Santa Cruz

“En cualquier coyuntura, Cristo es el pan de Vida” Mons. Sergio Gualberti

A un mes de la visita de S.S. Francisco a Bolivia, aún se viven las emociones del pueblo de Dios en Bolivia y Santa Cruz.

En su Homilía dominical Mons. Sergio Gualberti reflexionó acerca de los logros y fracasos, las alegrías y sufrimientos, las esperanzas y desanimos, las acogidas y rechazos por los que atravieza el que cree en Cristo. Mons. Gualberti enfatizo que en cualquier circunstancia o coyuntura Cristo nos alimenta con el pan de vida y nos regala vida eterna.

Por otro lado Mons. Gualberti invitó al pueblo de Dios a celebrar el aniversario del patrono de la Catedral San Lorenzo Mártir, asimismo a prepararse para celebrar los 100 años de la inauguración de la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir.

 

HOMILIA DE MONS. SERGIO GUALBERTI

DOMINGO 9 DE AGOSTO DE 2015

 

La liturgia de la Palabra de este Domingo presenta a nuestra reflexión la continuación del discurso de Jesús después de la multiplicación de los panes y los peces, por medio del cual intenta motivar a que la gentecrea en él como el Hijo enviado por el Padre para dar la vida eterna.

Sin embargo, los judíos murmuran de Jesús, se escandalizan por lo que ha dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Según ellos, es mucho atrevimiento por parte de Jesús proclamar que tiene orígenes divinos, ya que su aspecto es como de cualquier ser humano, un hombre entre tantos otros, y además ellos conocen su familia terrenal, a su padre José y su madre. Si de verdad Jesús hubiera bajado del cielo, se mostraría ante ellos radiante, rodeado de ángeles y en medio de relámpagos y truenos, como  Dios  en el Sinaí o de otra manera maravillosa, pero seguramente no como un simple trabajador aldeano.

Ellos no logran despojarse de su visión humana, por eso no están abiertos a la acción del Espíritu que les permitiría descubrir la verdadera identidad de Jesús: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió”.

Por obra del Padre Jesús ha sido enviado entre nosotros y solamente por obra del Padre nosotros podemos adherirnos al Hijo, y por él hacernos hijos también nosotros. Por eso solo aquel que abre su espíritu y su corazón a la escucha de Dios y de sus enseñanzas puede encontrar personalmente a Jesús, que es el único que ve al Padre y lo puede revelar: ”Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios”.

El evangelio nos está diciendo que nosotros podemos conocer a Dios solamente en cuanto hijos, es decir que podemos relacionarnos con Dios que es Padre, si reconocemos nuestra identidad de hijos.

Siguiendo con sus palabras, Jesús apunta directamente a su objetivo y anima a sus oyentes dar el paso de la fe para que tengan vida: ”Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna”. Luego, va profundizando este testimonio con un creciendo de afirmaciones: “Yo soy el pan de Vida… Yo soy el pan vivo bajado del cielo… yo daré mi carne para la Vida del mundo… el pan es mi carne”.

Con estas afirmaciones solemnes y decisivas “Yo daré...y también Yo Soy” repetida dos veces Jesús se presenta con una expresión que la Biblia reserva exclusivamente a Dios. Cuando el Señor se reveló a Moisés en el Horeb, justamente así se presentó: “Yo Soy el que soy.” Jesús de esta manera no quiere dejar dudas: él es el enviado del Padre, él que ha bajado del cielo, que se ha rebajado de su condición divina para hacerse hombre, él es la Vida y el pan de Vida, y aquel que cree en Él tiene la Vida eterna y verdadera. El creer abre las puertas de la vida eterna, da acceso al pan de la vida, al Hijo mismo, a Jesús, quien nos hace el don de participar de su comunión con el Padre.

El primer paso para creer es reconocer que Jesús es la Vida eterna: “Yo soy…”, aquel que se da y entrega su vida para alimentar nuestros deseos de felicidad y de infinito, un paso que no podemos dar solos porque la fe es un regalo. No basta el solo esfuerzo humano, es necesario que Dios mismo nos encamine y nos ayude a comprender y participar de su vida. Él, que ha metido en nuestros corazones el deseo de felicidad, nos hace descubrir lo atrayente que es Jesús, para que nosotros libremente podamos adherir a él y, mediante la fe y el bautismo, participar de su vida ya desde nuestra existencia terrenal hasta culminar en la plenitud de la resurrección.

Nos espera un camino largo y arduo, entre logros y fracasos, entre alegrías y sufrimientos, entre esperanzas y desánimos, entre acogidas y rechazos, pero sabemos que en cualquier coyuntura podemos acudir a alimentarnos con el pan que fortalece, con Jesús, hasta alcanzar la meta.

La 1ª lectura nos ofrece un maravilloso ejemplo de la cercanía de Dios que alimenta el profeta Elías y le da la fortaleza para superar los graves peligros que tiene que enfrentar para cumplir su misión. Elías está huyendo de la persecución de la reina Jezabel que, por venganza, lo busca para hacerlo matar. E el profeta, en su misión de preservar la fe en el Dios verdadero en medio del pueblo de Israel, había eliminado a los sacerdotes de Baal, ídolo cananeo, cuyo culto había impuesto con tanta fuerza la reina Jezabel, que quedaban muy pocos israelitas fieles a Dios.

Elías, al huir, emprende el largo camino en pleno desierto, hacia el Horeb o Monte Sinaí, el lugar sagrado donde Dios se había revelado a Moisés, le había entregado la ley y había estrechado la alianza con el pueblo de Israel, lugar que representaba los orígenes y la fuente de la fe verdadera.

Después de un día entero en el desierto, Elías se sentó bajo una retama, solo, cansado, asustado y totalmente desanimado por el fracaso de su misión. Ya no aguantaba más, no quería sufrir más y llegó al extremo de pedir a Dios:”¡Quítame la vida!¡Basta ya, Señor!

Luego, totalmente agotado, se quedó dormido. Pero un ángel del Señor, por dos veces, lo despertó, le presentó un pan y le mandó comer:”Porque todavía te queda mucho por caminar”. Elías hizo lo que le mandó el ángel y “caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios”.

Los símbolos de los cuarenta días y noches de camino por el desierto, simbolizan las grandes pruebas y las tinieblas de un futuro sin esperanza por las que Elías tuvo que pasar. El pan que el Ángel, el mensajero de Dios le ofrece es signo de la cercanía y providencia de Dios, el pan que le da la fortaleza y las energías para levantarse de esa situación desesperada y sin salida, para renovar la esperanza y seguir camino hasta beber a las fuentes de la verdadera fe, retornar a Israel y seguir con renovado espíritu su misión.

Cómo Moisés también nosotros en nuestra vida pasamos por tantas pruebas, a veces nos parecen tan duras que perdemos toda esperanza y caemos en el desánimo y la desesperación. Es el momento de acoger la invitación de Jesús, de levantarnos y acercarnos a Él que se ofrece como pan de vida, alimento que nos sostiene y fortalece para seguir en nuestro camino de fe.

Jesús ha perpetuado su presencia como alimento de nuestra vida cristiana, en la Eucaristía, la que estamos celebrando. Los que ahora la celebramos, hemos sido atraídos por Dios, para encontrarnos con Cristo, encuentro que transforma nuestra existencia. La conciencia de haber sido privilegiados con este don tiene que despertar en nosotros sentimientos de gratitud, y movernos a corresponder, siendo con él y en él, pan de vida para los demás hermanos y poniendo generosamente a disposición lo que somos y lo que tenemos. Amén