Mons. Robert Flock, celebró la Eucaristía dominical en una de las parroquias más jovenes de la Arquidiócesis de Cochabamba, Nuestra Señora del Camino, Ushpa Ushpa.
En la visita pastoral, Mons. Flock conoció mas a fondo la realidad de la comunidad parroquial, en compañia del Párroco. Oscar Chungara.
En la homilía, el obispo dijo que, “Dios pide que escuchemos a su Hijo porque Él nos va a asegurar la vida en abundancia, la mayor dignidad y hasta la vida eterna”. Invitó a hacer un cambio de nuestras acciones mundanas, teniendo a los mandamientos como guía de neustras acciones, para que exista una verdadera transformación de nuestra sociedad
Texto completo de la homilía
Segundo Domingo de Cuaresma
Vista a la Parroquia Nuestra Señora del Camino, Ushpa Ushpa
Queridos Hermanos,
Nuestra primera lectura nos cuenta la prueba de Abraham quien casi llega a sacrificar a su único y amado hijo Isaac como holocausto al Señor. Un holo-causto es un tipo de sacrificio en que lo ofrecido es quemado para así con-vertirlo en humo que sube a Dios como ofrenda por algún motivo. En el ca-so de Isaac era para comprobar la fe de Abraham. Si lo hubiera consumado, no habría quedado sobre el altar más que las cenizas del niño con las de la leña: Ushpa Ushpa.
La verdad es que en tiempos de Abraham y por muchos siglos después la idea de ofrecer holocaustos con niños era algo común, pero condenado por Dios como una abominación. Por ejemplo, nos dice el Segundo Libro de los Reyes, 16,2-3: “Ajaz tenía veinte años cuando comenzó a reinar, y reinó die-ciséis años en Jerusalén. Él no hizo lo que es recto a los ojos del Señor, su Dios, a diferencia de su padre David. Siguió el camino de los reyes de Israel; incluso inmoló a su hijo en el fuego, según las costumbres abominables de las naciones que el Señor había desposeído delante de los israelitas.” Por eso, cuando el Profeta Isaías prometió un signo a Ajaz, de que “La virgen dará a luz a un hijo y lo llamará Emanuel” (Isaías 7,14), es decir “Dios con noso-tros”, era para echarle en cara que había sacrificado a su propio hijo para un dios falso. Debería creer en el verdadero Dios, el Dios que había liberado de la esclavitud al pueblo de Israel, y no seguir en las creencias de los paganos.
La historia de Abraham e Isaac, junto con la de Ajaz y Emanuel, nos ayuda a comprender la importancia del primero de los Diez Mandamientos: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí.” Es porque otros dioses esclavicen a los pobres, exigen sacrificios humanos y otras barbaridades. En cambio, el Dios verdadero da la vida, libera de toda forma de esclavitud y asegura de dignidad de las personas y de su pueblo.
El segundo mandamiento tiene un sentido parecido aunque poco entendido hoy en Día: “No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios.” El sen-tido es de no falsificar a Dios haciendo lo que el Señor no quiere. El mejor ejemplo hoy en día son los protagonistas del Estado Islámico y los terroris-tas de Al Qaeda quienes en nombre de Dios están cometiendo genocidios, decapitando a cristianos, e incluso han quemado vivo algunos de sus prisio-neros. Al hacer esto tergiversan a Dios presentándolo como un terrorista genocida. Gracias a Dios, nosotros creemos en el Dios verdadero que envió a Jesús quien nunca va a pedir semejante maldad diabólica.
El Tercer Mandamiento, “Santificar el Sábado”, por la cual Dios nos pide participar en el culto cada siete días, en nuestro caso en el Domingo, Día del Señor, también está relacionado con este tema. Participar cada semana en la Santa Misa asegura que vamos conociendo cada vez mejor al Dios verdade-ro y su santa voluntad, tal como nos está revelado en la persona, predica-ción y entrega de nuestro Señor Jesucristo. Al fin de cuentas, Jesús es el Hi-jo Único y Amado que es sacrificado para la salvación de toda la humani-dad. No hay otro Salvador; no hay otro Señor; no hay otra verdad. Jesús es Camino, Verdad y Vida.
De ahí la insistencia de Dios Padre, que habló desde la nube a los discípulos de Jesús durante su trasfiguración gloriosa en el monte Tabor: “Éste es mi Hijo muy amado, escúchenlo”. Dios pide que escuchemos a su Hijo porque Él nos va a asegurar la vida en abundancia, la mayor dignidad y hasta la vida eterna.
En estos días, estamos estremecidos porque nada ni nadie frena la ola de feminicidios y violencia que acompaña nuestro pueblo. Compartimos el do-lor por la señorita violada en Quillacollo el Miércoles de Ceniza. Estamos alarmados porque hace dos días el Defensor del Pueblo reveló que en el 2014 hubo 73 infanticidios en Bolivia más 326 violaciones sexuales a meno-res de edad. Y todos sabemos que por cada caso reportado hay muchos que no llegan a conocerse.
La primera reacción frente a esta situación es la rabia de la turba que por ofensas mucho menor opta por linchar y hasta quemar vivo a los que creen culpables, diciendo que es justicia comunitaria o que simplemente no creen en la justicia. La verdad es que quienes participan en estos castigos mortales no creen en el Dios verdadero, no conocen a Jesús y la Virgen, y no escu-chan la Palabra, casi nunca están en la Misa, igual que los maleantes que quieren quemar vivos, convirtiéndolos en ceniza: Uspha Ushpa.
Si queremos frenar la violencia, las violaciones, feminicidios e infanticidios, tenemos que renunciar a nuestra reacción vengativa y volver a Dios. Tene-mos que obedecer sus Mandamientos: No tener otro Dios y no tomar su nombre en falso, escuchar al Hijo Amado, Jesucristo en el Día del Señor. Si ponemos por encima de Cristo al mercado, al paseo, al sindicato y otras ac-tividades, seguiremos inmersos en este holocausto de violencia de un pueblo que arde por rencor y frustración. Es justo en medio de estas situaciones, que tenemos que llevar las cenizas cuaresmales con la actitud de San Pablo en la Segunda Lectura:
“Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escati-mó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos conce-derá con Él toda clase de favores?”
Por eso, como Jesús, rezamos el Salmo diciendo: “Cumpliré mis votos al Se-ñor, en presencia de todo su pueblo.”