Muy amados y queridos hermanos y hermanas:
Escuchar el evangelio del Señor después de haber recorrido los campos, lugares y espacios por donde Él se movió históricamente tiene otro sentido y otro gusto que con todo cariño y afecto deseo compartirlo con ustedes. Esa gracia y ese regalo de Dios de poder haber visitado la tierra santa, allí en esos espacios donde el Señor dio todo, toda su vida y toda su enseñanza para que nosotros pudiéramos vivir como hijos de Dios, como hijos de la luz tal como lo dice la Iglesia hoy en la oración: Somos hijos de la luz y rogamos a Dios nuestro Padre que nos libere de todos nuestros errores y nos abramos con confianza y amor al esplendor de la verdad.
Tierra Santa es un lugar de encuentro con nuestro Dios, Tierra Santa es también el espacio para renovar compromisos y, recuerdan ustedes que esa ha sido la finalidad del viaje del Arzobispo, renovar mi compromiso de servicio a la Iglesia, de servicio al Señor, de servicio a todos los que necesitan la luz que da vida e iluminar a todos los que se ven envueltos en los errores de cada día.
El pasaje de hoy tiene que llevarnos a ir comprendiendo cada vez más ese afán de nuestro Dios, el Dios que no quiere la muerte y que no se regocija cuando hay dolor y sufrimiento, el Dios que definitivamente trabaja por la vida del pueblo, pero no una vida conseguida con chicotes sino una vida en libertad, una vida que lleve a todos no solamente a mirar o esperar milagros sino a comprometernos en el proyecto que tiene nuestro Dios: Libertad para todos sus hijos y una justicia que es inmortal cuando la vivimos dentro de la dimensión de nuestro Dios.
Jesús regresa en la barca de la otro orilla, aquí a amanera de ilustración tendré que decirles que leyendo el pasaje aquel en el que el Señor envía a sus discípulos a llevar la buena noticia a otros pueblos, el evangelio nos decía “Id a la otro orilla”, esa experiencia también la hemos realizado, leyendo la Palabra y cruzando en una pequeña barca a la otra orilla.
Aquí el Señor vuelve a la otra orilla y una multitud enorme lo sigue, quieren escucharlo, quieren oír esa voz de libertad, esa voz de amor, esa voz que no tiene nada de repetitivo de las palabras y voces que a veces escuchamos en abundancia donde no ha ni amor, ni justicia, ni paz ni siquiera un mínimo de hermandad.
El Señor se quedó junto al mar y allí llega el jefe de la sinagoga llamado Jairo con una súplica concreta: Mi hija se está muriendo, yo te pido que vayas a imponerles las manos la sanes y viva.
Fíjense que no es un pedido como las veces que nosotros pedimos, siempre es “danos algo” pero no comprendemos qué pedimos, pedimos camiones, pedimos casas, pedimos trabajo pero muchas veces no sabemos por qué. Aquí Jairo sabe, le vas a imponer las manos para sanarla en primer lugar y para que viva, no es para tenerla como un trofeo ni es para decir: Mi hijita se salvo gracias a aquel taumaturgo, es para que pueda vivir plenamente.
Es una súplica, un pedido que debemos repetir constantemente nosotros cuando estamos frente a peligros de muerte, de familiares, de amigos o muerte de nuestra sociedad.
A nosotros nos toca pedirle al Señor que imponga sus manos, que nos devuelva la salud mental, espiritual, moral y física y que nos de la capacidad de vivir porque no queremos estar sanos para estar encerrados, es para propagar esa vida y defender esa vida de todos los peligros que la acechan.
“Mi hija se está muriendo, ven a imponerles las manos para que sane y viva”. Cuando uno mira un poco el recorrido de nuestros pueblos, de nuestra patria, de nuestra ciudad y del mundo, en cuantos momentos sentimos que todo se va acabando, que todo se va muriendo y cuál es nuestra suplica en esos momentos, ¿Qué le pedimos a Dios? ¿la muerte del adversario, que se silencie al que habla demasiado, que se destruya todo aquello que se opone a un proyecto pasajero? ¿Qué le pedimos a Dios?.
Nuestro pueblo se va muriendo, la gente va sufriendo demasiado, queremos que el Señor imponga sus manos y sane al pueblo, nos sane a todos y nos de la gracia de seguir viviendo.
Jesús escucha esa súplica y dice que sí, que va a ir y entre tanto, llegan algunos mensajeros de la casa de Jairo y le dicen: No hace falta ya que molestes al maestro, la hija de este señor acaba de morir. El Señor que escucha eso no les hace caso y lo único que le pide a él es: No tengas miedo, basta que creas.
Ahí esta otra enseñanza del maestro, va a ver vida pero es importante no tener miedo a la muerte porque la muerte ha sido vencida por el Señor en la resurrección, y además volvamos a recodar lo que nos dice el libro de la sabiduría, la muerte no ha sido creada por Dios, nuestro Dios es el que ha creado la vida y es la vida la que interesa, pero para eso hay que tener fe, para eso hay que creer.
No hay que tener miedo, el miedo paraliza la fe, el miedo oscurece los compromisos, el miedo nos hace temblar ante cualquier inconveniente, el valor y la entereza que nos pide el Señor no vienen conseguidos por golpes de un lado o de otro sino, por dejarnos seducir por la presencia del Señor.
