cristo “siempre nace y renace la alegría” – dice el papa Francisco -.

En el mundo bíblico el auténtico “tesoro” se refiere a la sabiduría, como objetivo de la búsqueda de todo ser humano. La sabiduría, que constituía la petición fundamental del rey Salomón, sabiduría para servir, escuchar y gobernar, para juzgar y discernir, es el don más precioso en el Antiguo Testamento, más valiosa que la misma vida, que todos los bienes y que todo poder (cf. 1 Re 3,5.7-12). Esa sabiduría, propia de un corazón dócil, es la que recibió Salomón y le permitió ser el más sabio de todos los reyes. La sabiduría no consiste en tener grandes conocimientos desde el punto de vista intelectual sino en saber estar y saber actuar conforme a la voluntad de Dios en cada momento, no buscando la riqueza, ni el poder, ni la gloria, sino la capacidad para distinguir el bien del mal y para actuar en conciencia.

Desde el Nuevo Testamento la sabiduría del discípulo consiste en realidad en comprender que Jesús es el Reino de Dios y que se entra en la alegría de ese Reino con todo su dinamismo mediante el seguimiento radical, entusiasta y comprometido de la persona de Jesús y su Evangelio. Y cuando alguien descubre eso, lo valora como un tesoro o como una perla preciosa, por la cual merece la pena desprenderse de todo para comprar el tesoro que estaba escondido. La primera reacción del que encuentra el tesoro es la gran alegría que siente y que le lleva a relativizarlo todo, hasta desprenderse y vender todos los bienes con tal de poseer el campo del tesoro. La alegría de encontrar a Jesucristo lleva a los discípulos a dejarlo todo para estar siempre con él. Este encuentro maravilloso y transformador de la vida acontece en la vida religiosa y en la vida de todo discípulo del Reino. No debe extrañarnos que, según decía el informe Forbes de hace un par de años, “el trabajo de sacerdote es considerado en el mundo como el empleo “más feliz”, según un estudio realizado por la Organización Nacional de Investigación de la Universidad de Chicago”. En realidad encontrarse con Cristo y dejar que él cambie el rumbo de la vida es el tesoro más valioso.

La parábola de la red de peces buenos y malos es muy parecida a la de la cizaña y el trigo, y permite subrayar dos aspectos relevantes del evangelista Mateo: su perspectiva de apertura en la historia presente y su proyección escatológica caracterizada por la separación de los buenos y los malos. La tarea de la Iglesia es la misión, representada en la pesca, en cuanto esfuerzo apasionado de los discípulos por pescar personas para vivir el encuentro con Dios en Jesús. Esta misión es abierta, es una búsqueda amplia, sin fronteras ni límites. Sin embargo, el encargo de clasificar los peces buenos y los malos es propio de los ángeles al final de los tiempos. Contra las tendencias integristas que establecen en la historia una clasificación fácil y simple entre los puros y los impuros, Jesús abre una perspectiva de tolerancia, pero no de permisividad, sin tendencias discriminatorias ni separatistas. El hecho de que no aparezca aquí descrita la suerte de los justos, que brillarán como el sol en el Reino de Dios, sino la de los malvados, con las imágenes apocalípticas del horno encendido, del llanto y rechinar de dientes, es una clara advertencia para los discípulos de que no todo vale ni está permitido en el Reino.

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura