Homilía de S.E. Mons. Sergio Gualberti Calandrina, Arzobispo de Santa Cruz, pronunciada en el Basílica Menor de San Lorenzo Mártir.
Queridos hermanos y Hermanas:
En las lecturas de este domingo se nos presenta una propuesta de Dios para nuestra vida, porque Dios no se impone ni nos obliga, respeta nuestra libertad y dignidad. “Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que agrada al Señor!..El puso ante ti el fuego y el agua: extiende la mano hacia lo que quieras. Ante los hombres están la muerte y la vida; a cada uno se le dará lo que él escoja”. Dios nos ha dado la suficiente capacidad para escoger entre el camino de la vida, la observancia fiel de sus mandamientos y los caminos de muerte, siguiendo nuestros gustos o presunciones: la opción queda bajo nuestra responsabilidad.
En el Evangelio Jesús, en plena sintonía con esta verdad, reafirma claramente que la ley de Dios sigue siendo el único camino de vida: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Jesús no se limita a ratificar la validez y vigencia de la ley del Señor, sino que propone una nueva visión de la misma, distinta de la exigían los fariseos y los rabinos. Estos pedían una observancia estricta de los preceptos hasta en sus más mínimos particulares, preocupados más por la letra que el espíritu.
Jesús, por el contrario, quiere que se descubra el espíritu que hay detrás de la letra, es decir que se conozca la voluntad definitiva del Padre. Jesús da cumplimiento a la ley viviendo fielmente lo que agrada al Señor, dándole su justo valor y sentido. Él, como maestro de vida nos está indicando con autoridad el camino que tenemos que recorrer si queremos ser parte del Reino de Dios.
Luego Jesús se detiene a profundizar algunos mandamientos de la ley de Moisés, para que se los entienda correctamente y en todo su alcance en esta nueva visión. Me limito a subrayar dos que son de particular actualidad en nuestra realidad.
“Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: no matarás… Pero yo les digo” todo el que tiene pleito, peleas, el que insulta al hermano… etc”. En esta fuerte contraposición: “Ustedes han oído… pero YO” resalta la autoridad con la que Jesús enseña. Se puede matar no sólo físicamente, sino también moralmente. Se puede dar muerte a una persona con la difamación, la calumnia, la mentira desvirtuando la verdad de los hechos, los chismes, con el sometimiento de las personas a los propios intereses.
El refrán popular:” mata más la lengua que la espada” nos confirma que lamentablemente se recurre ampliamente a la muerte moral para oponerse o descalificar al que consideramos adversario.
Con estas palabras Jesús nos hace descubrir cuanto vale la vida humana a los ojos de Dios. En respuesta a esta preocupación amorosa de Dios para con nosotros, brota el compromiso indefectible de todo cristiano y de la Iglesia en la defensa de la vida. Por eso estamos conformes, aunque parcialmente, con la sentencia del Tribunal Constitucional que ratifica el respeto a la vida desde la concepción declarando inconstitucional la despenalización del aborto. Sin embargo no podemos quedarnos en este punto, debemos asumir el desafío de dar a conocer, a través de nuestro testimonio coherente, la bondad del plan de Señor a tantas personas que no lo conocen, porque: “La gloria de Dios es que el hombre tenga vida” (San Ireneo).
Un segundo mandamiento que Jesús aclara: “Ustedes han oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero YO les digo: el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón… El que se divorcie de su mujer, debe darle un acta de divorcio.” Pero YO les digo: el que se divorcia de su mujer la expone a cometer adulterio… Jesús, en cuanto al matrimonio, repropone el plan original de Dios, entendido como una alianza de amor para toda la vida entre un varón y una mujer, signo de la alianza de Dios con su pueblo. En otro momento Jesús hace una aclaración respecto al divorcio admitido en la ley: Moisés concedió al varón la posibilidad de divorciar, solamente por la terquedad del pueblo, pero ahora Jesús pone nuevamente en vigencia el designio primario de Dios que instituyó el matrimonio para toda la vida.
