Santa Cruz

Homilía de Monseñor Sergio Gualberti, 16-06-2013

Hermanos y hermanas, las lecturas de hoy ponen delante de nosotros la actitud de Dios hacia el pecado y los pecadores: Dios rechaza el pecado y perdona al pecador que se arrepiente.

En la primera lectura el profeta Natán, es enviado por Dios al rey David para que éste tome conciencia y reconozca los graves pecados cometidos. Natán logra que David se involucre y reconozca su pecado con esa cautivante narración: Había dos hombres en una ciudad, uno muy rico con muchas ovejas y reces y el otro, muy pobre con una sola ovejita que criaba con mucho cariño junto a sus hijos. Llegó una visita a la casa del rico y este no quiso sacrificar uno de sus animales para agasajarlo, sino que con alevosía quitó al pobre su única oveja.

David al escuchar esto se enfurece: “El hombre que ha hecho eso, merece la muerte!” Y Natán le contesta: “Ese hombre eres tu!” Tu que has recibido todo de Dios, has sido hecho rey y como tal puedes tener todo lo que quieres, incluso puedes escoger una esposa entre tantas jóvenes del reino y en cambio “Tú has matado al filo de la espada a Urías y has tomado por esposa a su mujer”. A David recién se le abren sus ojos, reconoce la gravedad de su actuación y lo confiesa: «¡He pecado contra el Señor!». Ante la admisión de su culpa y la actitud de arrepentimiento sincero, Natán le responde: «El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás.» Esta confesión de David irá acompañada de penitencia y sufrimientos, y él nos dejará como testimonio de su arrepentimiento el hermoso salmo 51, que muchísimos creyentes, que han caído en el pecado, han hecho suyo a lo largo de los siglos hasta el día de hoy: “Misericordia Dios mío por tu Bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado…”.

Así como Dios perdona a David, Jesús perdona a una pecadora pública, como nos indica el evangelio. Jesús es invitado por el fariseo Simón a comer en su casa. Es algo extraño que un fariseo, miembro del grupo hostil a Jesús que busca todo pretexto para enjuiciarlo, le haga semejante invitación. No sabemos su verdadera intención, si lo hace con sinceridad o por curiosidad o para tenderle una trampa.

Puede parecer también raro que Jesús haya aceptado la invitación, pero la aceptación es parte de su misión de ofrecer a todos la salvación, sin exclusión de nadie, incluso de sus enemigos. Por eso ofrece también una gran oportunidad al fariseo y busca hacer brillar en su corazón la luz de la verdad, a fin de que reconozca su condición de pecador y pueda recibir la gracia del perdón del Señor.

Mientras están sentados a la mesa entra en la sala una pecadora pública. Según las costumbres de los judíos, era permitido a la gente entrar en las salas durante los banquetes, sin embargo es inaudito que una prostituta se atreva a entrar en casa de un fariseo en el día del Señor, el sábado, y en la casa de uno que se considera estricto observante de la ley, por lo tanto hombre justo y santo que no se mete con los pecadores por medio a la contaminación cultual.

Ciertamente la mujer había tenido la oportunidad de ver y escuchar con anterioridad a Jesús mientras él” recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios” o por lo menos había escuchado hablar de él. La figura de Jesús la había impactado y vio en él la esperanza de una vida nueva, de un cambio radical. Ahora es su oportunidad de hacer conocer a Jesús que confía totalmente en él, que lo ama y que él es el único que la puede comprender.

“Se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría con sus besos y los ungía con perfume”. Este llanto es la confesión de los pecados, es un llanto que libera y abre su corazón, un llanto que sana. Podemos imaginar las miradas de sorpresa y de desprecio de los invitados hacia la mujer y también hacia Jesús ante semejante escena. El fariseo Simón, desde su altanería se escandaliza y expresa en su interior toda su desconfianza hacía Jesús: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca… es una pecadora!». El está encerrado en la convicción de que es salvado por las obras de la ley y que es el mismo el artífice de su salvación, hombre justo porque cumple con la ley.

