Uno sale a la calle -si es que puede salir- y se topa con multitudes que protestan contra algo, cada día distinto. Con razón o sin ella. Gritos y gases. El gobierno se hace el distraído o no atina a cumplir los compromisos que asumió en tiempos electorales. Sale con nuevas promesas; motores fueraborda, casas, maquinaria pesada, antenas, bonos y otras municiones que guarda en su arsenal, para cada caso. Cualquier persona a la que la noche le pille fuera de casa, puede ser encañonada por un fusil automático de un soldado de la Policía Militar movilizado para dar seguridad a los ciudadanos.
Por cierto, comentando el hecho con un amigo me sorprendió con la siguiente idea, más propia de un viejo experimentado en la política nacional, que de quien apenas conoce más que el populismo callejero de Evo Morales: Dijo mi joven amigo: “cuando el ejército sale a la calle, es muy difícil que vuelva a los cuarteles”. Veremos. Aquí no pretendo resolver los graves problemas de la inseguridad ciudadana, pero sí quiero reflotar algunas ideas que pueden ayudar a recuperar la confianza en el país.
Frente al panorama de mal gobierno, de caos permanente, de pasividad que nos abruma y hasta nos indigna, siempre nos quedan algunas posibilidades de vencer la atonía general que produce el miedo. La esperanza está -¡cómo no!- en la juventud. Ya lo sabíamos, pero nos anima el ver a esos muchachos y muchachas que estudian y trabajan para crear sus pequeñas y medianas empresas. Algunas universidades, grandes emprendimientos con sentido social, e incluso algunos bancos, organizan cursos para gente joven con vocación empresarial. Y ya no
con una visión estrecha y localista de las cosas, sino con una visión global. Porque el mundo ha dejado de ser un enladrillado de grandes y pequeñas nacionales. El mundo de hoy es lo que la palabra indica: globalizado.
El gobierno debería tomarse en serio estos y otros programas de educación, ciencia y tecnología que son los que tienen porvenir seguro. Y, lo más difícil: lograr un acuerdo entre las autoridades educativas y los maestros, que devuelva la vocación de servicio a la niñez y juventud. Rescatar la voluntad de excelencia frente a la tentación del adocenamiento y, todo esto, acompañado de los grandes e imperecederos valores humanistas,
Para este fin, no escasea el factor humano de jóvenes ansiosos de aprender para enfrentar una situación que no es para los mediocres, adormilados y pusilánimes. Tampoco es tiempo de contemplación de un pasado, respetable, pero no imitable ni repetible. No es tiempo para nostalgias mitificadas por un gobierno retrógrado que, sumido en asuntos de menor cuantía, se ocupa con mayor intensidad de multiplicar problemas, trámites y dificultades burocráticas, que de dar ejemplo de laboriosidad y eficacia administrativa.
Pues bien y, aún cuando los aspectos negativos dominan el ambiente, quiero insistir en que no todo está perdido, en particular en aquellos ciudadanos más conscientes de su responsabilidad social, y menos contaminados por la inercia o el conformismo, que mantienen su coraje y su esperanza en la virtud de la excelencia.