Para los lugares donde se celebró el Corpus el pasado jueves, la celebración dominical del undécimo domingo del tiempo ordinario tiene su centro en el mensaje inicial del discurso misionero del Evangelio de Mateo. Este segundo discurso según S. Mateo está dedicado a las instrucciones de los Doce acerca de la misión para la que han sido llamados (Mt 10,1-42). Y el fragmento de este domingo (Mt 9,36-10,8) nos muestra en tres partes el fundamento de la misión, los protagonistas de la misma y la primera característica del actuar misionero, que no es otra que la de la gratuidad.
El fundamento de la misión es la constatación de la situación de la gente por parte de Jesús. Es de especial relieve la motivación de Jesús al incorporar a los Doce discípulos en su misma misión evangelizadora. Al ver Jesús el sufrimiento de multitudes maltratadas y abatidas “se conmocionó” por ellos (Mt 9,36). Este último es el verbo que expresa la misericordia entrañable de Dios Padre, la ternura gozosa del padre con el hijo pródigo y el amor al prójimo del buen samaritano. Muchas traducciones dicen “sintió compasión”, “se compadeció”, pero ya, con el papa Francisco, podemos decir “misericordeó”. Éste es, pues, el amor de Jesús hacia las gentes abatidas. La misericordia es el fundamento de la misión. Las multitudes estaban extenuadas y abatidas, pero el Evangelio nos enseña a ver en profundidad la situación al indicarnos la razón por la que se encuentra así la muchedumbre y nos dice: “como ovejas que no tienen pastor”. El Evangelio indica así con la imagen del rebaño la razón del abatimiento del pueblo extenuado. Es una clara alusión al Antiguo Testamento y en particular al profeta Ezequiel donde la imagen del pastor se aplica a los dirigentes del pueblo, quienes se aprovechan del pueblo explotando a la gente y maltratándola (Ez 34). Al ver hoy con Jesús el sufrimiento de los hermanos maltratados en el mundo podremos constatar la necesidad de obreros del reino que den credibilidad a la Iglesia por su fidelidad al Evangelio y su orientación hacia los marginados, así como la necesidad de líderes políticos con verdadera autoridad moral que orienten el rumbo de los pueblos por los senderos de la paz, de la justicia y de la fraternidad
La llamada y la constitución de los Doce es para cumplir la misma misión de Jesús, es decir, la de predicar la cercanía del Reino de Dios y su justicia y la de realizar las mismas actividades que el maestro. Ser discípulo es estar en comunión de vida y de destino con Jesús. Según el programa misionero de Jesús, y sólo para empezar la misión, los discípulos son enviados a Israel, exactamente a las ovejas perdidas de este pueblo, pero más tarde serán enviados a todas las naciones. El evangelio subraya que los apóstoles se han de dedicar principalmente al pueblo cansado y agotado, que anda como un rebaño de ovejas sin pastor (Mt 9,36), y a los que están extenuados y abatidos, a los enfermos, a los pequeños y los pobres (Mt 18,11.14). Y esta misión se debe hacer como Iglesia, como pueblo organizado, no como francotiradores, sino miembros de todo un colectivo eclesial y sacerdotal que es consciente de la gran misión heredada de su Señor.
La solidaridad real y comprometida con los empobrecidos y maltratados es un asunto vital para la transformación de la sociedad. Y para los cristianos es además una prioridad evangélica indiscutible inherente al anuncio del Reino de Dios. Por lo menos así cuentan los evangelios que lo fue para Jesús. El primer gran discurso de Jesús en San Mateo empieza proclamando dichosos a los pobres (Mt 5,3) a los cuales pertenece el Reino de Dios. De igual manera en el evangelio de Lucas el primer mensaje público de Jesús muestra a los pobres como destinatarios primeros de su misión liberadora mesiánica (Lc 4,18) haciendo suyas las palabras de Isaías, el profeta (Is 61,1-2). En el último discurso de San Mateo Jesús se identifica plenamente con los hambrientos, con los emigrantes, con los enfermos, con los expoliados y con los presos, a quienes considera hermanos suyos (Mt 25,35-40).
