Sucre

ARTÍCULO DE MONS. JESÚS PÉREZ: “NOS CONOCE” (29-04-12)

Hace 49 años que se viene celebrando en la Iglesia la Jornada Mundial por las Vocaciones sacerdotales y religiosas. El autor de esta Jornada es el Santo Papa Juan XXIII, deseoso de que todos cumplamos con el imperativo de Cristo: “oren para que el Señor envíe operarios a su mies” (Mt 9,38; Lc 10,2).

El Papa Benedicto XVI partiendo de la definición que el apóstol y evangelista Juan nos da: “Dios es amor” (1Jn 4,8), nos invita a ver todo y todas las cosas, desde el “venir a la existencia” como la elección a ser santos como obra del amor inagotable e infinito y, todo, “para llevarnos a la plena comunión con Él”. Todo es don de Dios.

El Santo Padre nos recuerda que “san Agustín expresa con gran intensidad su descubrimiento de Dios, suma belleza y amor, un Dios que había estado siempre cerca de él, y al que al final le abrió la mente y el corazón para ser transformado: ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Retenía lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti” (Mensaje de Benedicto XVI, en la Jornada Mundial de Oración de las vocaciones).

Aparecida ha insistido en la necesidad del encuentro personal con Cristo para ser discípulos de Jesús. San Agustín sintió un encuentro personal profundo con Cristo, el Buen Pastor, “se trata de un amor sin reservas que nos precede, nos sostiene y nos llama durante el camino de la vida y tiene su raíz en la absoluta gratuidad de Dios” (Benedicto XVI).

Una de las convicciones más necesarias en la vida del cristiano es la afirmación de Juan el evangelista: “miren que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios. ¡Pues lo somos!” (1Jn 3,1). Por ello, este domingo del Buen Pastor, la liturgia nos invita a situarnos ante Dios y ante Cristo, quien nos ha amado hasta dar la vida por nosotros.

El amor de Dios nos cobija día a día. Cristo, el Hijo de Dios, se hizo hermano de todos, y, por tanto, nosotros somos hijos en el Hijo. Ahí está la dignidad del cristiano. San León Magno decía en una homilía: “recuerda, oh cristiano, tu gran dignidad”. Dios nos conoce y nos ama a todos, incluso a pesar de nuestros pecados. Pero, cuidado, esto no es una metáfora para levantar el ánimo y refugiarnos en Dios. Esto es una realidad basada en la revelación que Dios ha hecho en la Sagrada Escritura. Esta realidad nos invita a apreciarnos cada uno así mismo, de manera que podamos valorarnos, pero también valorar la gran dignidad de los demás.

Hay una estrecha relación entre el amor y el conocimiento. Una de las primeras formas de dar la vida por otro, es darse tiempo para escucharle, para así poder llegar a conocer lo profundo del corazón. Si pretendiera darme sin conocer a aquel a quien me doy, corro el peligro de convertir la dádiva de mi mismo en algo negativo para el otro, Cristo dice: “conozco mis ovejas” (Lc 10,14). El sabe, el conoce lo que necesitamos.

Cristo, el Buen Pastor, no espera amarnos, hasta que reciba nuestro amor. La gran alegría de Jesús está en entregar su vida, el sabe que el Padre le ama. La vocación sacerdotal o religiosa es una respuesta al amor que Dios nos tiene. Cristo pidió al apóstol Pedro una “prueba de amor”: que apacentara sus ovejas y sus corderos.

Cristo vivía en su Padre y por amor a Él dio su vida voluntariamente, para nuestra salvación, para que tuviéramos vida. Por ello, Benedicto XVI, en esta Jornada, nos invita a vivir en Cristo: “tenemos que abrir nuestra vida a este amor; cada día Jesucristo nos llama a la perfección del amor del Padre. La grandeza de la vida cristiana consiste en efecto en amar ‘como’ lo hace Dios; se trata de un amor que se manifiesta en el don total de sí mismo fiel y fecundo” (Benedicto XVI).

Reflexionemos que lo que va ser que respondamos al llamado de Cristo, sea en la vocación matrimonial, en el servicio a la patria, en la vocación religiosa o sacerdotal, no es tanto un profundo razonamiento intelectual, sino el encuentro con Cristo vivo. De este encuentro personal se podrá llegar a una respuesta generosa. Cristo es el “Viviente” que está en cada uno, que habla en lo íntimo del corazón. Cristo no es algo que ya pasó, sino el que está con nosotros.

Vale la pena que los cristianos conozcamos el mensaje del Papa para esta Jornada, él nos dice: “Es importante que se creen en la Iglesia las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos ‘sí’, en respuesta generosa a la llamada del amor de Dios”.

Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE