Sucre

MONS. JESÚS PÉREZ: “PASCUA GRANADA”

Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés.  Han pasado 50 días, siete semanas, después de la Pascua.  “Pentecostés” significa el día quincuagésimo.  Los judíos celebraban la fiesta de la recolección de los frutos y también la alianza que sellaron con Dios en el Monte Sinaí, recordando los 50 días de la salida de Egipto.  Pentecostés es la culminación de Pascua, llamada Pascua florida, y a pentecostés se le llama “Pascua Granada”.  La fuerza del Espíritu Santo  es la que nos impulsa a los frutos de buenas obras.

En la Pascua hay una serie de manifestaciones del Resucitado, Cristo se manifestaba y volvía a desaparecer.  El Evangelio de Juan 20,19-23, nos narra la primera aparición de Jesús a sus discípulos, al anochecer del día de Pascua.  Aquí aparece, según San Juan, la donación del Espíritu Santo a los discípulos, “reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22).  Juan pone de relieve la unidad y tiempo de Cristo sobre la muerte: la Resurrección y el envío del Espíritu Santo.  La misión de los que han recibido el Santo Espíritu va a ser la reconciliación, está muy claro en la palabras de Jesús: “A quienes les perdonen sus pecados, les quedan perdonados” (Jn 20,23).

El centro de la fiesta de hoy, Pentecostés, es el regalo maravilloso del Espíritu Santo, conforme Jesús lo había prometido.  Este don, el Espíritu Santo, es la plenitud y complemento de la Pascua de Resurrección.  El Todopoderoso, el Padre, el que hizo que Jesús saliera de la muerte y las tinieblas del sepulcro, ahora llena de vida a la comunidad de los discípulos.

El autor del libro de los hechos, el evangelista Lucas, describe este acontecimiento con el mismo lenguaje de la teofanía del Monte Sinaí.  El Espíritu Santo bajó sobre los discípulos reunidos, con un viento recio y gran ruido y aparecieron sobre ellos como lenguas de fuego.  Y, aparece como primer efecto del don del Espíritu Santo el hablar en lenguas.  Los peregrinos que estaban en Jerusalén, venidos de pueblos diversos, les oían hablar a los discípulos, cada uno en su propia lengua.

El Catecismo de Juan Pablo II, publicado en 1992, nos señala al Espíritu Santo como el gran protagonista de la vida de la Iglesia.  El es el que actúa en cada uno de los sacramentos.  El Espíritu Santo es el que nos santifica,  nos llena de fortaleza por dentro y nos lanza hacia afuera.  ¡Qué maravillas no haría el Espíritu Santo si nos dejáramos guiar por él!

Esta fiesta del Espíritu divino, Pentecostés, nos está invitando a vivir en profundidad la presencia divina iniciada en el bautismo, llevada a mayor plenitud en el sacramento de la confirmación y continuada en los sacramentos y en la oración.  Nos convoca esta festividad a dejarnos transformar por el Espíritu y a vivir según él.

¿Cómo se notará que el Espíritu Santo está actuando en nosotros?  El Apóstol Pablo en su carta a los  Gálatas nos señala claramente cuáles son las obras del Espíritu Santo en nuestra vida.  Esto lo hace con su clásico binomio “carne y Espíritu”.  Enumera con gran detalle las obras de los que siguen “la carne” o sea, los que se guían por los criterios de este mundo.  “Es fácil ver lo que viene de la carne: libertad sexual, impurezas y desvergüenzas, culto a los ídolos y magia; odios, celos y violencias, furores, ambiciones, divisiones, sectarismo, desavenencias y envidias; borracheras, orgías y cosas semejantes” (Gal 5,1-21). Y termina con unas palabras muy fuertes: “los que hacen estas cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gal 5,21).

Las obras que denotan que actuamos de acuerdo al Espíritu Santo: “El fruto del Espíritu es: caridad, alegría, paz; paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad; mansedumbre y dominio de sí mismo” (Gal 5,22-23).  Termina el apóstol este capítulo con lo siguiente: “Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu” (Gal, 5,25).

El Espíritu Santo quiere hoy como entonces seguir actuando.  “El Espíritu del Señor está sobre mí”, dice Isaías (61,1). Es el Santo Espíritu el que puede hacernos discípulos misioneros, para que seamos luz del mundo y levadura en la masa.  El Espíritu actuó en María y la hizo Madre de Dios.  Él es el que transforma el pan y el vino en la celebración de la Eucaristía, convirtiéndolos en el Cuerpo y Sangre de Cristo.  El mismo Espíritu quiere hacer en nosotros acciones asombrosas, si es que le dejamos.

En la misa pedimos hoy como fruto de la celebración, que el Espíritu haga de nosotros un cuerpo  unido, “un solo cuerpo y un solo espíritu” (Ef 4,4), o sea, que vivamos sin divisiones, en unidad con los otros miembros del Cuerpo de Cristo, cabeza de la Iglesia.

Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPADO DE SUCRE

Sucre, mayo 27 de 2012