Sigue el Señor su camino y cuando llega a la casa escucha a la gente que llora, a la gente pagada para llorar porque en muchos velorios existe eso, también entre nosotros, ¿o no es verdad? A cuanta gente le gusta gritar, llorar, opinar contra Dios… Al llegar el Señor les dice ¿porqué tanto alboroto? La niña no ha muerto, está dormida y se burlaron de El.
¿Por qué? Pero si El era el maestro aplaudido, era aceptado por las muchedumbres, ¿por qué se burlan de Él, por qué no creen en la vida? Por qué están amarrados con el sentido de una muerte que todo lo termina en dolor y sufrimiento y que va a acabar en una sepultura, esa es la convicción de quienes lloran sin escuchar al Señor, de quienes gritan sin sentir la palabra salvadora del Señor. Pero El entra, toma de la mano a la niña y le dice: Yo te lo mando, levántate y camina.
Hermanos, esas palabras quisiéramos sentirlas también. En todos los momentos de la vida y ante todas las circunstancias, cuando hay amenazas a la vida, tenemos que sentir esta palabra: Levántate y camina, no es la muerte la que reina, no es la muerte la que destruye, es la vida la que construye, la que nos lleva a la felicidad.
“Niña, Yo te lo ordeno, levántate” esta palabra de vida se cumple inmediatamente como dice el evangelio: enseguida se levanto la niña de doce años y camino. Y todo el mundo se quedó estupefacto y asustado. Y el Señor les dice: no hablen de esto todavía porque es una presencia de la bondad de dios, desea bondad que se va a hacer abundante para todos en el día de la resurrección. Pero les dio una misión, después les dijo que le dieran de comer a la niña.
Esas últimas frases no nos gusta escucharlo mucho, le pedimos a Dios que salve, que ayude y nos libere de todo pero esta orden “denles ustedes de comer” saca una conclusión extraordinaria, el Señor nos da la vida pero a nosotros nos toca cuidarla, a la sociedad le toca cuidar la vida y no propagar los signos de muerte. A los pueblos les corresponde hacer todo lo posible para que el alimento sea algo que esté al alcance de todos y no sea el privilegio de unos cuantos.
Denles ustedes de comer, enseñanza extraordinaria del Señor, que hace signos pero no para atontar al pueblo sino para despertarle el sentido de su misión. Hay que hacer signos no para alienar a los que quieren pensar libremente sino para poner todo nuestro esfuerzos, nuestro talento para resolver los problemas, problemas humanos, problemas sociales, problemas espirituales, problemas morales que se van multiplicando como caravanas de muerte y que a nosotros nos corresponde iluminarlos con la verdad.
Hermanos y hermanas, ante de ayer tuve la suerte, la gracia, la bendición de Dios de participar de la Acción de Gracias de nuestro hermano el Arzobispo de Sucre, Jesús Pérez, que celebra 50 años de sacerdocio. Lo hemos vivido en la alegría del pueblo de Dios con la esperanza también que no se quede todo en una celebración externa sin que sea un motivo para seguir siendo sembradores de vida y esperanza, que seamos capaces de salir de nuestra casa, de nosotros mismos, ir a la otra orilla para anunciar en todas partes el evangelio de la verdad y de la vida.
Han sido momentos felices peo también nos hemos acordado del Santo Padre que con una facilidad escandalosa e ignorante, algunos califican su acción… como si fueran un instrumento de maldades pensadas por grupos de poder. Por él hemos rezado también, el día de San Pedo y San Pablo. Es el representante de este Dios, de este maestro que nos sigue diciendo: No nos quedemos encerrados en los signos de muerte, despertemos y vayamos a sembrar luz, el esplendor de la verdad.
Se puede hablar contra él con tanta facilidad que da pena, se puede hablar contra la Iglesia, se le puede achacar un sinnúmero de cosas sin saber que el mensaje eterno que lleva la Iglesia es un mensaje de vida para siempre y no un mensaje de solución de problemas de uno o dos días sino el mensaje que nos lleva a echarnos en los brazos de nuestro Dios.
Signos de vida mis hermanos, hay también en nuestra Patria no podemos negarlo; hay que intensificarlos, hay que hacerlos más sólidos, hay que hacerlos más auténticos.
En el libro de la sabiduría que hemos escuchado se habla de que el Señor ha hecho todo con bondad, para beneficio nuestro, se habla de que la sabiduría de Dios ha dado a la creación un sentido especial para nuestra propia vida. Por eso es inconcebible que no nos dejemos llevar por esa sabiduría y que estemos obstaculizando a quienes de una u otra manera desean que la creación no se la derroche en un día sino que se la haga fructífera para las generaciones futuras.
Esta palabra también tiene que llegar a quienes quieren que la naturaleza que el Señor nos ha dado no sea dilapidada, queremos que realmente terminen las mentalidades de odios y de rencores, deseamos porque todo eso es signos de muerte y a veces mucho más, son cadáveres que llevamos de un lado para otro para recibir aplausos o para demostrar que tenesmo poder. Nosotros tenemos que ser valientes para enrolarlos en los caminos de la vida y para no permitir que los caminos de muerte sigan sacudiendo a los pueblos, a las personas o a las sociedades.
Que el Señor de la vida nos acompañe siempre. AMÉN.
Oficina de prensa del Arzobispado de Santa Cruz.