La misión de los Doce por tanto es anunciar a todos los abatidos la cercanía del Reinado de Dios en ellos, esto es, comunicar que los últimos de la sociedad, los que no cuentan, los marginados, los pobres y los indigentes son los predilectos del amor de Dios y ocupan el primer puesto en la misericordia divina. La tarea de los discípulos prolonga la actividad mesiánica de Jesús, realizando sus mismos signos y anunciando a los pobres la buena noticia de la salvación.
Al empezar el discurso Jesús advierte a los discípulos cómo deben de comportarse para enfrentarse a los males que tienen atrapada a esta humanidad abatida. Su nuevo estilo de vida debe estar marcado por el signo de la gratuidad y el don generoso de Dios. La gratuidad consiste en dar y en darse sin esperar nada a cambio. Esta es la primera nota esencial de los enviados por el Señor a trabajar a su mies. Particular importancia adquiere esta característica primera de los misioneros, de los Doce Apóstoles y de los creyentes llamados por Jesús a esta misión. Pero hoy debemos constatar la necesidad apremiante de obreros en la misión, especialmente de sacerdotes y personas de vida consagrada para la evangelización del mundo.
La escasez de sacerdotes es uno de los principales problemas eclesiales en nuestra tierra boliviana. Por eso hemos de orar al Señor de la mies para que envíe obreros a su mies, pero también hemos de trabajar para hacer que la voz del Señor llamando a la misión se oiga en los corazones de los jóvenes con el fin de que su respuesta sea generosa y pueda aumentar el número de los que responden positivamente a la vocación sacerdotal, la vocación a ejercer con Jesús y como Iglesia organizada la misión de predicar el Reinado de Dios y de actuar según las instrucciones del Señor Jesús.
Merece la pena destacar el sentido de misionero y sacerdotal de todo el Pueblo de Dios a partir del texto del Antiguo Testamento leído hoy en la Iglesia (Ex 19,2-6), donde el pueblo de Dios, liberado por el Señor de la esclavitud de Egipto, está llamado a ser en el mundo presencia misionera del Reino de Dios. Creo que este texto del Éxodo hay que leerlo desde la interpretación espléndida que la Carta primera de Pedro hace del mismo en 1 Pe 2,9, donde se recoge una serie de atributos que muestran la concepción de Iglesia por parte del autor de la Carta. Todos ellos son alusiones al AT: «Un linaje elegido (Is 43,20), un ámbito del Reino, un organismo sacerdotal, una gente santa (Éx 19,6), un pueblo adquirido por Dios (Éx 19,5; Is 43,21) para anunciar las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa» (Is 43,21). De este modo, el autor recapitula, con expresiones corporativas de las tradiciones bíblicas, aspectos esenciales de la comunidad cristiana. La traducción alternativa, mencionada aquí como interpretación exegética, a la formulación tradicional de “sacerdocio real”, pretende reflejar el carácter sustantivo de los dos términos originales griegos (basileion ierateuma) y su valor autónomo como conceptos corporativos de la Iglesia, superando así la dependencia entre adjetivo y sustantivo plasmada en la traducción latina de la Vulgata (regale sacerdotium) respecto al texto petrino. En el Concilio Vaticano II la iglesia católica ha recuperado la centralidad del carácter sacerdotal de los laicos en la concepción del Pueblo de Dios, pues tanto el sacerdocio común de los fieles como el sacerdocio ministerial participan a su manera del único sacerdocio de Cristo (LG 10, 34). Esta concepción sacerdotal está orientada a la entrega gratuita de la vida en el servicio al Reino de Dios en el mundo.
Entre otras tareas propias de los cristianos es apremiante en el ámbito social la toma de conciencia y de postura ante el ocultamiento de la verdadera y dramática realidad de la inmensa mayoría de la población mundial que sufre las consecuencias de la pobreza y de la miseria, que anda extenuada y abatida como ovejas sin pastor, y es urgente dar a conocer el alcance pernicioso de las ideologías que legitiman la violencia, de los nacionalismos de cualquier signo, del racismo, de la xenofobia y de todo tipo de fanatismos, como ideologías conducentes a callejones sin salida en el mundo actual.
Y no dejemos de orar para que surjan vocaciones sacerdotales en nuestra Iglesia.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada EscrituraLa gratuidad de la misión