Homilía en el Aniversario del fallecimiento del Cardenal Maurer y de los 466 años de la Fundación de la Arquidiócesis de Sucre.
Querida comunidad cristiana:
Hacemos nuestra esta Acción de Gracias recordando los 27 años del fallecimiento de nuestro querido Cardenal José Clemente Maurer. Y vale la pena recordar lo que constantemente nos dice el Papa Francisco: no podemos ser un pueblo, una Iglesia desmemoriada, sino que tenemos que hacer recuerdo de aquellos hombres y aquellos acontecimientos importantes en la vida de una Iglesia particular por la que nosotros estamos ahora orando.
Y vamos a ir de lo más joven hacia lo más antiguo… Yo quisiera exhortarles, queridos hermanos, a que abramos nuestro corazón a las enseñanzas, a las directrices que el Papa Francisco constantemente nos está dando. Es bueno que no solamente escuchemos y que digamos: ¡qué lindo!, ¡qué bonito!, ¡qué hermoso!, ¡qué lindas directrices nos ha dado! y después que nos olvidemos de ponerlas en práctica, de rezar por aquél que es Vicario de Cristo, sucesor de Pedro, el primer Papa.
Que también sepamos obedecer a esta gran persona, a este líder tan significativo para nuestro mundo porque su “talla” está basada en una profunda experiencia de Dios, pues sabe hacer los silencios debidos para escuchar la Palabra, para escuchar lo que Jesús quiere indicarle como su representante a través de las mociones del Espíritu Santo.
Creo que esta es la primera enseñanza que nosotros debemos sacar en esta celebración: saber hacer silencio para escuchar la voz del Señor…
En segundo lugar nos acordamos del Cardenal José Clemente Maurer. Muchos de ustedes, sobre todo adultos, conocen muy bien su vida, sus obras, su historia y todo lo que ha hecho por nuestro querido Departamento. Yo simplemente quisiera recordar, porque nos “toca” a nosotros, que también lo imitemos en ese profundo celo misionero y esa pasión por predicar a Jesucristo. Él, como joven redentorista, vino a Bolivia a ejercer el carisma de todo redentorista: predicar la Palabra.
Y recuerdo que una vez que Mons. Luis Sainz, siendo yo obispo auxiliar, me dijo que cuidara también un poco la zona norte del Departamento de La Paz, fui a visitar Chuma, en la provincia Muñecas, la más alejada, la más olvidada. Y ahí, firmando a los jóvenes su certificado de confirmación, encontré que en el cincuenta y algo había estado por allá un obispo, Mons. Antezana, que había confirmado y bautizado y después de diez años aparecía la firma, en el libro de Bautismos y Confirmaciones, del P. José Clemente Maurer. Y cuando me nombran obispo de la Arquidiócesis de Sucre y voy a visitar las Parroquias de Camargo, Villa Abecia y Las Carreras, me acerco a una comunidad que lleva por nombre San Juan, si no me equivoco, y ahí delante de la puerta de su iglesita los comunarios me explican que esa cruz que yo estaba contemplando la puso el P. José Clemente Maurer cuando vino a evangelizar esa zona.
Ese celo, esa pasión, por la predicación del Evangelio tiene que caracterizar también a cada uno de nosotros, sobre todo, siguiendo esa decisión que hemos tomado en la Arquidiócesis de formarnos para ser una Iglesia Misionera y en salida.
Queridos hermanos presbíteros, aprovechando esta oportunidad tan importante, les recuerdo que el éxito o el fracaso de la celebración del Séptimo Congreso Misionero Nacional, con sede en Sucre, depende del compromiso que cada uno de nosotros tomemos para llevar adelante este evento tan importante. Vamos a hacer una serie de folletos de formación para que cada Parroquia vaya preparando a los fieles en lo que es esencial para la vida cristiana: la Misión. Porque al ser nosotros sede del Congreso, si bien es algo nacional, debe ayudarnos en cada Parroquia, en cada comunidad, en toda la Arquidiócesis, a renovarnos en el celo misionero.
