Cuando nos atrevemos a decir algo sobre nuestra Madre, la Virgen María, lo primero que advierte el evangelio de Lucas es que ella es una mujer “llena de gracia” y afirma luego que “el Señor está” con ella (Lc 1,28). María, mujer y madre, está llena de la gracia del Señor.
Esta afirmación de Lucas, redunda en una verdad profundamente humana y divina a la vez: la presencia de Dios en la vida de esta joven y sencilla mujer de Galilea. María es la llena de gracia por excelencia y es la primera discípula del Señor que se pone a su servicio, “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).
Estas dos afirmaciones tanto el adjetivo “llena de gracia” como la actitud su “servicio”, definen a Nuestra Madre la Virgen María. Adjetivo y actitud que, como persona, le lleva “al encuentro del hermano”; María va al encuentro de su prima Isabel, y Lucas lo relata así: “En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Juda; entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel…María se quedó con ella unos tres meses, y luego se volvió a su casa” (Lc 1,39-40.56).
Entonces, ¿cuál es la invitación que nos hace nuestra Madre María de Urcupiña, al afirmar que con ella “vamos al encuentro del hermano”?
Siendo hijos, todos, de una Mujer y Madre como lo dice Jesús: “Mujer ahí tienes a tu hijo; luego dice al discípulo: ahí tienes a tu madre” (Jn 19,26-27); toca reconocer que también cada uno de nosotros está “lleno de la gracia de Dios”. Y además, por el Bautismo participamos “de la vida [divina] mediante la gracia santificante” (CC 263). En pocas palabras estamos llamados a reconocer la “gracia de Dios” en nuestra vida y desde esa experiencia estamos llamados a “servir al otro, mi hermano”.
Es por eso que en esta fiesta de Urcupiña, nos toca realizar tres acciones concretas: “ponernos en camino”, “entrar en casa” y “quedarse ahí”; como lo hizo María, cuando fue en ayuda de su prima Isabel.
Pero que implica todo esto aquí y ahora:
1. “Ponerse en camino”. Es tomar conciencia de lo que celebramos, saber a qué vamos. Uno se pone en camino y sabe cuál es la meta, sabe a dónde ha de llegar. En Urcupiña, la meta es ir al encuentro de nuestra Madre. Nada puede detenernos. Nada puede distraer la premura de llegar a encontrarme con ella. Porque ella mi invita a ir a su encuentro, ella es la que me pone en camino.
2. “Entrar en casa”. La invitación está hecha, ella no solo quiere que vaya a su encuentro. Busca, que yo pueda “entrar en mi casa”. Que le descubra en mi interior, en mis sentimientos y afectos más profundos y que desde ellos, pueda entender el pedido que ha diario me hace “hagan lo que él les diga” (Jn 2,5).
3. “Quedarse ahí”. Es la invitación más sencilla, simple y fácil de realizar. Es el pedido de quedarse ahí, con el hermano, con el doliente, con el necesitado. Quedarse ahí, no estáticos, sino sirviendo. Quedarse ahí, es la invitación de saber estar aquí y ahora en esta realidad tan cambiante y que demanda ser asumida críticamente.
Por eso, “ponerse en camino” es decir no al alcohol que distrae “el encuentro con ella, nuestra Madre, y con el hermano que está a mi lado”. “Entrar en casa” es comprender que la peregrinación y el calvario son acciones que me ayudan a entrar en mí, a mirar mi vida en el mismo proceso de “ir andando”; de comprender que mi vida es “nada” en este tiempo que pasa y que lo pocos o muchos años que viva, están hecho para ser feliz en el Señor y desde él en nuestra familia, comunidad, país, mundo. “Quedarse ahí” es saber participar, es saber celebrar, es saber estar. Es ahora cuando nos toca reconocer quienes somos: discípulos del Señor, llenos de su gracia y partícipes de su divinidad. Por eso estamos llamados a ir al encuentro del hermano y compartir esta dicha, esta Buena Noticia, y poder servir con alegría al otro, al que me hace daño, al que sufre, al niño de la calle, al necesitado.
Recordemos que al final de nuestra vida se nos preguntará sobre el amor y el servicio que supimos dar. Porque “tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropa y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver” (Mt 25, 34-36).
Lic. César Piscoya Chafloque.
Secretario Ejecutivo de Pastoral
Arquidiócesis de Cochabamba