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Mons. Sergio Gualberti: La Iglesia está abierta a la pluralidad aun entre dificultades

El Evangelio de hoy nos presenta parte del discurso de despedida de Jesús reunido con sus apóstoles alrededor de la mesa en la última Cena. Ellos están turbados y desconcertados ante las tres previsiones que acaba de hacer el Maestro: la traición de Judas, la triple negación de Pedro y la partida de Jesús de este mundo. Por eso él les alienta: “No se inquieten”, no tengan miedo. y les hace una propuesta clara y segura para superar los miedos que les causará su inminente pasión y muerte y también su ausencia definitiva: “Crean en Dios y crean también en mí”. También les aclara que su ida a la casa del Padre es para prepararles un lugar y llevarlos con Él: “Voy a prepararles un lugar… volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde Yo esté, estén también ustedes… y ustedes ya conocen el camino del lugar adonde voy”.

A pesar de estas explicaciones y palabras alentadoras, los apóstoles siguen desconcertados y angustiados, su fe es débil e imperfecta no les basta para que no tengan miedo. Este estado de ánimo está bien reflejado en la pregunta de Tomás: “¿Cómo vamos a conocer el camino?”, y también en la pregunta de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”.

Jesús con paciencia, pero también con tono de reproche responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.”… “Estoy con ustedes tanto tiempo ¿y todavía no me conoces, Felipe? Quién me ha visto, ha visto al Padre”. A pesar de que los apóstoles han tenido la oportunidad de compartir todo con Jesús durante tres años, todavía no lo conocen a fondo, no han descubierto la buena Noticia que Dios es amor y que el mismo Jesús lo ha manifestado en su persona y en todas sus obras. Y esto porque les ha faltado mirar a Jesús con los ojos de la fe, su mirada es puramente humana, por eso no lo reconocen como Hijo de Dios, y se cierran, de esta manera, a la posibilidad de conocer a Dios Padre. Jesús es el único y necesario intermediario para ir al Padre, como el mismo se presenta: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Con estas palabras Jesús ratifica la afirmación que hemos escuchado el domingo pasado: “Yo soy la puerta” por la que pasa el rebaño para llegar a Dios. No hay nadie ni nada en este mundo que nos lleve a la verdad y a la vida, y que nos conduzca a Dios Padre. El mundo está lleno de caminos y proyectos de la cultura consumista y de la economía de mercado que prometen felicidad y vida pero que se revelan portadores de ilusiones, mentiras y muerte, guerras, migraciones masivas, trata de personas, como las 2500 jóvenes bolivianas llevadas al Perú para la explotación sexual, noticia de ayer, y la deforestación y destrucción del ambiente natural. Situación que origina desconcierto, angustia y temor en tantos de nosotros, en tantas personas.

Esta mañana Jesús repite para nosotros su palabra alentadora: “No se inquieten…” y su propuesta para vencer todo miedo: “Crean en Dios y crean también en mí”. Creer entonces en la Buena Noticia, creer que Jesús es el camino seguro y certero que nos lleva a la verdad, y a la vida, es decir, a Dios, creer que Él es la piedra angular fundamental, la piedra viva como nos dice la segunda lectura de Pedro, que mantiene firme el nuevo edificio de la Iglesia, el pueblo de Dios del que nosotros somos miembros.

Así lo entendieron los primeros cristianos, a quienes se los conocía como “Los del Camino”, los que tenían el camino del Señor en su corazón y que seguían sus pasos. La lectura de los Hechos de los Apóstoles que acabamos de escuchar, nos presenta el testimonio de estos cristianos de la comunidad de Jerusalén que unidos en la oración y en comunidad, van creciendo en la fe en Jesús a pesar de las dificultades y persecuciones. “Como el número de los cristianos, de los discípulos aumentaba, los Helenistas se quejaron contra los Hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos”. Ante el reclamo, los apóstoles reúnen a la comunidad y plantean una propuesta: “No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir a las mesas… busquen a siete hombres llenos de Espíritu Santo y de sabiduría y nosotros les encargaremos esta tarea. De esta manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la palabra…”.

