Análisis

Mons. Sergio Gualberti: “Tener la conciencia pura es testimoniarlo con nuestra vida”

El miércoles de ceniza hemos iniciado el tiempo litúrgico de la cuaresma, una puerta de entrada al camino de cuarenta días que nos prepara a la alegría profunda de la Pascua, a través del desierto de nuestra pobreza, con la presencia del Señor que sostiene nuestra flaqueza y debilidad.

Esta peregrinación interior nos recuerda los 40 días de Moisés en el monte Sinaí antes de recibir el decálogo, los 40 años de Israel en el desierto ante de su entrada en la tierra prometida, los 40 días Elías para seguir luchando en contra de los falsos ídolos que amenazaban la verdadera fe en Dios, y los 40 días de ayuno de Jesús antes de iniciar su ministerio público.

Estos datos nos indican que los cuarenta días en la Biblia significan un tiempo especial de encuentro y experiencia auténtica y profunda de Dios, un tiempo de preparación, fortalecimiento y cambio de vida en vista a cumplir una misión importante encomendada por el Señor.

Este encuentro con el Señor se da en el desierto, considerado no sólo como un lugar físico inhóspito, donde falta alimento, agua, donde es difícil incluso la orientación, sino también como lugar de la prueba y la tentación, de la lucha entre hacer el bien o el mal.

El desierto físico es signo del desierto espiritual que necesitamos experimentar en nuestra vida, es vaciar el corazón de tantas cosas superfluas y es el silencio interior de toda distracción para buscar lo esencial e indispensable y para hacer campo a Dios, el verdadero y único bien.

Cuaresma es entonces el tiempo y lugar para la conversión, oportunidad para “volver de todo corazón a Dios” (profeta Joel), para el cambio de vida, de mentalidad y de corazón, rechazando el pecado que nos aleja de Dios, de la comunión con él y con los hermanos, para volver reconciliados a la casa del Padre.

No es un simple tiempo de prácticas penitenciales, sino la oportunidad de una profunda renovación interior, de emprender una verdadera conversión de mentalidad y de corazón, de centrar nuestra vida en Dios y de una viva participación en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo.

El Evangelio de este domingo nos habla de la vivencia de Jesús en el desierto. El Evangelista Marcos, diversamente de Mateo y Lucas que se detienen a describir las tentaciones, nos habla en forma muy escueta: “El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días.

Es el Espíritu que impulsa a Jesús en el desierto, el Espíritu que indica que ha llegado el momento de que Jesús se prepare en el desierto antes de iniciar su misión pública. Jesús experimenta tentaciones reales como todo ser humano, Él está sólo delante de Dios y de Satanás, el tentador, y tiene que elegir y decidir. La tentación es siempre una opción entre dos amores: ganamos cuando elegimos a Dios el amor más grande, y perdemos cuando optamos por amores que no tienen valor, o peor todavía cuando optamos por el mal, el demonio.

En esta lucha de Jesús tiene que definir su manera de ser Mesías, escoger el “primado de Dios”, de la vida y del amor o bien optar por el “primado de Satanás”, de la muerte y del mal. Jesús, escoge el bien más grande, elige Dios y su plan definitivo de vida: «el Reino de Dios», palabra clave de todo su mensaje. Al escoger el Reino de Dios, Jesús se pone al servicio del amor, de la vida y la salvacióna favor de cada uno de nosotrosy de la humanidad entera, en oposición radical en contra de la seducción de Satanás que propone un mundo fundado sobre el poder, la riqueza, la fama.

Esta tentación es la que cada uno de nosotros también experimenta, tenemos que optar entre el bien y el mal.

Es una lucha y una tensión entre el bien que vemos, que pero nos parece inalcanzable y lejano, y el mal que luce más fácil y más accesible.

El Reino está cerca”, este proyecto no es algo que se hará realidad solamente al final de la historia, por el contrario es la cercanía de Dios en nuestra historia que se ha concretado a través de Jesús, de sus palabras, sus actuaciones y su vida, gastada haciendo el bien en favor de todos, en especial de los más pobres, débiles y marginados. Su amor sin límites ha llegado al extremo de aceptar libremente la pasión y la muerte en cruz. Pasando por la muerte, Jesús transforma en vida el sufrimiento y la muerte, liberándonos de todas clases de males y esclavitudes.

Conviértanse” nos dice Jesús que es consciente que la elección de la novedad del Reino de Dios, exige un cambio profundo y radical, en nuestra concepción de la vida, una transformación de la mentalidad que nos haga proclamar: Señor, Tú eres mi único bien“.

Este es el sentido auténtico de este tiempo de Cuaresma, acoger la invitación apremiante del Señor: “Vuelvan a mi de todo corazón”, porque por el pecado nos hemos alejado de él. Volver a él que es “clemente y compasivo, lento a la cólera y rico en amor”.

San Pablo nos ayuda a profundizar el sentido de la conversión: “Déjense reconciliar con Dios”. No somos nosotros que nos reconciliamos, es Dios que quiere reconciliarnos con él, que toma la iniciativa, nosotros no debemos poner obstáculos a su actuación. Es maravilloso pensar que es Dios quien nos ofrece el perdón y nos busca para que regresemos a su casa como hijos pródigos y así poder experimentar la alegría del reencuentro. Convertirnos es vivir nuestro bautismo, dejar a un lado el hombre viejo y vivir como hombres nuevos, acoger la salvación que nos ha merecido con la muerte y resurrección de Jesús.

Es lo que afirma la carta de San Pedro que hemos escuchado en la 2da lectura: “Cristo padeció por los pecados –el justo por los injustos- para que los llevara a ustedes a Dios… Por el bautismo ustedes son salvados”. Estos días de cuaresma son entonces una oportunidad para redescubrir y valorar el don del bautismo, para acoger con gozo la invitación de Jesús:Crean en el Evangelio” y para asumir “el compromiso con Dios de una conciencia pura”, es decir una vida transformada, recta y concorde con el Evangelio.

Creer en el Evangelio y tener la conciencia pura es creer y testimoniar con nuestro compromiso que Dios Padre ha establecido una alianza de vida para siempre con la humanidad “Yo establezco mi Alianza con ustedes… ya no volverán a ser exterminados por las aguas del diluvio”.

Creer en el Evangelio y tener la conciencia pura es vivir la Caridad: no limosna, sino amor, solidaridad y justicia ante el sufrimiento de tantos hermanos, víctimas de estructuras injustas, y sumidos en la pobreza, marginación y exclusión.

Creer en el Evangelio y tener la conciencia pura es testimoniarlo con nuestra vida, como tantos cristianos muertos mártires de la fe en distintos países del mundo en estos tiempos. Luminoso ejemplo es el de 21 coptos ortodoxos que, esta semana, han sido decapitados sólo “por ser cristianos”. Sus últimas palabras han sido:Jesús ayúdame…” El Papa Francisco los ha puesto como ejemplo para todos: “La sangre de nuestros hermanos cristianos es un testimonio que clama. Sean católicos, ortodoxos, coptos o luteranos no importa: ¡Son cristianos!”.

La Cuaresma es un don, un tiempo de gracia que no podemos desperdiciar, por eso no nos dejemos vencer por la tentación y optemos por Dios que nos lleva a la vida de la Pascua, por sus “senderos que son amor y fidelidad”, cómo nos dice el salmo de hoy. Amén