El pueblo católico celebra con profunda gratitud y con inmensa alegría, la fiesta del CORPUS CHRISTI, o sea, la Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo. Y, pudiera afirmarse que la vida de los católicos bolivianos tiene en esta fiesta un momento privilegiado de encuentro con el Señor. El Corpus es fiesta religiosa con usos y tradiciones con hondas raíces en la sociedad boliviana en general.
El sacramento del bautismo nos da el derecho de participar en la mesa de los hijos de Dios. Esta mesa del altar tiene junto así la mesa de la Palabra. De las dos mesas, de la Palabra y de la Eucaristía nos nutrimos los hijos de Dios en la Iglesia. Una y otra son parte de nuestra vida si es que queremos tener vida. Jesús dice. “El que come mi cuerpo tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54). También la Palabra nos da vida. El apóstol Pedro le dice a Jesús: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
El evangelio de Marcos relata la institución de la Eucaristía como lo hacen Mateo y Lucas. Pero el evangelio de Juan anuncia la Eucaristía en el capítulo 6, cuando tras la multiplicación de los panes nos expone el largo discurso sobre el “pan de vida”, sería la promesa. Cristo hace realidad, cumple su promesa en la víspera de su Pasión y Muerte, instituyéndola como sacrificio, alimento y acción de gracias. Al instituir la Eucaristía, ordenó celebrarla, hacer actual la cena pascual: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19)
La Eucaristía es el sacrificio de Cristo, el único sacrificio de la Iglesia. La carta a los Hebreos quiere demostrar que Jesús supera todos los otros sacrificios de animales. Cristo es el Mediador de una Nueva Alianza. Cristo nos ha redimido con su sangre derramada en la Cruz.
En el Antiguo Testamento encontramos cómo Moisés rocía las piedras o estelas que simbolizan las doce tribus, con estas palabras: “esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con ustedes” (Ex 24,8). Jesús pronuncia unas palabras semejantes: “esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por ustedes” (Mc 14,24; Lc 22,20). Es importante la palabra que Jesús añade: “mi”.
El sacrificio de Cristo ofrendando su vida, derramando su sangre por nuestra salvación no se repite. Los cristianos cuando nos reunimos para celebrar la santa Misa o Eucaristía actualizamos este mismo sacrificio, pero mucho más, es el mismo Cristo quien lo actualiza. San Pablo es bien claro en su carta a los corintios: “porque yo recibí del Señor lo que les transmití: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan, dando gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía… Cada vez que coman este pan y beban de este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que vuelva” (1Cor 11,23-26).
El cristiano católico cree en el carácter sacrificial de la Eucaristía, sabe que es el sacramento del sacrificio de Cristo, celebrado en la cruz al morir por nosotros. El sacrificio incruento de la Eucaristía y el sacrificio cruento de la cruz, son un único sacrificio. Al respecto el Concilio de Trento nos dice: “es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció así mismo entonces sobre la cruz (Concilio de Trento: DS 1743).
Cuando celebramos la Eucaristía, al momento de la consagración, nos arrodillamos y, así mismo, cuando nos acercamos a comulgar debiéramos doblar nuestras rodillas, antes de comulgar. Benedicto XVI nos recuerda unas palabras de San Agustín: “Nadie come de esta carne sin antes adorarla… pecaríamos si no la adoráramos”. Y añade algo muy importante: “en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros, la adoración Eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos” (Sacramentum caritatis 66).
La fiesta de Corpus nos invita a una celebración pública, a salir a nuestras calles, no con una imagen, sino con Cristo de cuerpo entero que está realmente presente en la hostia consagrada. Es así que los católicos creyentes y practicantes tenemos una ocasión para expresar públicamente nuestra fe. Nuestra fe en Cristo hecho amistad en la adoración, en la Eucaristía celebrada, en la comunión recibida como alimento. Nuestra fe se fortifica también cuando la damos a conocer.
La Eucaristía misterio de fe. El Corpus nace como una necesidad de reafirmar la fe en la presencia de Cristo en nuestros sagrarios. San Francisco de Asís rezaba así: “Te adoramos, oh Cristo, aquí y en todas las iglesias, pues por tu santa cruz redimiste al mundo”. San Francisco supo unir la adoración al Santísimo Sacramento presente en los sagrarios de nuestros templos con el sacrificio de la cruz, actualizado en cada celebración de la Misa.
Tenemos, el día de Corpus, una cita todos los católicos, para hacer una manifestación pacífica de adoración, de gratitud por el gran regalo del Cuerpo de Cristo y de súplica ferviente. Nuestra gratitud hacia el Señor no nos puede dejar indiferentes a las diversas celebraciones en nuestras plazas y calles. Que no caigamos en la tentación de disimular la propia fe, para que no nos llamen exagerados, fanáticos o beatos.
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE
Sucre, 7 junio de 2012