Recurrentemente se levantan voces orquestadas para la liberalización de la producción, tráfico y consumo de marihuana, bien sea de manera total o limitada. Varios países, como Holanda, Suiza y España, lo han hecho, aunque con resultados discutibles. En Uruguay el Presidente José Mujica ha presentado un plan de nacionalizar la producción y venta de la marihuana. En Estados Unidos han permitido su uso médico varios estados con el respaldo de campañas millonarias. Sin embargo la Administración para los Alimentos y Medicamentos (FDA) no ha otorgado a nivel federal la autorización de la marihuana como uso médico.
Los promotores de la liberalización de la marihuana señalan que la planta del cannabis era ya desde hace muchos siglos muy conocida y consumida en la India y en otros lugares del Oriente. Afirman que su ingesta o inhalación en forma de humo o de vapor proporciona efectos placenteros de bienestar, relajación, euforia y adormecimiento. Asimismo subrayan sus usos medicinales entre ellos la reducción del dolor, del miedo, de los temblores y de la presión ocular (glaucoma), la relajación de los músculos, el control de esfínteres y la superación de la anorexia. La califican como “droga blanda” porque no causaría daños tan graves como la cocaína, la heroína y otras “drogas duras”, ni tampoco originaría una dependencia insuperable.
Sin embargo hay cuestionamientos muy serios que relativizan estos aspectos beneficiosos de la hierba y, por el contrario, muestran serios efectos perjudiciales, tales como el letargo, la falta de atención o de memoria y también la anhedonia (incapacidad de sentir placer) y el síndrome “amotivacional”. También se indica que predispone a la ansiedad y al consumo del alcohol o de otras drogas más fuertes. Sobre todo se ha comprobado que su componente más peligroso (THC) puede causar daños serios en el sistema nervioso central como ser la esquizofrenia, la depresión, y las tendencias suicidas.
Además, el humo de la marihuana, por contener substancias cancerígenas (alquitrán y monóxido de carbono) en mucha mayor proporción que el tabaco, causa daños irreversibles en el aparato respiratorio. Hay estudios que muestran el influjo de la marihuana en la esterilidad masculina y en la osteoporosis. Estos efectos dañinos varían de acuerdo a la frecuencia y modalidad del consumo y también a las predisposiciones genéticas de los usuarios. Afectan gravemente a los menores de edad cuyo desarrollo cerebral, todavía no completado, puede quedar definitivamente bloqueado.
Las propuestas de liberalizar las drogas suelen basarse en razones económicas pragmáticas de evitar una lucha contra los narcotraficantes que de antemano se da por pérdida. Pero normalmente se inscriben dentro de una antropología ultraliberal según la cual el ser humano tendría derecho a utilizar su libertad sin que la sociedad política le ponga obstáculos salvo en casos estrictamente justificados. Esta visión es equivocada. Una antropología personalista correcta afirma la concordancia entre los genuinos derechos humanos y la dignidad de la persona y de la sociedad en su conjunto. Los actos contrarios a la vida o a la salud no pueden ser reconocidos como verdaderos derechos. Si queremos tener un país sano debemos combatir la liberalización de las drogas. Muy especialmente hay que proteger a menores de edad, expuestos a la ambición de narcotraficantes inescrupulosos que no vacilan en hacerles rehenes del mal.
La Iglesia Católica se opone a la liberalización de las drogas, no sólo por los mencionados daños en la salud corporal de las personas, sino también y sobre todo por el profundo deterioro de la salud espiritual y moral de sus consumidores, especialmente si se hacen adictos. Pasan a ser personas egoístas e irresponsables que dejan de cumplir sus obligaciones familiares, laborales y sociales. No raras veces caen en conductas inmorales e ilícitas con el consiguiente apartamiento de la religión y del mismo Dios.
En su Catecismo la Iglesia Católica afirma: “El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque incitan a ellas, a prácticas contrarias a la ley moral” (2291). Recientemente el Papa Benedicto XVI dentro de las amenazas apocalípticas incluyó a la droga: “Es un poder que como una bestia feroz extiende sus manos sobre todos los lugares de la tierra y destruye: Es una divinidad, pero una divinidad falsa, que debe caer” (11 de octubre de 2010).
Meditemos esas palabras, rechacemos la cultura de la muerte y proclamemos la cultura de la vida. Ayudemos a nuestros jóvenes mediante adecuadas campañas de educación y prevención. En los casos críticos demos a las personas adictas una adecuada atención médica, psicológica y espiritual y, en caso necesario, facilitemos programas de rehabilitación para que recobren el sentido de la vida y la esperanza que de manera plena únicamente se encuentra en el seguimiento de Jesús, el Divino Maestro.