Destacadas Santa Cruz

No quedemos callados ante tantas víctimas de las injusticias y abusos de instituciones llamadas a garantizar la paz y la ley: Mons. Gualberti

En su Homilía dominical Mons. Gualberti rememoró la promesa de Dios a su pueblo Israel de intervenir para traerlo de vuelta y liberarlo. Hoy ese proceso de liberación no es solo para su pueblo sino también abraza a la naturaleza. En ese contexto el profeta Isaías llama reconocer, confiar, colaborar y no tener miedo a Dios

Mons. Gualberti dijo que la marginación social representa un caso de limitación extrema en cuanto a la existencia y dignidad humana, por eso la palabra de Jesús rompe el silencio, la reclusión y devuelve la dignidad de persona. En ese contexto indicó que los sordos y mudos a la palabra de Dios sufren una enfermedad espiritual más grave que la dolencia física, así es que aclaró que somos sordos espirituales cuando no oímos el clamor de los pobres, somos sordos espirituales cuando no sabemos perdonar ni recibir perdón. Esa sordera moral causa incomunicación impide el diálogo y da paso la violencia, por ello pidió que No quedemos callados ante tantas víctimas de las injusticias y abusos de instituciones llamadas a garantizar la paz y la ley.

Mons. Gualberti exhortó a las autoridades que escuchen y respondan a los justos pedidos de nuestros hermanos indígenas que piden respeto a sus derechos.

Finalmente al celebrar la Jornada Mundial de los jóvenes les dijo que no se dejen engañar por las sirenas del mundo consumista e individualista y les pidió que No tengan miedo a dejarse transformar por Cristo en protagonistas de la civilización del amor.

 Video gentileza de Diakonia Multimedia 

Homilía de Mons. Sergio Gualberti

Arzobispo de Santa Cruz

Septiembre 5 de 2021.

Dios intervendrá para traer de vuelta a su pueblo y liberarlo

“¡Ánimo, no teman! Miren que nuestro Dios viene y les rescatará y salvará”. Hermanos y hermanas, este es el anuncio gozoso y esperanzador que hace el profeta Isaías al pueblo de Israel que se encuentra abatido y dispersado por varios países; Dios intervendrá para traerlo de vuelta a su patria, como en un nuevo éxodo y liberación.

El proceso de liberación puesto en marcha por Dios abraza también la naturaleza

Dios que libera y salva, es el corazón de todo el mensaje de la Biblia. Liberación, en primer lugar, de toda clase de enfermedades y de males que agobian al ser humano, signo de la salvación definitiva: “Se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo”. Este proceso de liberación puesto en marcha por Dios, abraza también a la naturaleza, una unión profunda entre desarrollo humano integral y respeto del medio ambiente: “Brotarán aguas en el desierto, y torrentes en la estepa, se transformará la tierra abrasada en estanque y el país árido en manantial de aguas”.

El profeta vislumbra este nuevo horizonte de la relación del hombre con la naturaleza, en el marco de un ideal y una espiritualidad liberadora y sanadora y de la solidaridad intrínseca e universal entre todas las criaturas.

El profeta Isaías llama reconocer, confiar, colaborar y no tener miedo a Dios

Por eso, Isaías hace seguir un llamado perentorio a reconocer y confiar en la presencia salvadora de Dios en medio de su pueblo, a colaborar en esa obra y a no tener miedo: “¡Ánimo, no teman!”. Las distintas intervenciones de Dios a lo largo de la historia de Israel, son la señal de la liberación definitiva e integral del pecado y del mal que el Señor vino a traer en bien de la humanidad entera para que, ya en esta existencia terrenal, podamos gozar de unos destellos de vida eterna.

La marginación social representa un caso de limitación extrema en cuanto a la existencia y dignidad humana.

La sanación de un sordomudo de parte de Jesús, que nos presenta el Evangelio hoy, confirma esta buena noticia. En el pueblo de Israel de entonces, el silencio y el aislamiento que acompañan a la sordomudez eran considerados signos de muerte: “Si el Señor no viene en mi ayuda, pronto mi alma habitará en el silencio(Sal 94,17). Este hombre enfermo, sumido en el silencio de la incomunicación y de la marginación social, representa un caso de limitación extrema en cuanto a la existencia y dignidad humana.

Este hecho acontece mientras Jesús está en camino. Le presentan a un sordomudo para que le imponga las manos. El maestro se retira “a solas” con el enfermo para evitar que su actuación sea interpretada como fruto de la magia. Dado que no puede comunicarse través de la palabra, Jesús recurre a los gestos conocidos en la práctica médica de ese tiempo; pone sus dedos en los oídos del enfermo y le toca la lengua con la saliva. Luego “Levantando los ojos al cielo, dio un gemido y dijo: “! Ábrete!”. La mirada al cielo es un gesto de comunión total con el Padre y el «gemido» de identificación con el dolor y la desgracia de ese hombre.