Y qué lindo es recordar ahora esas cuatro palabras tan hermosas que hemos escuchado en el Credo: que no solamente la Iglesia Universal sea Una, Santa, Católica y Apostólica, sino que también cada Iglesia particular en Bolivia tenga estas características. Y yo creo que es importante que pensemos que debemos aplicar estas cuatro palabras a cada uno de nosotros y hacerlas nuestras.
Tenemos que trabajar por la unidad de la Iglesia. En primer lugar promoviendo la unidad entre los hermanos sacerdotes del único presbiterio diocesano para que dando este testimonio de vida sean también ejemplos y modelos para cada familia, para cada hogar, para toda la comunidad en general. Luchemos para que no haya divisiones, para que haya unidad en muchas acciones y esa unidad, como ya sabemos, no significa uniformidad porque cada uno de nosotros hemos sido adornados por el Espíritu del Señor con distintos carismas al servicio de la Iglesia.
Caminemos unidos, en la misma dirección. Por eso agradezco a los presbíteros que se empeñan por llevar adelante el Plan Pastoral Arquidiocesano, pues como nos recuerda la Presbyterorum Ordinis, un presbítero solo, aislado, no tiene futuro, no puede ejercer la misión que el Señor le ha encomendado. Y un pueblo que no está unido a sus pastores, a su Obispo… ¡pues tampoco vamos por buen camino! Ya los Santos Padres decían que nada sin el obispo, todo con el obispo. Y el obispo no puede hacer nada sin sus presbíteros y sin ustedes, querido Pueblo de Dios.
Santa: es verdad que estamos acostumbrados a decir que la Iglesia es santa y pecadora al mismo tiempo y que nosotros también nos sentimos por una parte fortalecidos, santificados, al ser consagrados por el Señor y a Él le pertenecemos, pero también conocemos la realidad del pecado. Y para ello está el bálsamo del Sacramento de la Penitencia, del perdón. Y por eso les animamos queridos hermanos, queridos jóvenes, queridos sacerdotes, a que nos confesemos con frecuencia para seguir en ese camino constante de la santidad.
Católica: nosotros somos universales, no somos secta. Hemos sido bautizados en el nombre de Jesucristo y, por tanto, estamos abiertos a toda la humanidad. El Concilio Vaticano II nos dirá que toda Iglesia particular debe llevar en su corazón la solicitud de todas las Iglesias en el mundo: las Iglesias que sufren, las Iglesias perseguidas, las Iglesias que están necesitadas, para poder nosotros colaborar y ayudar.
Recordemos que si somos generosos, el Señor ama al que da con alegría. Y el apóstol Pablo se fijó en la Jerusalén necesitada que sabrá ayudarnos cuando nosotros tengamos necesidad.
¡Ánimo!, no nos encerremos, abramos nuestros horizontes. Y no olvidemos lo fundamental: que somos una Iglesia Apostólica que, a través de los obispos, estamos unidos, como eslabones de una cadena, a Aquél que es la piedra fundamental en la que nos apoyamos. Por eso agradecemos al Señor los 466 años de vida Arquidiocesana. Agradecemos haber tenido tanto tiempo en nuestra Arquidiócesis al Cardenal Maurer y agradecemos también este don que representa para nosotros el Papa Francisco. Este Papa, siempre que termina una audiencia, una Eucaristía, se dirige a la Santísima Virgen y canta el Regina Coeli, el Ángelus o, simplemente, un Avemaría, porque la presencia de María en nuestro caminar es fundamental.
Aprovechamos la oportunidad de recordar hoy día también a la Santísima Virgen, bajo la advocación del Perpetuo Socorro. Una advocación tan querida por el Cardenal Maurer, como buen redentorista.
Que la Santísima Virgen también nos proteja a nosotros, nos bendiga y nos acompañe. Amén.
Sucre, 27 de Junio de 2017