Mirando atentamente con la óptica de Jesús, vemos que hay una palabra que está detrás de todos los mandamientos: amor, amor a Dios y a los hermanos. Los mandamientos, así entendidos, son instrumentos que Dios ha puesto en nuestras manos para que podamos encontrar el sentido de nuestra vida y nuestra realización en una relación de confianza filial con Dios y en el marco de una convivencia justa y pacífica con los demás. En efecto, si amamos de verdad a alguien, actuamos para su bien y no les podemos hacer ningún daño: “Ama y haz lo que quieras” decía San Agustín.
Si amamos a Dios, no tenemos otros dioses, ni levantamos su nombre en vano y le rendimos culto y adoramos sólo a Él.
Si amamos a los padres, nos hacemos cargo de ellos cuando son ancianos y no son autosuficientes.
Si amamos, no matamos, no robamos, no traicionamos y no mentimos.
La ley del Señor entonces no es otra cosa que una ayuda que Dios, nuestro Padre que nos conoce en lo más íntimo más que nosotros mismos, que “ve todas las cosas… y conoce todas las obras del hombre” nos ofrece para que tengamos vida, para seamos felices y que vivamos en paz y armonía con nuestro próximo. En el Salmo hemos proclamado “Abre mis ojos para que contemple las maravillas de tu ley”.
Si queremos relaciones justas con Dios y los demás, hay un solo camino: cumplir con el mandato del Señor: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. Hagamos nuestra la opción del salmista por la vida con sus mismas palabras: “enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón” así “viviré y cumpliré tus palabras” porque es “Dichoso el que camina en la voluntad del Señor”.
Antes de terminar, quiero expresar de todo corazón mi gratitud a todas las parroquias, congregaciones e institutos religiosos y personas particulares por su generosa respuesta al llamado de participar de la colecta en favor de las víctimas de las inundaciones en el Beni, en particular la zona de Reyes, San Borja y Rurrenabaque, acogiendo el pedido de esa Iglesia hermana. En estos días se ha manifestado claramente el gran corazón de tantas personas, de toda condición, que se han solidarizado con esos hermanos.
El total recaudado hasta ayer al mediodía, era de Bs. 385.557.- monto destinado a aumentar porque en algunas parroquias la campaña sigue abierta. A todas las personas e instituciones que han colaborado en esta y en tantas otras campañas, y a tantos voluntarios les agradezco y bendigo con las palabras sabias de nuestro pueblo sencillo: “Que Dios se lo pague”.
Estos gestos admirables de sensibilidad y solidaridad de tantas personas son un llamado apremiante a todas las autoridades para que pongan todos sus esfuerzos en acudir en ayuda de las víctimas, con las medidas que requiere la magnitud del desastre y pensar también en sus consecuencias que marcarán por mucho tiempo esas poblaciones. Este problema coyuntural que ha traído tanto dolor y muerte, tantos daños materiales, pérdidas de bienes y de animales, ha desvelado un problema más profundo: sigue habiendo en nuestro país grandes sectores de la población que sufren extrema pobreza, como manifiestan las imágenes y los rostros de esos hermanos. Lamentablemente las víctimas de estos desastres son siempre los más pobres, y son ellos también las víctimas de la injusticia y de la inequidad en la distribución de los recursos del país, situación que los hace vulnerables y los condena a una vida de subsistencia.
Estos hermanos nuestros de distintos Departamentos del país, se merecen la misma o todavía mejor atención que la que se está prestando a la anunciada cumbre del G77 a realizarse en nuestra ciudad. Para este evento ya se han tenido reuniones entre las máximas autoridades nacionales y departamentales, donde con rapidez se ha decidido destinar montos astronómicos, para impulsar obras grandiosas con un despliegue de medios jamás visto en nuestro país.
Sin embargo, no se ha dado hasta ahora un despliegue ni lejanamente similar para socorrer efectivamente a esos hermanos sufridos y necesitados de todo, para pensar en obras de prevención y para emprender una lucha seria en contra de la pobreza y las desigualdades sociales. Nuestros hermanos claman ayuda y están abiertos a recibirlas con gratitud venga de donde venga. No se pueden entender actitudes cerradas que no quieren reconocer la gravedad del desastre y que se niegan a recibir ayudas foráneas, so pretexto de que se cuenta con medios propios, de querer salvar la imagen del país y el orgullo nacional.
¡Ojalá los responsables del bienestar del pueblo atiendan el clamor de todos los hermanos víctimas de los desastres naturales y que les abran horizontes de esperanza!
Amén