La palabra de Jesús rompe el silencio, la reclusión y devuelve la dignidad de persona

La palabra ‘!Ábrete!’ es el elemento decisivo del milagro: “se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente”. Todo este relato pone en evidencia el poder y la eficacia de la palabra de Jesús que rompe el silencio y la reclusión de ese hombre, lo hace salir de la incomunicación y le devuelve la dignidad de persona, dándole la facultad de relacionarse con los demás y de incorporarse a la comunidad religiosa y la sociedad.

Los sordos y mudos a la palabra de Dios sufren esa enfermedad espiritual más grave que la dolencia física

Luego Jesús “mandó a los presentes que a nadie se lo contaran”. Él no quiere dar cabida a los buscadores de milagros, sin embargo la gente va divulgando el hecho a los cuatro vientos: “Todo lo ha hecho bien”. En ese hombre pagano y sordomudo, son representados todos los afligidos por enfermedades físicas y también los que son sordos y mudos a la palabra de Dios, el mal interior que impide comunicarse con el Señor y el prójimo.

En este aspecto, tenemos que reconocer que todos, quien más o quien menos, sufrimos de esa enfermedad espiritual más grave que la dolencia física, porque implica nuestra participación y responsabilidad.

Somos sordos espirituales cuando no oímos el clamor de los pobres

Sufrimos de sordera espiritual cuando, encerrado en nuestro yo, no escuchamos a la Palabra de Dios y no cumplimos su voluntad, cuando somos egoístas y no oímos el clamor de los pobres, cuando exigimos nuestros derechos sin asumir los respectivos deberes y sin respetar los derechos de los demás.

Somos sordos espirituales cuando no sabemos perdonar ni recibir perdón

También somos sordos espirituales cuando, obsesionados por en nuestro orgullo y soberbia, no sabemos perdonar ni recibir perdón, cuando cultivamos en nuestros corazones sentimientos de odio, resentimiento y venganza, cuando mentimos o tergiversamos a la verdad, cuando nos callamos ante las discriminaciones, las injusticias y los abusos de poder.

La sordera moral causa incomunicación impide el diálogo y da paso la violencia.

Esta enfermedad moral causa la incomunicación que divide familias, grupos y pueblos, que eleva muros, que impide un diálogo franco y sincero, que da paso al recurso a la violencia y a los enfrentamientos, poniendo en grave riesgo la convivencia pacífica y armónica.

No quedemos callados ante tantas víctimas de las injusticias y abusos de instituciones llamadas a garantizar la paz y la ley

Estas palabras y actuación de Jesús son un fuerte llamado a escuchar su Palabra de vida y a ser sus testigos valientes en todo momento de nuestra vida: “¡Ánimo, no tengan miedo!”. No seamos cobardes, no hagamos oídos sordos y no quedemos callados e indiferentes ante tantas víctimas de las injusticias y abusos de instituciones llamadas a garantizar la paz y el cumplimiento de la ley.

Que las autoridades escuchen y respondan los justos pedidos de nuestros hermanos indígenas del oriente

En estos días somos testigo de la marcha de los pueblos indígenas de nuestra región que piden el respeto de sus derechos, que cesen los avasallamientos de sus territorios y tierras ancestrales, fuente de sustento y vida para ellos y sus familias.

Que se escuche su clamor, en especial de parte de las autoridades, respondiendo a los justos pedidos de esos hermanos nuestros.

Jesús, que “hace oír a los sordos y hablar a los mudos”, nos dirige hoy a cada uno de nosotros aquel grito: “¡ábrete!”; abrir nuevos horizontes de confianza y de esperanza, animados por la certeza de que siempre podemos contar con su ayuda, abrir nuestra vida a Jesús para ser partícipes de su plan de salvación y ser contados entre “los justos que el Señor ama”, como hemos proclamado en el Salmo.

Jóvenes: No se dejen engañar por las sirenas del mundo consumista e individualista

Antes de terminar quiero expresar mis sinceras felicitaciones a la Pastoral Juvenil y Vocacional de nuestra Iglesia en Bolivia que cumple 40 años de vida, inspirada en el lema “Levántate, somos el ahora de Dios”. Queridos jóvenes y señoritas, la juventud es un tiempo privilegiado en la existencia humana; velen y cuiden sus anhelos y sueños de felicidad y vida plena. No se dejen engañar por las sirenas del mundo consumista e individualista que buscan apagarlos y someterlos; levántese y sean signo del Dios de la vida y del amor, hoy y ahora, para ser también esperanza del futuro.

Jóvenes: No tengan miedo a dejarse transformar por Cristo en protagonistas de la civilización del amor.

En estos largos años miles y miles de jóvenes, que les han antecedido, se han levantado para caminar juntos, encontrarse con Dios y descubrir el sentido de su vida en el seguimiento de Cristo y en su compromiso en la comunidad eclesial.

A todos los jóvenes de hoy les invito a no tener miedo de acercarse a los grupos juveniles de sus parroquias, movimientos y comunidades educativas y a dejarse transformar por Cristo en personas nuevas para que, integrando su fe y su vida, se conviertan en protagonistas de la construcción de la civilización del Amor. Amén