Santa Cruz

Homilía de Mons. Gualberti, 09-06-2013

Los textos bíblicos de hoy nos presentan dos relatos de resurrección: en ambos casos se trata de un jovencito, hijo único de una mujer viuda. En la primera lectura el profeta Elías, devuelve la vida al hijo de la viuda, que había fallecido por una grave enfermedad. Esta mujer había acogido en su casa, en Sarepta en el Líbano, al profeta durante una terrible sequía, y es justamente durante esa estadía que pasa ese acontecimiento.

En el evangelio Lucas nos presenta otra resurrección de un joven, donde el protagonista es Jesús. Él está en camino con sus discípulos, por ciudades y aldeas de Israel, en plena misión anunciando el Evangelio y acompañando su predicación con signos. Jesús está por llegar a la ciudad de Naím, y se encuentra con una multitud que acompaña a una viuda en el entierro de su hijo único.

Cada muerte es siempre una experiencia traumática, porque divide a las personas queridas, acaba con las esperanzas y a veces deja en situación de angustia y desesperación. A mayor razón, la muerte de un jovencito huérfano es aún más traumática. Una viuda en la sociedad judía vivía una situación muy difícil, desamparada por la ley y a menudo víctima de atropellos e injusticias. Con la muerte de su hijo, esa mujer pierde el único motivo de esperanza.

Me llama la atención el hecho que, en ambos relatos, son dos adolescentes los que son arrebatados por la muerte de los brazos de sus madres. Hoy también, la muerte, disfrazada de violencia callejera, de droga, de alcohol y de alienación de una sociedad consumista y hedonista, sigue sembrando muchas víctimas entre los jóvenes y adolescentes.

A diario somos testigos de esto: hace pocos días una turba enardecida quería linchar a un adolescente de quince años sindicado de haber matado a un chofer por robarle. Por cierto que debemos condenar semejante crimen y tampoco podemos quedarnos  indiferentes ante el dolor de la familia de la víctima a la que expresamos nuestras sinceras condolencia y oramos al Señor para que les de fortaleza en estos duros momentos.

Sin embargo no es linchando a un adolescente que se hace justicia, porque no quiero ni puedo creer que ese menor de edad y otros que están involucrados en actos delictivos sean unos descarriados incorregibles que hay que eliminar. Si llegan a esos extremos es porque muchos de ellos son las primeras víctimas de familias destrozadas y divididas, jóvenes que no han experimentado el amor, jóvenes que no han sido educados a valorar la vida, jóvenes seducidos por nuestra sociedad competitiva y engañosa que les presenta el espejismo de la diversión, del enriquecimiento fácil y del éxito a cómo de lugar.

Sigamos con el evangelio: Ese desfile de muerte que se encamina al cementerio se encuentra con la comitiva de vida de Jesús y sus discípulos. Este encuentro es como una lucha anticipada de la Pascua, en la que la vida en Jesús vencerá definitivamente a la muerte.

“Jesús se conmovió“: El evangelista Lucas nos muestra toda la profunda humanidad de Jesús que, ante el dolor de esa mujer desconocida siente compasión y le dice: “No llores!” Jesús no quiere situaciones que causan dolor, infelicidad y muerte, porque estas no son parte del proyecto originario de Dios, sino fruto del pecado, del rechazo voluntario por parte del hombre de su plan de vida y amor.

Jesús, “tiene compasión”, es decir “sufre con”, carga sobre sí aquel sufrimiento y hace suyo el problema de esa mujer. Tener compasión es solidarizarse con quienes sufren para aliviar la carga de dolor, devolver esperanza y hasta gozo. Antes que desplegar y mostrar su poder divino, Jesús se rebaja a nivel de criatura, siente y sufre el dolor como todo ser humano, y experimenta en su propia carne nuestra debilidad y nuestros límites.

“Después se acercó y tocó el féretro”: Jesús no sólo invita a la mujer a no llorar, sino que toma la iniciativa y actúa sin que se lo pidan, se acerca y toca el anda. No lo para la normativa religiosa de los judíos que prohibía tocar a los muertos so pena de mancharse con la impuridad cultural, el toca con mano la fragilidad humana para transmitirle su fortaleza.

