Sucre

MONS. JESÚS PÉREZ: SOMOS TRINITARIOS

En 1988, mes de mayo, el Beato Juan Pablo II, exclamó en la Eucaristía celebrada en la ciudad de Trinidad: “Todos los cristianos somos trinitarios”.  Así es, pues en el bautismo fuimos bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.  Cada uno de los creyentes por el bautismo quedamos insertados en la familia cristiana, la Iglesia, que es la comunidad del Dios uno y trino.

En el Evangelio de Mateo 28,16-20, se nos da claramente cuál es la misión que Cristo dio a su Iglesia.  La misión es triple: evangelizar –“vayan y hagan discípulos”–; en segundo lugar, es celebrativa –“bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y  del Espíritu Santo”–; y tercero, la misión es vivencial –“enséñenles a guardar todo lo que les he mandado”–.

Los textos de las oraciones de esta solemnidad nos hablan del “admirable misterio” de la “eterna Trinidad” y la “Unidad todopoderosa”.  El prefacio es un texto lleno de alabanza, ensalza la unidad de las tres personas en una única naturaleza, sin diferencia ni distinción, de única naturaleza e iguales en su dignidad.

Siempre la persona va estar preguntándose ¿quién es Dios?, ¿cómo es Dios, ese Dios en quien creemos?  Hay que saber cómo es el Dios en quien creemos, pues de la imagen o idea que tengamos de Dios va a depender la relación con Él.  ¿Nos sentimos de verdad hijos de Dios?  ¿Cómo se nota esto en la vida diaria?  ¿Oramos, o sea hablamos con Dios, como un hijo con un padre constantemente?  El Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo habita en nosotros.  Dependerá de cada cual cómo se comunica con Dios.
El Dios, uno y trino, es sumamente admirable, esto nunca lo vamos a comprender, ¿cómo comprender el misterio de tres personas llenas de vida, plenamente unidas entre sí y distintas?  A Dios no se le comprende, a Dios se le acepta.  Por ello, hay que esforzarse más, mucho más, en “vivir” ese misterio que  en “comprenderlo”.

El Dios admirable, uno y trino, es el que ha creado a la persona y, los creó hombre y mujer, es el Dios que ha hablado a través de Moisés, de los profetas.  Es el que ha librado al pueblo de la esclavitud.  A lo largo de todo el Antiguo Testamento aparece como un Dios cercano y no lejano de su pueblo, un Dios único en misericordia.

Dios aparece en el Nuevo Testamento como Padre de Jesús, de Nazaret, el salvador del mundo.  Un Dios lleno de amor, “tanto amó Dios al mundo que le envió a su propio Hijo” (Jn 3,16).  Por eso, el Dios de la Biblia, es un Dios que es Padre.  Un Dios que nos conoce y nos ama.  Un Dios que es también Hijo, que es hermano de todos al asumir la naturaleza humana.  El ha hecho no sólo que seamos hijos, sino también herederos, “coherederos con Cristo”.  Y, unidos a Jesús, podemos “llamarle: ‘Abbá’, Padre” (Rom 8,14-17).
La Biblia tiene mucho más interés en exponernos cómo actúa Dios que en explicarnos el misterio de su unidad y trinidad.  Por ejemplo, Jesús al querer darnos un retrato de su Padre, no empleó las grandes teologías razonadas de los teólogos, sino que lo identificó como el padre bueno del hijo pródigo.

En un mundo de no practicantes –ateos prácticos- de agnósticos, ¿cuál es la imagen de Dios que tienen en la cabeza para actuar en la vida de esa forma?  ¿Por qué no nos dejamos llevar del Dios que nos presenta Jesús en los evangelios?  ¿Por qué no intentar conocerlo desde la Palabra de la Escritura y la oración?

También habría que preguntarse, como cristianos ¿Podemos decir con el corazón “dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad”?  (Sal 33,12).  Los cristianos somos no tanto los seguidores de un libro, de una doctrina, de un Ser lejano, sino los que invocamos a un Dios cercano, que ama, libera y nos quiere como a hijos.  De ahí que orar, es conversar con el Dios que nos ama y habita en cada uno como Padre, Hijo y Espíritu Santo, o sea, Dios uno y trino.

Esta fiesta de la Santísima Trinidad no es tanto para recordar quién es Dios, sino cómo es Dios, cómo ha actuado y sigue actuando Dios en cada cristiano, desde el bautismo marcados, bautizados, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.  De esa vida trinitaria tenemos la fuerza para amarle a Él y amar a los hermanos, incluso a los que nos hacen mal, para trabajar por la justicia y para luchar por un mundo mejor.
Mi alegría de ser hijo de Dios y sentirlo cada día, especialmente en la oración, también quisiera que fuera la alegría de todo el que ha renegado, prescindido o ignorado a Dios.  De ahí también mi preocupación por anunciar a Dios que es amor y de alabarle y darle gracias por ser quien es.

Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE

Sucre, junio 3 de 2012