Es interesante ver como desde los primeros pasos la Iglesia se presenta como misionera, abierta no sólo a los judíos radicados en Israel sino también a los que se habían formado y crecido en la cultura griega. Esto no rompe la unidad sino que la realiza en la pluralidad aún entre dificultades. Por otro lado es una comunidad donde todos comparten la responsabilidad en distintos servicios, donde la Palabra de Dios y la oración ocupan un lugar central y donde prima la preocupación por los pobres. En esto están siguiendo el camino de Jesús, que acompañó el anuncio del Evangelio con la promoción humana, atendiendo a pobres, enfermos y pecadores.

La comunidad acoge la propuesta de los apóstoles y selecciona a siete varones de buena fama. Y “Los Apóstoles, después de orar, les impusieron las manos”. Con la imposición de las manos desciende el Espíritu Santo sobre esos servidores, dando inicio al ministerio de los diáconos en la Iglesia, hombres llamados al servicio de la palabra, de las obras de caridad con particular atención a los sectores más pobres.

Y desde ese primer momento la Iglesia a lo largo de su historia siempre ha seguido esos pasos, tomando a Jesucristo como el camino para avanzar hacia la meta definitiva, hacia Dios. Esta actitud hace falta también en la vida de cada cristiano para que, en todo lo que vivimos y experimentamos, tengamos la mirada de fe. Es lo que pidió Jesús a sus apóstoles: “Felipe! Quién me ha visto, ha visto al Padre”, tener la mirada de fe a pesar de las dificultades y tinieblas, para que, como dice el salmo 84,6, seamos: “Felices quienes tienen el camino en el Corazón”, el camino del Señor, de la verdad y de la vida llena de proyectos y esperanzas.

No puedo terminar sin expresar nuestra comunión profunda con el Papa Francisco que estuvo dos días en Fátima para orar con María y con los numerosos peregrinos por la humanidad afligida por tantos sufrimientos y para celebrar el 100 aniversario de la 1era aparición de la Virgen María a los tres pastorcitos, dos hermanitos Jacinta y Francisco y su primita Lucía. Allí, ayer en la Eucaristía solemne el Papa ha proclamado Santos, a los dos hermanitos Jacinta y Francisco y pronto se espera la beatificación de Lucía.

Son los primeros niños “no mártires” declarados santos en 2000 años de la historia de la Iglesia: Jacinta muere a los 10 años por enfermedad después de muchos sufrimientos ofrecidos por la conversión de los pecadores y Francisco a los 11 años, llamado “el consolador” por su deseo de consolar a la Virgen María con la oración. Que bonito, mientras nosotros rezamos a la Virgen Maria para que nos ayude, Francisco reza para consolar a la Virgen Maria.

En sus apariciones la Virgen María encarga a estos niños difundir sus mensajes a la Iglesia y a toda la humanidad con un llamado urgente a la conversión, oración y penitencia como medios de reparación por los pecados y para lograr la paz en el mundo devastado por la 1era guerra mundial. Sus palabras siguen siendo actuales llamando a superar guerras, violencias y odios, para la paz en el mundo. Las apariciones de la Virgen son importantes porque, aunque no revelan nuevas verdades acerca de Dios y de Jesús, nos ayudan a descubrir mejor la voluntad de Dios y son un llamado a amarlo y a vivir con coherencia nuestra vida cristiana.

Además son un signo de la cercanía de María a nuestros afanes y problemas y una ayuda en la lucha en contra de las fuerzas del mal y de los peligros que amenazan la fe y la vida cristiana. La Madre de Jesús sigue anunciando al mundo que su Hijo es el único camino hacia Dios, verdad y vida, la esperanza verdadera que tiene el poder de incendiar hasta los corazones más fríos y tristes.
Amén