Análisis

Los dos martirios de Monseñor Romero

La elección del Papa Francisco alentó expectativas sobre la próxima beatificación del arzobispo Oscar Arnulfo Romero, asesinado en El Salvador en 1980. Me parecería un acto de justicia con un sacerdote bueno y justo martirizado dos veces.

En los años setenta la polarización en Centroamérica fue causa de prolongadas guerras civiles acicateadas por la guerra fría. Ser católico en El Salvador era motivo de sospecha. Bastaba con practicar las obras de caridad, ocuparse de los pobres y procurar la paz. Ante la situación de injusticia grave hubo quienes se metieron a militar en movimientos populares ganándose el infundio de “guerrilleros”. El griterío de la confrontación era muy potente.

En un ambiente de creciente irracionalidad hizo presencia el arzobispo Oscar Arnulfo Romero. Fue un profeta. Denunció la situación de violencia e injusticia que sufrían los salvadoreños y también la polarización provocada por rebeldes y oligarcas; pero sobre todo los segundos quienes tenían el poder del Estado. Romero llamó a la razón orientado por la fe, con un discurso articulado por el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia. No fue escuchado. El odio de la oligarquía pudo más y, por ser sacerdote católico, le asesinaron. Éste fue su primer martirio.

Desde entonces Romero fue sometido a un segundo martirio. Derechas e izquierdas olvidaron al hombre para convertirlo en instrumento ideológico. Coincidieron en su veredicto. Dijeron que era simpatizante decidido de la izquierda revolucionaria, vocero de la “teología de la liberación”, que los papas no lo querían y que la Iglesia pretende enterrarlo boca abajo. La única diferencia es que unos dicen lamentarlo y otros celebrarlo. Mienten y lo saben.

Al poco tiempo del asesinato estalló la guerra civil. Se firmó la paz en 1992 y en 1994 se abrió el proceso de beatificación por causa de martirio. La etapa diocesana culminó en 1996 y, desde entonces, sigue su curso en el Vaticano. Si Romero fuera declarado beato en los próximos años, lo que es muy probable, estaríamos ante una causa normal, incluso algo acelerada, por su duración y motivo. Pensemos en Maximiliano Kolbe y Edith Stein martirizados en la segunda guerra mundial. Fueron beatificados a los treinta y cuarenta y cinco años de su muerte, respectivamente. Decir que la Iglesia entorpece el proceso de Romero es un despropósito.

Las investigaciones sobre su vida (por ejemplo, Roberto Morozzo), demuestran que contó que con el apoyo y la simpatía de Paulo VI y Juan Pablo II quien, en 1979, desestimó las peticiones del Cardenal Quarracino para desautorizarlo, en 1996 rezó en su tumba durante la visita a El Salvador y el 7 de mayo de 2000, en el Coliseo Romano, consideró al “inolvidable arzobispo Oscar Romero” como uno de los nuevos mártires. A su vez, Benedicto XVI, en su visita a Brasil con motivo de la reunión de Aparecida, afirmó su martirio, denunció la injusta manipulación política contra su persona y planteó la pregunta clave: “¿Cómo iluminar de manera justa su figura amparándola de estos intentos de instrumentalización?”.

A los pocos días llegó la respuesta. Aparecida desactivó esas manipulaciones ideológicas reivindicando la diversidad carismática de la Iglesia, para situarla de camino a la Nueva Evangelización. El doble martirio de Monseñor Romero es inspiración para quienes recorren la calzada de Emaús y no sólo en América Latina. El Papa Bergoglio siempre lo ha sabido. Es cuestión de tiempo.