Análisis

Javier Gómez: Internalizar la humildad

Dice la Biblia: “Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, les ensalce; confíenle todas sus preocupaciones, pues Él cuida de ustedes. Sean  sobrios y velen. Su adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanle firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que los ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, los restablecerá, afianzará, robustecerá y los consolidará” (1 Pedro 5, 6-10).

Hay varias clases de servicio. Sirviendo se puede caer en el servilismo, aquello que el diccionario define como “Tendencia exagerada a servir o satisfacer ciegamente a una autoridad”.

Servir con humildad pasa por la revisión constante de nuestras actitudes y aptitudes. Por nuestras actitudes, porque revisamos cómo asumimos a los demás, qué lugar les damos aunque no nos caigan bien. Por nuestras aptitudes, porque es reconocer nuestras propias limitaciones; dejar de lado el orgullo en cuanto a ser autosuficientes y pedir ayuda, reconocer que no podemos solos, y que el otro nos puede superar en capacidad o capacidades, de nuevo, aunque no nos caigan bien.

La humildad, desde el punto de vista cristiano, nos lleva al campo de servir renunciando all deseo de recibir alguna clase de recompensa por aquello que hacemos, así sea una simple expresión de agradecimiento. Por fe creemos que si no recibimos, aunque sea un simple “gracias”, o siquiera mérito, por lo que hacemos, será aún más grande nuestra recompensa en el Cielo, de hecho, el mismo Jesús nos dice que si trabajamos por el reconocimiento no tendremos recompensa en el cielo por aquello que hayamos hecho  (Mt 6,2). Y sí, arde mucho que el mérito por algo se lo lleve otro, y no deja de asombrar que haya personas capaces de robar méritos.

Decirlo es fácil, internalizarlo es lo difícil, de hecho, he visto que los santos que han profundizado en la humildad han recibido ataques del mismísimo Satán en persona, quien ha querido aparecérseles, muy halagador, a decirles que están haciendo una buena obra y tentarlos con envanecerse por esto, san Martín de Porres y san Juan María Vianney son dos claros ejemplos de eso. Por ello la soberbia es el primer pecado capital, y la frase con la que cierra la película “El Abogado del diablo”: “la vanidad es uno de mis pecados favoritos” es muy cierta.

Hablar de humildad es fácil, lograrla es lo difcícil, pero tenemos la gracia de Cristo para lograrla e internalizarla, es un don que podemos pedir, y que Dios nunca niega, porque es una vía segura de santificación. No puede lograrse, eso sí, descuidando la oración, porque con ella fortaleccemos nuestro espíritu para superar la tentación. Debemos orar también por nuestras autoridades, constantemente, para que obren con humildad (1Tim 2, 1-4). Dios con nosotros.

Autor: Javier Gómez Graterol, religioso/periodista

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