El viaje del Papa Benedicto XVI a México y a Cuba ha tenido un común denominador: restablecer la esperanza de unos pueblos azotados por distintas manifestaciones del espíritu del mal. El Papa Benedicto dijo con soberana claridad lo que tenía que decir.
Aquí hago un paréntesis para informar a mis amables lectores que, por exigencias de la imprenta de este periódico, he tenido que entregar este comentario, antes de que el Papa completara su viaje. Así que gran parte de lo que habrá ocurrido en estos días quedará en blanco para esta columna. Ya habrá otras ocasiones para llenar esos vacíos.
Prosigue el texto. Buena falta les hace a los mexicanos una abundante dosis de esperanza cuando ven correr la sangre vertida por la acción criminal más ensañada de la que tenemos memoria: “el narcotráfico, destructor de la humanidad y de la juventud”, en palabras del Papa. Un pueblo que fue siempre espontáneo, confiado y amistoso, sufre el miedo y la inseguridad, la amenaza y la matanza más despiadadas. Merece que el Sumo Pontífice en persona, se haya acercado a los mexicanos para darles una calurosa palmada de aliento. Pero, al mismo tiempo, conminó a los mexicanos y a todos aquellos que están en peligro de verse afectados por la criminalidad del narcotráfico, a “desenmascarar la esclavitud del dinero, de la mentira y del engaño que están detrás de la droga”. El gobierno mexicano se comportó con la dignidad que merecía una visita tan importante y el pueblo mexicano estalló en signos de alegría y reconocimiento.
También los cubanos merecían un soplo benéfico de valor y de esperanza. Tras haber soportado silenciosamente medio siglo sobreviviendo en la catacumba política a la que el castrismo los arrinconó, la visita pontificia reanimó la fe de los creyentes y atemperó los viejos prejuicios del castrismo contra la Iglesia católica. “La Iglesia está siempre de la parte de la libertad”. “La ideología marxista no responde a la realidad y no se puede construir sobre ella una sociedad”, advirtió el Santo Padre al gobierno y a todos los cubanos. “Por esto hay que encontrar nuevos modelos con paciencia y de modo constructivo. (…) En este proceso podemos ayudar con un espíritu de diálogo para evitar traumas y crear una sociedad fraterna y justa” dijo el Santo Padre.
A este respecto, hace un par de semanas, alguien bien informado me decía: “los católicos cubanos van a jugar un papel muy efectivo en la transición del castrismo a la democracia”. Se refería a los católicos que han mantenido firmemente su fe en la isla. No a los exiliados en Miami. La visita del Papa a la Perla del Caribe servirá para abrir algunas puertas que el régimen tenía cerradas. Veremos.
Todavía me quedan dos pensamientos expresados por el Sumo Pontífice y que por falta de espacio, dejo a la consideración del ilustrado lector: Uno: “Hay una esquizofrenia entre la moralidad individual y la moralidad política”. Dos: también hubo una reflexión a la misma Iglesia que, según el propio Benedicto XVI “tiene que preguntarse si hace lo suficiente por la justicia social”. Y con este desafío cierro esta crónica que quedó incompleta.