Aquí está la diferencia entre compasión y lástima: la compasión mueve a acercarnos, hacernos próximo del que sufre, a tocar y ser solidarios. Sentir lástima es quedarse en un sentimiento superficial y a nivel de palabras, pero no mueve a actuar y ese sentimiento pronto se desvanece.

“¡Joven, yo te lo ordeno, levántate!”: Jesús, el Señor de la vida, ordena, su palabra tiene poder y el poder más grande de vencer a la muerte, al mal y al pecado. El domingo anterior nos lo recordaba el centurión pagano: “Señor, basta que digas una palabra y mi servidor se sanará”. Jesús nos manda levantarnos de las situaciones de muerte, de opresión y de pecado, convertirnos de nuestra resignación y pasividad, tomar una decisión personal y vivir de acuerdo al plan de amor que Dios nos tiene preparado.

“El muerto se incorporó “: La palabra de Jesús hace que el joven se incorpore, que rompa las cadenas de la muerte y que se ponga en movimiento. Escuchar y acoger a la palabra de Dios nos da la fuerza para incorporarnos y levantarnos de la situación de postración y desesperanza en la que nos tiene sometidos el pecado.

En la escucha de la Palabra de Dios radica la fuerza para levantarnos de nuestras debilidades y para seguir a Jesús en el camino de la cruz. En la acogida de su palabra los mártires cristianos, han encontrado el valor de superar el miedo a las persecuciones, a las torturas y a la muerte promovidas por sistemas totalitarios adversos a la religión cristiana. Esa situación de muerte no es algo solamente del pasado, hoy también la religión cristiana es la más perseguida en todos los continentes por poderes que pretenden acallar al Evangelio de la vida, porque proclama la igual dignidad de todo ser humano, la sacralidad de la vida y el respeto de los derechos humanos.

“Empezó a hablar“: La Palabra de Jesús, hace que el joven hable. La palabra es el medio primordial, el más sencillo y al alcance de todos para relacionarnos y comunicarnos con los demás.

Como nunca hoy la humanidad tiene muchos medios para comunicarse. Vivimos en la era digital, se cuenta con tantos medios extraordinarios que nos permiten sobrepasar las barreras de las distancias y del tiempo. Sin embargo muchas veces se los utiliza para encerrarse en sí mismos o en un círculo restringido de amigos o socios. A menudo se ven personas, en especial jóvenes, caminar en la calle o en lugares públicos, con sus auriculares en los oídos, con su iPad, y otros artefactos electrónicos, aislados e insensibles a todo lo que pasa a su alrededor.

“Y Jesús se lo entregó a su madre”: Devolver a la madre es devolver ese joven a la vida y al amor. La madre es símbolo del amor, el primer ser con quien nos relacionamos y que nos introduce a las relaciones con los demás.

“Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo”.

“Un gran profeta“: En la actuación de Jesús los presenten ven a la figura del gran profeta, de Elías “Ahora se que tu eres un hombre de Dios y que la verdadera palabra del Señor está sobre tu boca”, como afirmó la viuda de Sarepta al tomar en brazos a su hijo ya reanimado. Profeta es el hombre de Dios al servicio de la verdadera Palabra del Señor, un servicio fiel que acarreará a Elías la persecución de la reina Jezabel y a Jesús la muerte en cruz.

“Dios ha visitado a su pueblo”: La visita de Dios a través de Jesucristo, ha traído Vida. Hoy también el Señor sigue visitándonos y viene a tocar a la puerta de nuestro sepulcro y nos manda: “Levántate“. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, vuelve a resucitarnos y tiende su mano para sacarnos de una vida estéril y sin sentido, para levantarnos de nuestros miedos, sanarnos de nuestros males y liberarnos de la muerte y sus pregoneros. Acojamos con gozo y esperanza su llamado, para gozar de la dicha de una vida en unión con el Señor.