Jesús no se deja condicionar por lo que piensan los presentes ni por sus criterios de juicio, por el contrario ofrece al fariseo Simón y a sus amigos la gran oportunidad de salir de la ceguera de sus seguridades y soberbia, de reconocer su condición de pecadores y de convertirse. Él interpela directamente al fariseo por medio de la pequeña parábola de los dos deudores, donde un dueño perdona a uno la deuda de cincuenta denarios y al otro quinientos. Y a la pregunta de Jesús:“Cuál de los dos lo amará más” Simón responde correctamente: ” Pienso que aquél a quien perdonó más”.

Jesús ahora se vuelve hacia la mujer y con grande atrevimiento la señala. “¿Ves a esta mujer?” Ella ha demostrado verdadero amor, porque libremente ha realizado los muchos gestos de cortesía que tú como anfitrión debías haber cumplido como acostumbrado en la acogida de un huésped. Jesús se pone de lado de la mujer pecadora y además la propone como modelo y ejemplo del amor que redime y salva, como en la parábola del fariseo y el pecador al templo, y confirmando lo que había predicado: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes en el Reino de Dios”. El Reino de Dios, el proyecto de vida y de amor de Dios es prioritariamente para los últimos, los despreciados de la sociedad, los que nadie toma en cuenta.

El paso de Jesús por aquel pueblo provoca la conversión de la mujer pecadora, de la misma manera sucede con Zaqueo, con el ladrón arrepentido y también con el mismo apóstol Pedro. Nuestra conversión no es fruto tanto de nuestra iniciativa y de un movimiento interior, sino del paso del Señor por nuestras vidas, es un puro don de Dios. Jesús, con su actuación, nos revela el rostro paterno de Dios que no quiere que el pecador muera, sino que se convierta y viva.

“Tus pecados te son perdonados“, a Jesús sólo le importa la persona de la mujer, y descubre en ella una gran capacidad de amar, cosa que nadie veía en ella, y por eso le perdona todos sus pecados. Con estas palabras el perdón de Dios llega a su plenitud, el perdón fruto del amor de Jesús.

El perdón de Dios no es simplemente una declaración de absolución de las culpas cometidas, sino que en verdad es el don gratuito y total de si mismo por parte de Dios. Y este perdón es la presencia de Jesús: cuando él pasa, pasa el perdón, uno se reencuentra consigo mismo y se vuelve nueva criatura. Pero ¿Cuántas veces no hemos aprovechado el paso de Jesús y hemos abierto las puertas de nuestro corazón a su perdón? Tal vez no lo hemos aprovechado porque no hemos cumplido con la única condición que él nos pone: “Perdona nuestra ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, o porque talvez seguimos con la actitud del fariseo, porque predomina en nuestro corazón un juicio duro y humillante hacia los demás, porque nos creemos los mejores.

Ojalá nuestra actitud sea como la de David y de la mujer pecadora que reconoce sus pecados y que ama, para poder también nosotros escuchar las palabras vivificantes de Jesús: “sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”. En estas palabras resalta toda la capacidad redentora del amor, amor que produce el perdón. En la pequeña parábola de los deudores, por el contrario, parecería que el amor es fruto del perdón: “ama más aquel a quien se le ha condonado más”. Entre estas dos afirmaciones no hay ninguna contradicción, porque el amor nace del perdón y al mismo tiempo el amor propicia el perdón. La experiencia del perdón es una experiencia de amor, del cual nace un amor aún más grande.

Sólo en el marco del amor verdadero se da el encuentro salvador entre nuestra miseria y la misericordia de Dios. Este es el mensaje consolador que nos deja el paso de Jesús en la vida de la mujer pecadora, y es lo que esta mañana pedimos se repita en la vida de cada uno de nosotros.